Ni a Raúl Castro ni a la corte castrista que sostiene tan patética pantomima les importan los sinsabores económicos de los cubanos.
Ni a Raúl Castro ni a la corte castrista que sostiene tan patética pantomima les importan los sinsabores económicos de los cubanos.
¿Alguna vez sus padres les contaron El cuento de la buena pipa cuando eran niños? Estaba ideado para poner al límite la paciencia infantil con una historia interminable. Podría hacerse un símil con lo que sucede en Cuba desde hace 66 años, salvo que lo primero es un mero relato que hace reír y lo segundo es una pesadilla que dan ganas de llorar.
Cuesta creer que han pasado más de seis décadas desde que en la isla se instauró un gobierno totalitario. Es tanto el tiempo transcurrido, que no son pocos los que ya ni se acuerdan de que el modelo impuesto por Fidel y Raúl Castro sigue en pie, aunque sea en un estado terminal y presidido por un sucesor, Miguel Díaz-Canel, cuya única misión es la de contener el colapso total forzando el continuismo de un sistema agotado.
Igualmente, es tanto el olvido en el que ha caído un régimen en el que muchos ilusos tuvieron fe en el pasado, que hay hasta quienes creen, erróneamente, que los dos hermanos Castro están criando malvas, cuando solo uno, Raúl, todavía vive pasados los noventa años. Por eso, cuando recientemente se disparó el rumor (sucede periódicamente) de que, si no había fallecido, estaba en las últimas, más de uno preguntó: «Ah, ¿pero es que está vivo?»
En efecto, el hermano menor sobrevivió a la desaparición de una figura bajo cuya sombra vivió siempre y con quien formó parte de un dúo despótico que arruinó el porvenir nacional a fuerza de miseria y represión. Raúl se retiró hace unos años y le pasó la batuta a Díaz-Canel, pero, como máximo exponente del puñado de viejos comandantes que aún quedan con vida, desde su retiro dorado tutela al designado en lo que respecta a mantener apuntalada una revolución que está hecha pedazos. Así será hasta que él muera, asegurándose de no tener que rendirle cuentas a un pueblo depauperado y condenado a seguir el camino del exilio si quiere salvarse de la hambruna y la desesperanza.
De ahí que tenga importancia la pregunta que surge de cuando en cuando: ¿Ya se murió Raúl? Su finiquito biológico podría representar la puerta al cambio. Y debe recalcarse el condicional porque nadie sabe a ciencia cierta (excepto los rumorólogos que hacen afirmaciones rotundas) si, tras su deceso, el propio castrismo desmontará su fallido aparataje con un performance de reciclaje, con el fin de mantenerse en el poder y sin renunciar a los dividendos de la corrupción estatal. La otra fórmula, que es la deseada por la mayoría de los cubanos, es que, a partir del desvanecimiento de la vieja guardia, el régimen sufra una implosión y comience una verdadera transición en la que los opositores entren en el juego democrático y se pueda votar libremente.
Ni a Raúl Castro ni a la corte castrista que sostiene tan patética pantomima les importan los sinsabores económicos de los cubanos. Es más, cuando han realizado cambios, casi siempre insuficientes y torpes, lo han hecho, no con la intención genuina de mejorar el bienestar colectivo, sino con el propósito de salvar el pellejo en medio de graves crisis por los apagones, los mercados desabastecidos, los hospitales destartalados, los hogares medio derruidos. Hace mucho tiempo que su única ecuación es la de infundir terror para que nadie les sacuda el piso. Y cuando Raúl muera, su único legado de peso será el de haberse librado de pagar por sus atropellos.
Es lógico que de cuando en cuando alguien llame e indague: «Está por todas las redes. Parece que Raúl ha muerto». Y la respuesta es siempre la misma: como ocurrió con su hermano, se sabrá cuando el régimen lo anuncie oficialmente y haga un panegírico de su «gloriosa» vida. Hasta entonces, es igual a que te cuenten una y otra vez El cuento de la buena pipa. O sea, el cuento de nunca acabar, hasta que al fin termina. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner
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