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La reputación como la confianza es de cristal; una vez se quiebra, nunca vuelve a sonar igual

Cuando los negocios se construyen sobre la confianza, pero sin controles, el riesgo no avisa; simplemente llega.

Con el tiempo he aprendido que las peores pérdidas no siempre provienen de un mal negocio, sino de una confianza mal colocada. Uno cree que conoce a las personas, que su palabra basta, que su entusiasmo es garantía. Pero la realidad es menos romántica: confiar en alguien que no domina el tema es tan riesgoso como invertir en algo que uno mismo no entiende.

Ahí resuena la advertencia de Sócrates, quien afirmaba que la verdadera sabiduría inicia cuando reconocemos lo que no sabemos. Sin embargo, en los negocios abundan quienes hablan con autoridad de lo que desconocen, y arrastran a otros con una seguridad que, vista en retrospectiva, no era más que humo disfrazado de certeza.

Esa falsa seguridad tiene un costo. Como recuerda Warren Buffett, veinte años de esfuerzo pueden desmoronarse en apenas cinco minutos. Y es verdad; una sola recomendación basada en ignorancia, o en exceso de confianza, puede provocar un daño mayor que cualquier mala racha económica. No solo es el golpe financiero, sino,  a veces la confianza rota duele más que el dinero perdido. La reputación se erosiona, la estabilidad emocional se tambalea y la fe en las personas se quiebra.

No sé si quienes causan ese daño lo hacen deliberadamente o por simple desconocimiento, pero el resultado es el mismo: uno termina cargando con la pérdida… y con la lección.

La inversión que parecía perfecta

Hace algunos años decidí invertir en un proyecto que, en papel, parecía extraordinario. Yo llevaba más de una década construyendo mi empresa con disciplina, sacrificio y orden, y vi esta oportunidad como una extensión natural de todo ese esfuerzo. La motivación era sencilla; un amigo de infancia, hoy un alto ejecutivo de una financiera multinacional me aseguró que el proyecto era “mejor que haber inventado la fórmula de la Coca-Cola”. Su trayectoria y la confianza construida desde niños me impulsaron a invertir sin dudar.

Para participar, solicité un préstamo a una financiera y entregué como prenda los principales activos de mi empresa, justamente los que generaban el flujo para pagar cada cuota. Nunca fallé un día. No estaba solo, dos amigos de mi hijo y sus familias ya habían aportado capital y activos. Entre todos superábamos el millón y medio de dólares. Parecía una oportunidad real, seria y sostenible.

Los encargados del proyecto, a quienes llamaré Alek, Mijail y Mikela, por estar el caso en proceso fiscal, enviaban reportes constantes. Las cifras eran halagadoras, las proyecciones optimistas y la operación, según ellos, ya generaba ganancias. Todo parecía avanzar como se esperaba.

En esos momentos de aparente éxito, recordaba una frase que siempre he admirado del empresario salvadoreño Ricardo Poma:

“Hacer siempre lo correcto… de una forma limpia, honesta y decente.”

Ese lema ha sido parte de mi norte como empresario. Pero pronto descubriría que no todos comparten esos valores.

La realidad golpeó sin aviso. El técnico principal, Mikael, sufrió una pancreatitis severa. Conseguí especialistas, otros inversionistas cubrieron gastos y logramos salvarlo. Pensamos que, superada la emergencia, la operación seguiría su curso.

Pero lo que vino después parecía sacado de una ficción oscura. Cuando pedimos retomar el proyecto, recibimos una noticia absurda; todo el efectivo y supuestas ganancias generadas durante meses, había desaparecido. Mikela, quien días antes afirmaba que el capital estaba en la cuenta de Mijail, ahora “no sabía nada”. Ni Alek ni Mijail dieron una explicación coherente.

En cuestión de días, más de 1.5 millones de dólares se habían esfumado.

Las consecuencias fueron inmediatas. Presentamos una denuncia en la Fiscalía General de la Republica contra los tres. Informamos a proveedores y, con esfuerzo, alcanzamos acuerdos responsables. En mi caso, entregué toda la documentación de la fiscalía a la financiera y propuse reestructurar la deuda. 

Ofrecí nuevos plazos, alternativas e incluso un terreno como parte del pago. Todo fue rechazado.

La financiera decidió ejecutar la prenda. Y al retirar los instrumentos principales de mi empresa, la dejó sin capacidad de facturar.

Así, una empresa construida durante más de diez años terminó en la quiebra.

A veces el golpe no es solo económico.

La financiera contribuyó a destruir mi reputación, afectar mi estabilidad emocional y quebrar mi confianza en las personas. No sé si actuó deliberadamente o por ignorancia, pero el daño quedó hecho.

Hoy el proceso penal contra Alek, Mijail y Mikela continúa. No sé en qué terminará ni cuánto podrá recuperarse. Pero estoy convencido de que, aunque tarde, la verdad siempre llega.

Séneca decía que “la confianza se gana gota a gota y se pierde por baldes”. Y tenía razón.

Buffett también tenía razón: basta un minuto de mala decisión para tirar por la borda décadas de trabajo.

Y Sócrates no menos correcto: reconocer lo que no sabemos es el primer paso para no arrastrar a otros por caminos que tampoco conocen.

Mi experiencia me enseñó que invertir no es un acto de fe. La amistad no sustituye los controles. Y en los negocios las promesas pueden sonar mejor que la fórmula de la Coca-Cola, pero al final solo los hechos, la evidencia y la transparencia sostienen la credibilidad.

Por ello recuerda: La reputación como la confianza es de cristal; una vez se quiebra, nunca vuelve a sonar igual.

Ricardo.panzacchi@gmail.com

McCoy College of Business

Texas State University

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