Muchos turistas trashumantes pasaron por las cumbres de Ataco y Apaneca durante esmeraldinos septiembres de cafetos en flor y coloridas farolas en las fiestas conmemorativas a la Virgen María. “Querido poeta -hermano de los lobos azules y mirar de estrellas- dijo la hermosa a su amante trotamundos-. En esta otra mitad de nuestras vidas, habremos de encontrar la vida entera. El amor de ayer fue selva sin volar. Pero bajo un sol de esplendor que vino a alumbrarnos, tu alma y la mía se han fundido en una sola ante el universo. Comencemos el viaje a otras selvas del amor”. “Siempre se muere un poco al partir -respondió el iluso viajero. A lo largo del camino aprendes que sólo puedes poseer aquello que pagas con la vida de tu anhelo. Cuando -al ser arrastrados por el viento feroz sobre los riscos- aprendemos a surcar el firmamento de nuestro alumbrado mañana”. Belle, mirando hacia el prometido porvenir, le pide anhelante: “¡Huyamos a la vida, poeta de breve destino! Allá en algún lugar del alba nos estará esperando la felicidad alguna vez perdida y el prometido renacer de nuestras vidas”. Fue así que, en medio del dorado esplendor del nuevo día, los amantes de un sueño emprendieron viaje hacia otras cumbres de ilusión. Como aquella donde una vez las mariposas “ángel” alzaran vuelo al universo y la leyenda. Nadie les vio en efecto partir. O simplemente desaparecer hacia el paraíso de su último verso de amor. (XXVI) De: “La Selva Umbría que Aprendió a Volar” ® de C.B.