El diálogo bilateral entre Estados Unidos y Rusia genera inquietud en la Unión Europea, que insiste en ejercer una vigilancia permanente frente a Moscú.
El diálogo bilateral entre Estados Unidos y Rusia genera inquietud en la Unión Europea, que insiste en ejercer una vigilancia permanente frente a Moscú.

Ucrania parece situarse en un punto de fractura histórico. La presentación del «nuevo plan de paz» estadounidense —tal como lo calificó el presidente Donald Trump— para poner fin a la guerra en Ucrania, el pasado 21 de noviembre, constituye, según las palabras del propio presidente Volodímir Zelenski, «uno de los días más difíciles de nuestra historia».
Según diversas fuentes, este plan retoma condiciones avanzadas por Moscú desde 2024: el abandono de territorios ucranianos, la reducción del ejército de 800,000 a 600,000 efectivos y la imposibilidad de adherir a la OTAN. Para Kiev sería, simplemente, «una capitulación». Rusia ocupa actualmente el equivalente al 20 % del territorio ucraniano, incluidas regiones como Donetsk y Lugansk. El plan prevé además la renuncia definitiva de Kiev a Crimea, anexionada por Moscú en 2014.
La cumbre de Alaska, celebrada el 15 de agosto de 2025 entre Estados Unidos y Rusia, abrió un diálogo bilateral marcado por el conflicto ucraniano. En esa ocasión, los europeos no fueron invitados, como tampoco el propio presidente ucraniano.
Meses después, mientras la relación entre Donald Trump y Vladímir Putin parecía haberse enfriado, un encuentro previsto en Budapest el pasado 25 de octubre fue cancelado sin explicación. Algunos interpretaron ese gesto como un refuerzo de la posición de Kiev y, por extensión, una pérdida de influencia rusa. Sin embargo, los hechos muestran que Washington nunca dejó de mantener contactos con Moscú, regresando a la posición inicial de Trump: lograr un acuerdo directo con el Kremlin, dejando al margen a los europeos.
Desde el inicio del conflicto en febrero de 2022, Estados Unidos ha considerado la guerra como una prioridad de seguridad inmediata. Las cifras oficiales al 30 de junio de 2025 indican que Washington ha destinado 114.600 millones de euros (134.230 millones de dólares) en ayuda a Ucrania, mientras que los países europeos han aportado 167.400 millones de euros. No obstante, el sistema europeo exige conciliar las posiciones de sus 27 Estados miembros, mientras que Estados Unidos habla con una sola voz en política exterior.
Francia, Polonia, Alemania y los países bálticos mantienen posturas firmes, a lo que se suma el protagonismo británico. Ante este escenario, el diálogo bilateral entre Estados Unidos y Rusia genera inquietud en la Unión Europea, que insiste en ejercer una vigilancia permanente frente a Moscú.
El 19 de noviembre, el jefe del Estado Mayor francés abrió un intenso debate público. En un discurso dirigido al Congreso de Alcaldes, el general Fabien Mandon lanzó una advertencia destinada a despertar conciencias: «Si nuestro país vacila, si no está dispuesto a aceptar la pérdida de sus hijos —porque hay que decir las cosas— y a asumir un costo económico debido a que las prioridades se orientarán hacia la producción de defensa, entonces estaremos en riesgo».
Al entrar en el cuarto año de una guerra violenta a las puertas de la Unión Europea, que pone en entredicho la noción misma de defensa europea, la posibilidad de un acuerdo de paz percibido como injusto o desequilibrado alimenta tensiones en las fronteras del continente. En la cumbre del G20 que se celebra este fin de semana en Sudáfrica, el presidente francés advirtió sobre la fragilidad de las garantías de seguridad: su ausencia deja entrever, para Kiev, una presión permanente de Moscú sobre la región.
El «plan de paz» anunciado por la Casa Blanca llega a la mesa sin el apoyo europeo y no contribuye a resolver dudas, tensiones ni el malestar que crece entre gobiernos y sociedades.
Otro de los puntos de debate es la reducción del ejército ucraniano. El plan prevé que Ucrania renuncie a sus armas de largo alcance, capaces de golpear en territorio ruso hasta a 1.500 o 2.000 kilómetros. Según el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Radosław Sikorski, son las capacidades rusas las que deben ser limitadas: «Espero que no sea la víctima a quien se impongan restricciones sobre su capacidad de defenderse, sino el agresor, cuya potencia debe ser reducida».
Estas posiciones reflejan la magnitud del desafío planteado por el nuevo plan estadounidense, sintetizado por Zelenski: «Ucrania podría enfrentarse a una decisión difícil: perder la dignidad o arriesgarse a perder a un socio clave».
Para el presidente ucraniano, el momento es especialmente delicado en términos de política interna. Un escándalo de corrupción involucra a figuras como el ministro de Justicia y el secretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa. El jefe de gabinete presidencial, Andriy Yermak, también ha sido citado por la oposición tras una investigación del NABU —la oficina anticorrupción— basada en miles de escuchas telefónicas.
¿Existe relación entre la presentación del «plan de paz» y el convulso contexto político que afronta Zelenski? Nada puede descartarse cuando se contraponen dos posturas hoy incompatibles: para Kiev, «una paz real y digna»; para Washington y Moscú, «una paz inmediata». Mientras tanto, la jefa de política exterior de la Unión Europea, Kaja Kallas, insiste en que, «para funcionar, el plan debe implicar a ucranianos y europeos».
Zelenski atraviesa horas difíciles que parecen anunciar las «horas oscuras» de una guerra que entra en su cuarto año de confrontación en territorio ucraniano.
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