La «pobreza bien» se oculta en casas de la Escalón y la Centroamérica, en apartamentos de la San Benito y la San Francisco.
La «pobreza bien» se oculta en casas de la Escalón y la Centroamérica, en apartamentos de la San Benito y la San Francisco.
Tristemente, El Salvador es un país donde se ven todos los tipos de pobreza. Pero, desde hace unos años para acá, he notado el incremento de una pobreza oculta y muy poco mencionada a la que yo llamo la «pobreza bien». La «pobreza bien» se oculta en casas de la Escalón y la Centroamérica, en apartamentos de la San Benito y la San Francisco.
Afecta principalmente a mujeres mayores que vivían de los ingresos de sus esposos y eran amas de casa. Otro factor común es que los hijos, ya sea porque no están en el país, o no tienen la capacidad económica o el espacio, no pueden llevarlos a vivir con ellos. La “pobreza bien” es el resultado directo de la carencia de previsión social del estado hacia las mujeres a través de los años, el alto costo de la vida, la cultura machista y la pobre educación financiera.
Tengo una ex compañera que vive fuera del país. Se separó de su esposo, y, por cuestiones legales, no puede regresar. Visitando a una amiga en la San Francisco vi a su mamá, la saludé y ella, con penita, me invitó a entrar a su apartamento. Me extrañó no ver ninguno de sus muebles antiguos, que eran preciosos, pero sí su extensa colección de arte colgada en las paredes casi cuadro contra cuadro. Me ofreció un «vasito de agua» en un vaso de vidrio cortado y se disculpó por no invitarme a almorzar, porque tenía otro compromiso. A los días, le comenté lo que había pasado a mi amiga. «Vieras qué fregada de pisto esta doña Ester», me dijo. “Nos hacemos los mareados con los gastos comunes”.
Al enviudar, el esposo de doña Ester había dejado cuentas bancarias, certificados de ahorro y un local hipotecado que se pagaba con el alquiler y, además, dejaba una pequeña rentabilidad. No eran deudas terribles, y el dinero no era una millonada, pero bien manejado, era lo suficiente para darle a doña Ester una viudez cómoda. «Una sobrina» , se ofreció a ayudar, pero no le dijo que tenía que pagar la hipoteca. Doña Ester topó, pagó y volvió a topar su tarjeta de crédito, que nunca había usado, como cuatro o cinco veces. Hizo compras absurdas, asesorada por “la sobrina”. Dos años después de enviudar, recibió una notificación del impago de la hipoteca y de una deuda con Hacienda. Entonces, «porque no me gusta deber», sacó un certificado de ahorro y pagó todo, en lugar de ir a hablar con ambas entidades y negociar un plan de pago.
Al utilizar el certificado, doña Ester perdió los dividendos. Las cuentas se acabaron en un año, entre pagos, engaños y préstamos a cualquier persona que pudo sacar ventaja. “La sobrina” le “ayudó” a vender su casa, joyas y muebles, agarró su tajada ,y desapareció para siempre. Doña Ester se quedó sin nada más que su colección de arte, el perro, lo que no quiso vender y una pensión del INPEP (trasladada a dólares de colones), y, gracias a Dios, beneficios de viuda del ISSS. Ahora, vive en la San Francisco, en un apartamento que le ha prestado su cuñada, quien también se lo amuebló con muebles usados. La hija, con tres hijos y subempleada, no le puede mandar mucho, a lo sumo cien dólares cada dos meses.
Doña Ester y su esposo fueron muy generosos con una organización religiosa por años. Al verse en necesidad, les pidió que la incluyeran en el reparto de canastas básicas que hacían cada mes, explicando su situación. Se le dijo que no, «porque vive en la San Francisco», y no en una comunidad de alto riesgo. Doña Ester depende de la caridad de sus amigas: una le regala cosas para vender, otra le hace un súper al mes, una tercera le paga a su empleada para que le limpie el apartamento y le lave una vez a la semana. Otras le llevan comida al hacerle una visita.
Me gustaría decirles que este es un caso aislado, pero hay miles de mujeres mayores viviendo en niveles de vulnerabilidad en las colonias «bien», vendiendo lo que puedan vender para comer y comiendo a veces una vez al día. No reciben ayuda de nadie, Muchas viven en casas insalubres, llenas de moho, filtraciones y hasta ratas. Su situación es dolorosa, pues es una pobreza invisible. Como me dijo doña Ester un día: «¿Qué iba a pensar yo, Carmen, cuándo llevaba comida al hogar de ancianos, que mi miedo ahora es terminar allí?»
Nota: El día que envié este artículo, me enteré que doña Ester fue enviada al hogar de ancianos después de sufrir un derrame. Su cuñada está pagando una zona privada. Vivió sola, en situación vulnerable casi ocho años.
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