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Obras son amores y no solo buenas intenciones en la educación

Pese a no ser su campo —es médica y capitana de la Fuerza Armada—, creemos que la funcionaria ha mostrado interés en cumplir su tarea.

NOTA DEL DÍA

La nueva ministra de Educación, Karla Trigueros, una oficial militar muy carismática y elegante, ha asumido el cargo promoviendo reglas de convivencia y un estricto control de la presentación formal en los estudiantes, incluyendo el corte de cabello.

Es importante fomentar el respeto y el trato afable entre alumnos y sus maestros, una tarea que los buenos maestros han asumido por décadas hasta la reforma educativa del 68, la supresión de las materias de moral, cívica y urbanidad y contaminación ideológica y pandillera posteriores.

La nueva ministra se ha dedicado a visitar en uniforme de fatiga castrense varios centros educativos —al parecer para infundir respeto—, donde ha sido recibida con beneplácito por alumnos y docentes.

Pese a no ser su campo —es médica y capitana de la Fuerza Armada—, creemos que la funcionaria ha mostrado interés en cumplir su tarea, aunque se ha echado un trabajo titánico sobre sus hombros.

La educación en El Salvador requiere mucho más, comenzando por reconocer el trabajo de los docentes, que ha sido subestimado por los últimos gobiernos.

De nada servirá que los maestros lleguen puntuales y los niños impecables si no hay suficientes recursos para la enseñanza y siguen en deterioro las 5,100 escuelas que en el año 2022 el régimen prometió reconstruir, primero a razón de mil por año y luego a dos por día. Según se dice, en estos años solo han reconstruido 424.

Tampoco se puede esperar que las familias pobres puedan estar comprando uniformes y zapatos si los paquetes oficiales llegan con retraso.

La educación cívica, fomentar el amor a la Patria, es importante, pero como se puede impartir a los niños y jóvenes si ven que se atropella la Constitución, se irrespetan las leyes y los ideales de nuestros Padres Fundadores sucumben ante los caprichos y ocurrencias de los grupos en el poder.

Solo hay que ver cómo de la noche a la mañana y, según se denuncia, sin seguir el debido proceso, dos directores fueron removidos del cargo por una protesta estudiantil ocurrida hace 15 años, en pleno auge de pandillas que amenazaban al personal docente y alumnos en los planteles educativos.

Simplemente alguien recordó el incidente y se apresuraron a cortar de un tajo.

Al parecer, muchas disposiciones que se han tomado últimamente chocan con las legislaciones vigentes que rigen y protegen de abusos a maestros y estudiantes, como nombrar a un funcionario con plenos poderes para destituir, sancionar o amonestar por sí y ante sí, lo cual tampoco abona a infundir el sentido del respeto a la ley.

Hasta ahora la educación ha estado tan relegada que el año anterior se le quitaron 60 millones de dólares a su presupuesto para destinarlos a la propaganda oficial, según se denunció.

Si quiere trascender más allá del hecho de que una oficial militar dirigió la enseñanza en el país, tendrá que emprender una tarea titánica para fortalecer la educación con mayores presupuestos, reconocer con mejores salarios y capacitar a los maestros, darles planteles seguros y amigables a los alumnos, evitar que la enseñanza se contamine con ideologías radicales o populismos fascistoides como en los años 70.

La educación necesita más que reforzar las formalidades

Si no se logran estos propósitos, la población estará solo frente a cambios para distraer la atención de los grandes problemas nacionales, como el incremento de la deuda pública, la sustracción de fondos de los ahorros de pensiones de los trabajadores, el encarcelamiento de miles de inocentes por el estado de excepción y la muerte de casi medio millar de ellos, la falta de rendición de cuentas que permite la corrupción estatal y el autoritarismo.

El nuevo Hospital Rosales ha tardado seis años en construirse y aún no lo inauguran, a lo que se agrega destruir las paredes de metal instaladas originalmente en el antiguo edificio y que podían haber continuado dando servicio por más tiempo, pero si el régimen dice que «son feos» pues ¡a destruirlos!, como se destruyeron innecesariamente los pisos del Palacio Nacional. Nadie da cuentas de nada.

Como bien dijo San José Maria Escrivá de Balaguer, levantar una catedral puede tomar siglos, pero un picapedrero puede derrumbarla en poco tiempo; la institucionalidad de nuestra nación fue levantada «piedra por piedra» desde que se proclamó nuestra Independencia, pero de «un plumazo» se echó abajo.

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