Un día se malogró mi vehículo y tuve que abordar un bus para ir a comprar los repuestos. Al lado iban dos señoras humildes platicando; una de ellas le comentaba a la otra que, debido a estar ociosa y sin dinero, está padeciendo de estrés y se le ha somatizado un catarro y alergia que no le me quita, y tiene también lagrimeo en un ojo.
—Pero yo estoy más fregada que usted —contestó la otra—, no tengo para comer y tengo a mi marido enfermo y ando prestando dinero. Mire, yo soy buena para trabajar; con un poco de capital que consiguiera, pongo mi venta. Ojalá que el gobierno nos ayudara con un crédito pequeño para arrancar. Mire, a mí me da tristeza andar prestando para comer, y yo sé que usted, con un capital semilla, pone su venta y se le quitan todas esas enfermedades debido al estrés. Fíjese que comentan que han salido unas empresas que prestan, no muy reconocidas: te llevan al cielo, te piden pequeñas cantidades de dinero por trámites y después te dejan caer como piedra en pozo. Incluso son máquinas que ya tienen respuestas fabricadas. La pobre gente, por ansiedad y necesidad, sigue el juego y aporta.
Las señoras continuaron el viaje. Yo tuve que bajarme para comprar mis repuestos. Las lecturas que inundaron mi mente fueron atormentadoras: que la falta de plata te puede ocasionar una enfermedad debido al estrés. Pero lo que me impresionó más es que la otra señora no tenía para comer y andaba prestando dinero por falta de trabajo. Andar pidiendo prestado para comer y que te vean el rostro famélico es humillante. Hay dos rostros en la vida que no requieren mucha psicología para identificarlos: el primero es cuando estás enamorado y el segundo, cuando tienes hambre.
Aquí le va la loa al mero mero: que no les dé rienda suelta a las prosopopeyas ni a los dimes y diretes extranjeros. Cualquier país del mundo desea tener la tranquilidad que vivimos los salvadoreños. Mejor insuflemos la economía con préstamos a la microempresa. La situación es que muchos han caído en insolvencia económica; solo aplican los impolutos financieramente. Exhorto al gobierno a que se le ayude a los microempresarios en los bancos estatales con pequeños créditos de 300 y 500 dólares, para que salgan adelante y la cosa va a cambiar. Y de una vez les abona electoralmente. Y les apunto otra cosa: la gente no se expresa públicamente, pero sí balbucea y le da grima la insatisfacción económica en la que vive.
Varios gastos superfluos a nivel nacional bien se podrían destinar a miles de microempresarios. No tratemos de elucubrar tantas ilusiones de que van a venir una balumba de empresas internacionales a invertir al país y que esto se va a volver, de la noche a la mañana, Singapur. Propongámonos consumir lo autóctono, ese turismo interno, fortalecernos nosotros mismos. Necesitamos que el dólar se quede aquí y gire aquí.
Nota: Las deportaciones están de moda. Mucha gente no quiere emigrar del país: tiene temor. Jóvenes gobernantes han hecho cosas buenas en su gestión y estamos agradecidos. Sumen esta nueva iniciativa. No le pongamos tantas filminas, pasteles, diapositivas ni sesiones tediosas. La finalidad es ayudar a que las personas emprendan. Cualquier asesor chabacán puede decir: “ese dinero se lo van a gastar en otra cosa”. Lo más doloroso que repercute en la salud mental de un grupo familiar es que no tengan para comer.