Cuando una sociedad pierde la capacidad de separar los hechos de las ficciones, se vuelve manipulable.
Cuando una sociedad pierde la capacidad de separar los hechos de las ficciones, se vuelve manipulable.
En 2018, tres académicos decidieron poner a prueba la solidez de ciertas disciplinas universitarias. Enviaron artículos deliberadamente absurdos a revistas de estudios culturales y de género. El más famoso se conoció como el «Dog Park Paper». El texto, titulado «Reacciones humanas a la cultura de la violación y la perfomatividad queer en los parques urbanos para perros en Portland, Oregon», pretendía ser un estudio etnográfico sobre la «cultura de la violación» observando interacciones sexuales entre perros. Entre sus conclusiones estaba la idea de que los hombres podían ser entrenados como canes para corregir su «inclinación» a la violación. A pesar de lo disparatado, el artículo fue aceptado y publicado en la revista «Género, lugar y cultura», siendo aclamado como innovador y riguroso.
Cuando se reveló que el artículo era puro invento, estalló un debate mundial. Para sus autores, esto demostraba que ciertos campos académicos priorizan la ideología y el lenguaje especializado por encima del rigor científico. Para otros, se trató de una caricatura injusta que ridiculizó áreas serias de investigación en lugar de entablar un diálogo crítico. El que el «Dog Park Paper» se colara en una revista académica, exhibió un problema grave: el sesgo ideológico que hace que algunas publicaciones valoren más el discurso progresista que la evidencia real. Pero, además, desnudó la crisis actual: si algo suena bien y confirma las creencias propias, se da por cierto sin importar que sea falso.
Esta no es solo una anécdota académica, es un síntoma de la enfermedad global que vivimos: una crisis epistemológica. En redes apoyamos cualquier mensaje que refuerce nuestro dogma y despreciamos el resto. El juicio crítico se diluye en un océano de simulacros e influencers y teorías de conspiración. Un video gracioso pesa más que un estudio serio. La frase «no tengo pruebas, pero…» se ha convertido en pasaporte para sembrar cualquier mentira. La inteligencia artificial, capaz de fabricar imágenes y textos indistinguibles de la realidad, llega justo cuando menos capacidad tenemos para cuestionar.
Nos movemos en una infodemia donde la fuente importa menos que la simpatía del emisor y, así, la línea entre lo verdadero y lo falso se borra hasta volverse irreconocible. Cuando una sociedad pierde la capacidad de separar los hechos de las ficciones, se vuelve manipulable, pierde confianza, pierde consenso y hasta pierde la habilidad de resolver problemas sin violencia. Allí es donde estamos atrapados, entre la tecnología más avanzada y el pensamiento más frágil. La salida no es mágica: urge rescatar el pensamiento crítico, enseñar a argumentar, a contrastar y a cuestionar.
El drama del momento que vivimos es que la verdad ha quedado desacreditada. Cada uno va a la realidad estableciendo de antemano en qué consiste la razón. Esta situación es también el resultado de la condición espiritual de las personas, lo cual, puede apreciarse en el relato de Jesús sobre Lázaro y el hombre rico. Esta es una historia de un hombre rico e insensible a quien poco le importaba que a la puerta de su casa estuviese un hombre pobre y enfermo, llamado Lázaro. A pesar de que el rico comía banquetes espléndidos cada día, nunca se compadeció ni compartió con Lázaro. Con el tiempo, ambos murieron y, en la otra vida, el rico se vio en un lugar de tormento, mientras que Lázaro estaba en un lugar de consuelo. A lo lejos, el rico pudo ver a Abraham a quien le rogó que, por favor, enviara a Lázaro para que previniera a sus cinco hermanos para que no tuvieran que terminar también en el mismo tormento.
Pero Abraham le explicó que eso no era necesario, tenían las Escrituras donde podían encontrar la verdad. El rico le replicó que así no creerían, pero si Lázaro volvía de los muertos sí lo harían. Abraham le respondió: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, aunque alguno se levante de los muertos» (Lucas 16:31). Cuando se pone en duda la autoridad de lo real, se cae en el sesgo ideológico, de donde no se escapa ni aunque resucite un muerto. Esto debería volvernos a la pregunta de ¿cómo sabemos lo que sabemos? Porque si no lo hacemos, el derrumbe no será ruidoso ni espectacular, será un letargo silencioso del que no despertaremos hasta cuando ya sea tarde.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim
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