¿La república oriental de San Miguel? ¿O por qué Bitcoin City?

Mucho se ha dicho que el oriente es otro país: los lencas tan diferentes a los nahua-pipil, delgadas tortillas, la J colonial, el curtido de mayonesa con salsa negrita para acompañar pupusas, el carao con leche, el permanente clima hostil, agresividad habitual migueleña en el trato explicada como amistad con calidez y confianza por nuestra parte.Esto, que en antropología llamamos localismo, es lo que nos une como región oriental y con lo nacional-salvadoreño. Las desconfianzas migueleñas nacen cuando, en los primeros años de la independencia española, Sonsonate y San Salvador decidieron el nombre del Estado: «Salvador». A los otros dos constituyentes, San Vicente y San Miguel, solo les notificaron que el nombre sería Estado del Salvador. Luego, una vez destruida por Manuel José Arce y su facción de sansalvadoreños la Federación Centroamericana, quedó como República del Salvador.Con esta mala designación patria lanzaríamos a la comunidad internacional, por 135 años, la nación salvadoreña. Y será corregido hasta 1958, cuando finalmente se arregló gramatical y constitucionalmente a República de El Salvador. Todo por tomar de forma arbitraria el título nacional, instaurando así la costumbre política de hacer todo a espaldas del pueblo.Impuesto el nombre, vendría la conformación de los límites territoriales. Los padres fundadores (que nunca visitaron San Miguel) consideraban nuestra región una villa compuesta mayormente de aborígenes, donde —fuera de dos pueblos y diez valles de negros— éramos un escondrijo de gente perdida. San Miguel era difícil de gobernar desde San Salvador, con un cabildo que agarró una jurisdicción sobre toda …

nota3op thumbnail

Mucho se ha dicho que el oriente es otro país: los lencas tan diferentes a los nahua-pipil, delgadas tortillas, la J colonial, el curtido de mayonesa con salsa negrita para acompañar pupusas, el carao con leche, el permanente clima hostil, agresividad habitual migueleña en el trato explicada como amistad con calidez y confianza por nuestra parte.
Esto, que en antropología llamamos localismo, es lo que nos une como región oriental y con lo nacional-salvadoreño. Las desconfianzas migueleñas nacen cuando, en los primeros años de la independencia española, Sonsonate y San Salvador decidieron el nombre del Estado: «Salvador». A los otros dos constituyentes, San Vicente y San Miguel, solo les notificaron que el nombre sería Estado del Salvador. Luego, una vez destruida por Manuel José Arce y su facción de sansalvadoreños la Federación Centroamericana, quedó como República del Salvador.
Con esta mala designación patria lanzaríamos a la comunidad internacional, por 135 años, la nación salvadoreña. Y será corregido hasta 1958, cuando finalmente se arregló gramatical y constitucionalmente a República de El Salvador. Todo por tomar de forma arbitraria el título nacional, instaurando así la costumbre política de hacer todo a espaldas del pueblo.
Impuesto el nombre, vendría la conformación de los límites territoriales. Los padres fundadores (que nunca visitaron San Miguel) consideraban nuestra región una villa compuesta mayormente de aborígenes, donde —fuera de dos pueblos y diez valles de negros— éramos un escondrijo de gente perdida. San Miguel era difícil de gobernar desde San Salvador, con un cabildo que agarró una jurisdicción sobre toda esa tierra de 40 leguas, cuando por ley solo le concedieron cinco leguas; esa ciudad era ingobernable.
Teníamos otro mal grave: los indígenas que viven mezclados con los milicianos (afrodescendientes), y estos no solo han corrompido a esos infelices con sus costumbres depravadas, sino que también se han apropiado de sus tierras; mientras que los indios, entregados al vicio por sus tratos con ladinos (afrodescendientes e indígenas europeizados), se han ido disminuyendo visiblemente, víctimas de enfermedades provocadas por la embriaguez.
Este concepto los sansalvadoreños lo traían desde la época colonial. Siendo considerados un infierno de disidencias y caudillismos con que nos perseguíamos unos a otros, nunca les interesó ampliar la villa, porque no era ampliar el país, sino San Miguel. Y eso era darles poder a arrogantes facciones añileras que ni católicos eran, y que podían terminar desplazándolos del poder.
Fue bajo esa lógica egoísta que El Salvador renunció a Choluteca, Olancho en Honduras y León, Nicaragua: zonas en las que San Miguel ejercía influencia política y económica con el llamado arco de Conchagua durante la colonia española, lo que representaba una fuerza regional e ístmica que bien pudo ser salvadoreña. De allí la vieja idea de crear una ciudad que ahora se propuso como Bitcoin City por Nayib Bukele.
Esta jugada política data desde 1862, cuando Gerardo Barrios intentó (antes de ser derrocado por una revuelta popular) una nueva versión de Federación de Centroamérica con Honduras, Nicaragua y El Salvador, y anunció a San Miguel como capital.
Corolario: Barrios nunca creó su Federación ni logró hacer de San Miguel la capital. Bukele ya no volvió a hablar de Bitcoin City. Lo cierto es que El Salvador pudo tener más de 20 mil kilómetros cuadrados, pero esa posibilidad pasaba por crecer hacia el actual oriente. Los sansalvadoreños, que no deseaban darle poder de veto e influencia en la política nacional a las élites migueleñas —por considerarlas conservadoras—, mientras los liberales las veían como aristocráticas y monárquicas, siempre eligieron entre darles más territorio o mejor reducirlos, aunque eso dañara la república.
Fue así que los conservadores, bajo el gobierno de Francisco Dueñas y para terminar de derrotar al partido vinotinto de Gerardo Barrios en 1865, dividieron San Miguel —el departamento más grande de El Salvador— en Usulután y La Unión.
Y una quinta columna del liberalismo, Santiago González, asustado porque en San Miguel podía iniciar su derrocamiento por traidor al caudillo Barrios en 1875, redujo aún más San Miguel, creando el departamento de Morazán.

Óscar Picardo Joao
Óscar Picardo Joao