Roma marca principios y avances del pensamiento, pero también los extremos de la ambición, la locura y la imposición.
Roma marca principios y avances del pensamiento, pero también los extremos de la ambición, la locura y la imposición.
Después de Julio César, asesinado por un grupo que quiso salvar la República y en el que estaba Bruto —que él veía como a un hijo—, la persona que él había designado como el heredero de su nombre y su fortuna fue Octaviano. Este joven a los diecinueve años tuvo que enfrentar una coalición de asesinos de César, entre los cuales se encontraban Marco Antonio y Casio, sus previos aliados.
Al asesinado César le habían advertido que el Idus de Marzo —una denominación romana para meses y días— era una fecha «nefasta» para él; su respuesta fue «ha llegado el Idus de Marzo y nada ha sucedido», a lo que, según la historia, le respondieron que «había llegado el día pero no se había terminado…».
Las premoniciones son una realidad que los sicólogos de nuestro tiempo reconocen como válidas: el que una persona tenga la sensación, el «feeling» de que algo va a sucederle, lo que por regla general no muchos lo experimentan.
Octaviano se encontró con el poder del Imperio Romano en sus manos, lo que le llevo a una inesperada reacción: perdonó a los descendientes de sus antiguos y derrotados enemigos, les restituyó en sus cargos e inició una serie de obras públicas tanto en Roma como en las principales ciudades del Imperio, por lo que se dice que «encontró ciudades de ladrillo y las dejó convertidas en mármol…».
Es en honor de Julio César y Augusto que se denominaron los meses de julio y agosto.
El «buen Augusto», como lo menciona Dante Alighieri en su «Comedia» (a la que Giovanni Boccacio, el autor del Decameron, le agregó el calificativo de «Divina» como ha llegado hasta nuestros días) entre sus muchas obras e iniciativas destaca una en particular: para cuidar la moral de los romanos mandó al exilio al poeta Ovidio, el autor de la Metamorfosis y «el arte de amar», donde detalla lo que un enamorado debe hacer para conquistar a una mujer, a lo que agregó un capítulo dedicado a los que luego se arrepienten…
Lo irónico en esto es que la «Metamorfosis» de Ovidio es la única obra literaria romana que ha llegado íntegra hasta nuestros días, escrita en un latín poético, musical…
Más de dos milenios después, el Imperio Romano marca nuestros días y sigue siendo base de la sociedad moderna con el derecho, la religión, la filosofía, las artes y las lecciones de la historia, que involucran ambición, coraje, visión, traiciones, sometimiento de los pueblos por la fuerza o “el pan y el circo” —ahora menos pan y más circo— que distraen a las gentes.
La tragedia de Augusto, vista en la perspectiva del tiempo, se deriva que su último matrimonio fue con Livia, una harpía envenenadora que tenía un hijo mayor, el futuro emperador Tiberio, que al asumir el poder pasó alejado de Roma por el odio del pueblo romano hacia él.
Se dice, en la perspectiva del tiempo, que Livia envenenó a los dos pequeños hijos de Augusto para «dejar libre» el camino a Tiberio, un drama que se repite siglos más tarde, en parte recogido por el gran pintor renacentista Piero de la Francesca, que pintó al condottiere (que dirigía grupos guerreros mercenarios) Federico de Montefeltro, que envenenó a su hermano mayor para asumir el ducado.
Tiberio era odiado en Roma, por lo que se retiró al sur, a lo que ahora es Nápoles y Capri, bañándose con mujeres en la costa y particularmente en la Gruta Azul que al día de hoy se puede visitar.
La malasangre de Livia culmina en Calígula (“Botitas”), uno de los capítulos más tenebrosos de la historia romana, el mismo que ponía a “luchar” a las legiones contra el mar y permitió las primeras persecuciones de los cristianos hasta que fue asesinado por sus guardias.
El Imperio fue gobernado por individuos que iban desde pensantes y filósofos, como Marco Aurelio y Constantino, hasta enloquecidos como Nerón y el mismo Calígula.
Pero siempre el Imperio estuvo marcado por los magnicidios, la felonía y la tragedia, mismas que llevaron a la caída del Imperio Romano de Occidente en el 476 d.C.
Roma marca principios y avances del pensamiento, pero también los extremos de la ambición, la locura y la imposición que llevan a las nuevas dictaduras y despotismos, increíblemente presentes en el Siglo XXI.
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