París, 1894. La guerra franco-prusiana aún duele en la memoria y en el Estado Mayor francés estalla un escándalo: alguien ha estado pasando secretos militares a los alemanes. Rápidamente los altos mandos encuentran a su culpable ideal: Alfred Dreyfus, un joven capitán de excelentes antecedentes, pero que era judío en una época de exacerbado antisemitismo. Las pruebas eran flojas y los documentos dudosos, pero lo juzgan y condenan por traidor y lo envían a prisión a la Isla del Diablo, en la selva sofocante de la Guyana Francesa. Es hasta cuatro años después, cuando Émile Zola, un famoso escritor, escribe y publica indignado una carta en la que acusa a los generales y a los jueces por haber condenado a un inocente. Todavía habrían de pasar seis años más para que Dreyfus fuera declarado inocente y volviera al ejército con el uniforme limpio y la frente en alto. Este caso es un ejemplo extremo del fenómeno conocido como sesgo de confirmación. A pesar de la falta de pruebas, los jueces solo buscaron evidencia que confirmara su culpabilidad y rechazaron cualquier dato que sugiriera su inocencia. Cuando las personas buscan información creen que están siendo racionales, analizando datos de manera imparcial y llegando a conclusiones objetivas, pero la realidad es muy diferente. El cerebro humano no está diseñado para buscar la verdad, sino para reafirmar lo que ya cree. El sesgo de confirmación conduce a seleccionar, interpretar y recordar la información de una manera que encaje con nuestras creencias. Es decir, …