El oficio de difamar (diffamare) cada vez es más común en las redes sociales; administrar esto implica cierta madurez.
El oficio de difamar (diffamare) cada vez es más común en las redes sociales; administrar esto implica cierta madurez.
En las redes sociales hay una fauna de sujetos dedicados a difamar, mentir, tergiversar diversos hechos con fines concretos: 1) Intentar quedar bien con el presidente (son los que le etiquetan en sus comentarios), los típicos “empleados del mes”; 2) Saciar la necesidad patológica de los que tienen el oficio de sicarios digitales a sueldo; y 3) Resolver problemas de personalidad, personajes frustrados y mediocres que han encontrado en las redes sociales una plataforma de expresión para liberar sus complejos, disfrazándolos con posiciones políticas, económicas, sociales y culturales.
Umberto Eco, magistralmente, en La Stampa (2015) manifestó: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.
El oficio de difamar (diffamare) cada vez es más común en las redes sociales; administrar esto implica cierta madurez y evitar entrar en debates con esta gente, ya que tienen harta experiencia. Ignorarlos es la mejor medicina, al final van construyendo una reputación negativa y fugaz, y nadie que sea serio les toma en cuenta.
La semana pasada tomé la decisión de renunciar al cargo de Director Editorial en este medio, y envié un mensaje escueto a mis contactos; en pocos minutos, se desató una ola de mentiras fabricadas y planificadas para dañar mi imagen y la del periódico con diversas teorías conspirativas inventadas: Lo removieron, lo despidieron, cambió la línea editorial del periódico y un largo etcétera.
No debería dar tantas explicaciones para un hecho sencillo, privado y natural en mi vida profesional; he trabajado en varias instituciones prestigiosas –Universidad de El Salvador, Organización de Estados Iberoamericanos, Colegio García Flamenco, ISEADE-FEPADE, Universidad Francisco Gavidia, etcétera- y siempre he salido por la puerta de enfrente, con la cabeza en alto y dejando una huella positiva. He cuidado mi ética profesional en mis responsabilidades profesionales.
Mi renuncia a El Diario de Hoy, luego de seis meses, obedeció a una valoración personal de mi tiempo y calidad de vida; esta responsabilidad es intensa y requiere una atención casi a tiempo completo, sin fines de semanas ni asuetos. Algo que no dimensioné al inicio, pero luego de un ciclo prudente valoré y tomé una decisión. Simple.
Durante este breve tiempo de aprendizaje y riesgos editoriales logramos publicar ediciones dominicales de alto valor agregado, algo que fue muy bien valorado por muchos y que a unos pocos les dolió en el alma; y esto es mi mayor satisfacción. Además, creamos nuevos productos editoriales, mejoramos la sección de opinión con nuevos columnistas y con una nueva estética; y desarrollamos investigaciones periodísticas que demuestran en dónde estamos parados.
La industria editorial atraviesa diversas tormentas financieras, digitales y políticas; navegar en estas encrespadas aguas me pareció una tarea fascinante y lo hice con dignidad y profesionalismo. Agradezco la oportunidad a la familia Altamirano. Me voy muy satisfecho y contento, quizá se pudo hacer más, pero lo que hicimos dejó huella y está en las métricas que manejamos.
Así como recibí odio, mentiras y difamación, también me llegaron mensajes alentadores durante estos meses, los cuales valoro y agradezco en sobre medida. De hecho, mientras escribía este artículo recibí una llamada reconfortante del Dr. Fabio Castillo, quien asombrado y citando a su Maestro Reynaldo Galindo Pol, me aconsejó volver a la honorable docencia universitaria.
Pese a que llevaba muchos años como columnista en El Diario de Hoy, mi experiencia en la Dirección Editorial fue muy distinta; cada día se escribe y diseñan varias páginas de la historia reciente, y se debe hacer con seriedad y rigor periodístico. En estos seis meses cometimos un par de imprecisiones que nos tocó corregir y reconocer, y esto es parte de la realidad humana y de la epistemología editorial, los límites de la verdad a veces son complejos. Pero lo importante es reconocer los errores y enmendarlos, y lo hicimos con valentía y profesionalismo.
Esta es la historia sin más de mis seis meses en El Diario de Hoy como Director Editorial, en las redes sociales seguirán las mentiras, difamaciones y tergiversaciones, porque hay que alimentar a las mentes bajitas, a la corrupción, a la impunidad, al compadrazgo y al clientelismo de nuestra deshonrada política contemporánea.
El periodismo, hoy, es un enemigo, y todos los que trabajamos en este sector somos sospechosos y sediciosos. La transparencia, la rendición de cuentas, las preguntas incómodas son mal vistas; por el contrario, se premia y celebra la reserva de información, ocultar los datos y enarbolar un nuevo estilo de vida política basada en la propaganda y el marketing. Pero como dice el proverbio “esto también pasará…”
Finalmente, debo dedicar unas palabras de elogio al equipo humano de editores y periodistas de El Diario de Hoy, quienes me ayudaron y también siguieron los nuevos lineamientos. Un profundo agradecimiento a Rossy, Susana, Evelyn, Jessica, Wilfredo, William, Mauro, Thelma, Rosemarie, Katlen, Edgardo y sus periodistas; y a otras direcciones y unidades que confiaron en nuestro trabajo. También a Mario González, un buen bastón de apoyo y consejero en momentos difíciles.
Simplemente gracias…
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