“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota” (Madre Teresa de Calcuta).
“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota” (Madre Teresa de Calcuta).
El papa León XIV afirmó que más de 673 millones de personas se acuestan sin comer cada noche y que 2,300 millones no pueden permitirse una alimentación adecuada. Esto fue parte de su discurso ante la FAO en octubre recién pasado y recalcó que el hambre es un “fracaso colectivo”, lamentando incluso el uso de los alimentos como arma de guerra ante los conflictos.
Como nutricionista, estos datos me consternan… y me invitaron a revisar cuanto hemos superado en El Salvador la problemática de desnutrición infantil aguda, a pesar que aún persiste la desnutrición crónica.
Las estadísticas del país muestran que en el 2024 el 10% de los niños menores de 5 años tenían retraso de crecimiento y el 5% bajo peso. Y según informes del Programa Mundial de Alimentos (PMA), la desnutrición crónica también definida como talla baja afectaba al 14% de la población infantil.
Es importante señalar que la desnutrición infantil, además de las repercusiones en el crecimiento, desarrollo y estado de salud de los niños, representa un impacto negativo en el rendimiento escolar, ya que 4 de cada 10 niños con desnutrición no terminan la escuela primaria. Y que a futuro la competitividad de un país depende de la nutrición de sus niños.
Factores como bajos recursos económicos, enfermedades a repetición, la educación materna, el saneamiento ambiental y fenómenos climáticos son determinantes en el acceso, la disponibilidad y el consumo de los alimentos
Hoy, intento rememorar la labor de los fundadores de “Vinculo de Amor”, quienes por 33 años trabajaron de forma tenaz y esmerada para mejorar la nutrición de los niños y niñas de El Salvador y cambiar sus vidas. Conocí a Sam y Julie Hawkins en el año 2000, una pareja de norteamericanos que habían llegado al país y en 1987 fundaron un hogar para recuperar a niños con desnutrición severa que requerían internamiento. Fui testigo de cientos de historias de niños de todo el país que se recuperaron. Recuerdo particularmente a Enrique M., que a sus 5 meses de edad debido a una neumonía complicada entró pesando tan solo 6 libras y al darle de alta, la báscula marcaba 14 libras… ¡había duplicado su peso en 2 meses! Y de Omar R., ese niño que le apretaban los zapatitos al caminar y que le encantaba comer pollo. Había entrado hueso y piel, facie senil como se describe en la bibliografía de nutrición o sea “cara de viejito” por la falta de grasa corporal. Su padre, un hombre de campo con su típico sombrero color crema, no pudo contener las lágrimas al verlo ya recuperado, se transformó en un niño de mirada vivaz, sonrisa espontánea y peso normal…¡Era otro Omar! Y qué decir de Eric, de Lidia, de Alex, de Cindy, de Sonia, de José Miguel, de Manuelito, de Kevin y tantos más cuyos nombres se los llevó Sam escritos en su pecho cuando partió a la casa del Padre en 2019 debido a un infarto al corazón.
Durante casi 15 años que colaboré con ellos, vi el amor y cuidados con que trataban a cada niño y de como la divina providencia intervino para abastecer de leche y de insumos a través de corazones e instituciones generosas Y más aún, con el programa “canasta de amor”, íbamos a los municipios de mayor riesgo nutricional brindando atención médica, nutricional y canastas básicas. Apoyamos Izalco, Tacuba, Cuisnahuat, el Paisnal, Guazapa, Santiago Texacuangos, Santo Tomás, Panchimalco, Planes de Renderos…Y Sam siempre iba manejaba su pick up lleno de víveres para las familias. En cada comunidad ví la pobreza a los ojos mientras calmábamos su hambre.
Ahora, desde hace 9 años, apoyo un nuevo Proyecto: Nutri-misión. Seguimos haciendo las mismas acciones con diferentes caritas: jornadas médicas y de nutrición con entregas de alimentos de la canasta básica. Iniciamos en Miramundo, Chalatenango y ahora estamos en San Julián (Sonsonate) con iniciativas que mejoran la seguridad alimentaria como talleres de huertos caseros, talleres culinarios y entregando filtros de agua. Y los niños se van recuperando mientras que sus madres se van capacitando.
Termino con la frase de Madre Teresa de Calcuta que me anima, pues sé que hay tanta necesidad en el mundo: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”.
Maestría en Nutrición
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