El País, The Guardian, Die Welt, The Washington Post, El Mundo (periódicos de los que se pueden decir muchas cosas, menos que sean confesionales),recientemente han prestado atención en sus páginas editoriales a un fenómeno muy interesante: la notable presencia en el mainstream cultural de lo religioso en general, y de los valores católicos en particular.
Allí está, como botón de muestra, el último disco de Rosalía, una cantante pop que en un puñado decanciones contenidas en su album “Lux” está haciendo furor -tanto por la calidad de su música como por el contenido de las letras- entre todo tipo de personas. Un disco definido por la AI como “un viaje espiritual que explora temas de mística femenina, transformación y trascendencia; en el que se aborda poéticamente la dualidad entre lo terrenal y lo divino y refleja la búsqueda de la cantante de la paz interior por medio de la conexión con lo sagrado” (¡¿?¡)… una declaración que hasta hace pocos años habría parecido surrealista, por decir lo menos.
Como sea, lo cierto es que lo católico está de moda. O si se quiere ver desde otra perspectiva, parece haber una vuelta a coordenadas y valores espirituales que hasta hace poco no solo estaban proscritos, sino quehacer referencia en público era -por decir lo menos- de pésimo gusto.
Alguien podría argumentar que a fin de cuentas es un fenómeno artificial, provocado mercadológicamente. Sin embargo, hay estadísticas que muestran un resurgir espiritual entre gente joven, mayor asistencia a lugares de culto y mayor interés por lo que tiene que ver con la religión.
De hecho, los artistas no solo crean tendencia, sociológicamente hablando, sino también -más importante- detectan vanguardias y van unos pasos delante de la sensibilidad de la gente.
Lo pop es por definición superficial, cambiante. No es el caso. En esta “vuelta” de la religión hay mar defondo; pues, evidentemente, la religiosidad se está abriendo paso en una cultura que viene de vuelta de la nietzscheana muerte de Dios, y ahora llena estadios para escuchar música de Hakuna.
Señalan los entendidos que el fenómeno religioso se abre paso con fuerza. Un periodista español apuntaba hace pocos días: “Este pasado viernes, se estrenó“Los domingos”, la última película de Alauda Ruiz de Azúa, que narra la vocación de clausura de una joven. Cuentan los que asistieron al estreno que las butacas estaban llenas no de muchachos beatones con pantalones chinos y zapatos castellanos, sino de chavalas con el pelo teñido y tatuajes a las que se les saltaron las lágrimas tras el visionado”.
Los pensadores, los intelectuales, también han tomado el testigo. Byung-Chul Han, el filósofo alemán de origen coreano que declara sin ambages que es católico, recibió recientemente el premio Princesa de Asturias en la rama de humanidades por su libro titulado “Sobre Dios”. Un hecho que hace una década habría sido impensable, y que hoy día no solo se presenta como rebeldía o vanguardismo sino, y allí está lo importante, como algo normal, natural si se quiere, para una juventud libre de prejuicios.
Se podría discutir bastante acerca de las causas del fenómeno que venimos apuntando. Sin embargo, tengo para mí que en un mundo refractario y hostil a cualquier certeza, la vuelta a creencias sólidas, capaces de explicar y dar sentido a la realidad, resulta muy atractiva en general y apasionante en particularpara las desprejuiciadas nuevas generaciones.
Como ha visto lúcidamente Diego Garrocho en un artículo publicado en El País: “la negación de la trascendencia, la impugnación consciente de la belleza, la renuncia a la condición ritual y litúrgica del ser humano o el abandono del cultivo del espíritu han generado un movimiento reactivo en las nuevas generaciones, que han encontrado refugio en la fe. Cada vez que la humanidad se duele, la religión prospera”.
Ingeniero/@carlosmayorare