La disputa entre los medios de comunicación y la web acerca del derecho a acceder a la información, a los datos y a los hechos, no es nueva. Hace más de una década los periódicos acusaban a Google de aprovechar artículos originales de medios de comunicación “formales”, noticias y fotografías publicados en la red, y llevarse los resultados de publicidad cuando se accedía a ellos mediante el motor de búsqueda.
Esa querella se arregló con modificación de las leyes que regulaban el copyright en los países donde se pone atención a esos “detalles”… en otros, reino de la piratería, el concepto mismo de copyright parece ser irrelevante, y esas disputas sobre propiedad intelectual y derechos de autor entran en la categoría de lo que conocemos en estos pagos como realismo mágico.
Ahora mismo está pasando con las aplicaciones que utilizan Inteligencia Artificial. Videos, textos, imágenes, producidos por IA por medio dichas aplicaciones, y que toman como base lo publicado en la red (que tiene copyright), están causando bastante escozor en los dueños de los derechos de publicación. Y no sin razón… pues al final del día terminan no tanto por perder dinero, sino por dejar de percibir lo que tienen derecho, a partir de sus creaciones originales.
Realistas o fantásticas, más o menos graciosas, importantes o insustanciales… no importa. Las creaciones que se logran mediante IA son un problema que implica dinero. Además de promover el típico engaño del que compone un texto con las aplicaciones y lo presenta como propio tanto en ámbitos académicos como comerciales.
La IA ha llegado no solo para quedarse, sino para transformar el modo como trabajamos. Para modificar -incluso- el concepto de propiedad intelectual.
De hecho, y para poner un ejemplo, OpenAI ya ha sido llevada a los tribunales por el New York Times, quien acusa a los creadores de la aplicación de utilizar sin permiso los artículos del periódico para los resultados que los usuarios obtienen con su uso. Lo mismo que en su día pasó con Google está ahora pasando con OpenAI, ChatGPT, Copilot, Canva, Pichi, DeepL, Suno, ReadAI e incluso Google Translate, por mencionar algunas de las más significativas.
Propiedad intelectual y derechos de reproducción están “bajo amenaza”.
Hasta hace poco, uno buscaba cualquier tema en un motor de búsqueda y éste listaba un elenco de enlaces a sitios donde podía encontrarse información. Hoy día, cuando se realiza una búsqueda, se obtiene una respuesta en lugar de enlaces. Una respuesta que está confeccionada a partir de sitios web que han sido consultados por Copilot, por ejemplo, y ante la satisfacción del usuario con la respuesta mediada por IA los sitios web dejan de ser visitados por el usuario, perdiendo no solo tráfico sino, lo más importante, dinero.
La pregunta de fondo es ¿servir al público respuestas elaboradas con información de otros, puede ser considerado como abuso, como reproducción de material sobre el que no se tiene derecho alguno?
La serpiente se muerde su cola pues soltando la imaginación llegará el momento en que la inteligencia artificial se leerá a sí misma y todas las cuestiones sobre derechos de autor se parecerán más a las imágenes que se pueden contemplar en un salón de espejos de feria que al reflejo de cosas “reales”, “verdaderas”.
Los pesimistas presagian un mundo en el que todos haremos como si lo real es lo ficticio y lo ficticio se volverá la verdadera realidad… mientras los optimistas apuestan por una solución consensuada, mediada por el derecho, sensata.
Mientras tanto, las obras creadas por IA no solo están ganando popularidad, sino credibilidad. Lo que abre la puerta a un mundo cada vez más orweliano, cada vez más mediado, cada vez menos libre.
Lo verosímil terminará por ganar la partida a lo verdadero… y todos tan contentos (aparentemente).
Ingeniero/@carlosmayorare