Del mismo pueblo sólo quedaba la vieja estación ferroviaria de descolorida madera. Sus pobladores y viajantes ya no estaban.
Del mismo pueblo sólo quedaba la vieja estación ferroviaria de descolorida madera. Sus pobladores y viajantes ya no estaban.
Después de dejar atrás el abismo de Izpaguaxi el tren continuó su viaje legendario y eterno. Al llegar por fin al pueblo de “Tres Pasos” vi a mi junto a mí sólo el vacío y las cenizas del habano -dorado y aromoso- del misterioso acompañante de aquel desconcertante viaje. En derredor todo había desaparecido. Del mismo pueblo sólo quedaba la vieja estación ferroviaria de descolorida madera. Sus pobladores y viajantes ya no estaban. Tan sólo un rótulo de madera colgaba de la pared con su desleído nombre entre la polvareda de un tiempo perdido. Talvez no hubiera sido así de no haber arrojado al abismo la maleta del incierto viajero que había ido junto a mí durante la travesía. El mismo que -como queriendo deshacerse de lo triste del pasado- llegara en su desvarío a ofrecerme en su “último viaje” un pueblo por herencia. Todo a cambio de quedarme con su desolador pasado. Desde entonces sé que es imposible deshacerse del ayer –como aquel enigmático viajante—sin caer en el profundo abismo del tiempo perdido. La misma maleta de viaje que guarda nuestros sueños, heridas, culpas, dulzura y errores de nuestra vida pasada. Porque el ayer es a la vez triste y feliz; dichoso y fatal; nuestro e irrecuperable. De lo contrario ¿Qué fue lo que vi -y nunca más volveré a vivir- en aquel viaje a un desconocido y ya borrado pueblo de la región del Izpaguaxi? (y IV) de “Leyenda del Otro Lado de la Piel” © C.B
La realidad en tus manos
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