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Bloqueadores de experiencias

Los niños necesitan experiencias para conocer su propio cuerpo, su carácter, a los demás, el mundo en el que crecen y vivirá de adultos. Privarlos de ellas es ponerlos en peligro de otra manera.

Ante las crisis psicológicas que pasan muchos adolescentes hoy día, los psicólogos e investigadores han estado profundizando en las causas que les habrían llevado a padecer muchas condiciones conuna raíz común: inseguridad. 

Como la amplitud de esas crisis es un fenómeno nuevo, los estudiosos se han centrado en los factores que antes no estaban presentes en la infancia y adolescencia de los jóvenes, y que ahora sí son más comunes en la vida de muchos de ellos.

Concretamente, han identificado dos factores: lo que en general se ha llamado “las pantallas”, el contacto desde la primera infancia con un mundo mediado por la virtualidad; y una cierta sobreprotección por parte de los adultos (padres, profesores, parientes cercanos) que se empeñan enhacer la vida de los más jóvenes una experiencia ya no solo cómoda y agradable, sino, principalmente, una vida sin riesgos. 

En “La generación ansiosa”, un libro muy exitoso de Jonathan Haidt, recientemente publicado, este autor señala que “Los smartphones, junto con la sobreprotección, actúan como ‘bloqueadores de experiencias’, lo que dificulta que los niños y adolescentes obtengan las experiencias sociales encarnadas que más necesitan, desde juegos arriesgados y aprendizajes culturales, hasta ritos de iniciación y vínculos románticos”.

Si a esto le sumamos que el número de hijos por familia -que desde la perspectiva de los niños se podría llamar “oportunidades de relación con otros”- ha disminuido, simplemente por cambios demográficos y decisiones de los adultos, podríamos añadir un nuevo “bloqueador de experiencias” a la vida de las jóvenes generaciones. 

Abigail Shrier, autora de un libro de título explícito: “Mala terapia. Por qué los niños no maduran” señala que, en general, los adultos “asumimos con plena fe (y sin la mínima prueba) que una crianza más amable sólo podía producir niños mejores. ¿Acaso no debían crecer las flores entre algodones? Pero resulta que crecen mejor en la tierra”.

Vivimos, de algún modo, en un mundo casi obsesionado por la seguridad y quizá por ello, consciente o inconscientemente, muchos padres de familia piensan que un rol importantísimo en la crianza de sus hijos es el que tienen como hiper supervisores de los pequeños, o no tan pequeños, retoños. 

Una actitud que produce hijos hiper-vigilados que no encuentran obstáculos (físicos, emocionales, sociales) en su camino habitual, pues los adultos se encargan de irlos quitando del camino de sus vidaspara que ellos nunca tropiecen, tengan que dar rodeos, subir cuestas, atravesar barrancos, etc.

Además, es una experiencia cada vez más extendida que los padres llenan la vida de sus hijos con actividades extraescolares (que pueden “controlar”y que suponen nada o casi nada de riesgo); o les permiten pasar largos tiempos del día en la “seguridad” de sus habitaciones, eso sí, pantallas mediante entretenidos en juegos virtuales y experiencias de relación en lo que alguien ha llamado (irónicamente) redes “antisociales”, debido al aislamiento físico y los problemas psicológicos y de falta de seguridad que cada vez con más frecuencia están produciendo las redes sociales. Como cae por su peso… eso también resulta a fin de cuentas “bloqueadores de experiencias”.

Parecería que Murphy, y su célebre ley, se hubieran instalado en la mente de muchos adultos, pues hoy día parecería que se tiende, en relación con la seguridad de los hijos, a pensar primero en el peor de los escenarios, y actuar en consecuencia, creando más “bloqueadores de experiencias” que si bien en el corto plazo permiten una vida segura y sin riesgos, en el mediano (hay suficientes estadísticas que muestran con claridad lo que está pasando) producen adolescentes inseguros, dependientes, infelices. 

Los niños necesitan experiencias para conocer su propio cuerpo, su carácter, a los demás, el mundo en el que crecen y vivirá de adultos. Privarlos de ellas es ponerlos en peligro de otra manera. Así, como reza el dicho popular, hay padres que “queriéndose persignar, terminan por arañarse”. 

Ingeniero/@carlosmayorare

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