Gorbachov intentó apaciguar a los conservadores y a los que deseaban cambios más profundos.
Gorbachov intentó apaciguar a los conservadores y a los que deseaban cambios más profundos.
El progreso consiste en el cambio
Miguel de Unamuno
Este 9 de noviembre se cumplieron 36 años de la caída del Muro de Berlín y una buena forma de recordarlo es a través de la lectura de una biografía de Mijaíl Gorbachov, uno de los arquitectos de aquella caída, del fin de la Guerra Fría y de su propio país, la Unión Soviética.
En este caso, se trata de la biografía de Mijaíl Gorbachov del escritor francés Bernad Lecomte (Editorial Perrin, 2014), periodista licenciado en Lenguas Orientales y Ciencias Políticas, autor de varios libros sobre los papas y el Vaticano, que nos permite hacer un recorrido por la vida del último dirigente de la Unión Soviética, su infancia y juventud durante el período estalinista; las carencias sufridas durante y después de la Segunda Guerra Mundial; su personalidad, sueños, éxitos y fracasos; su visión de la Unión Soviética y de su papel en el mundo, del Partido Comunista y su relación con sus partidos hermanos a lo largo y ancho del planeta; su profundo e inquebrantable amor por Raisa Maximovna Titarenki, su esposa; su comprensión del costo del imperio, de la carrera armamentista y de la ayuda a los movimientos revolucionarios en diferentes partes del mundo y de la burocracia que se había desarrollado desde la Revolución de Octubre y que había llevado al país al estancamiento total.
De acuerdo con el autor, los objetivos de Gorbachov eran muy claros: modernizar el sistema socialista mediante la Perestroika (reestructuración) y la Glasnost (transparencia), y mantener la unidad del país, pues la identidad nacional de las repúblicas de la Unión Soviética era una realidad que nunca había desaparecido, aunque hubiera estado disfrazada y oculta durante décadas.
Sostiene que Gorbachov llegó a una conclusión clara y sencilla: sin reformas, el sistema, y quizá el propio país, no podía sobrevivir. Sin embargo, a lo largo de su obra nos muestra la dificultad de esa tarea en un país donde la ideología se había erigido en dueña absoluta del pensamiento, y el Partido Comunista, presentado como la vanguardia de la clase obrera, se ubicaba por encima del Estado, con un discurso bien fundamentado y ensayado que abogaba por la lucha de clases, «el interés sacrosanto de la clase obrera», la lucha permanente contra los enemigos de clase y el marxismo-leninismo como única verdad, sin defecto ni debilidad, que debía conducir al comunismo.
Algunas consecuencias: una enorme e ineficiente burocracia; la falta de estadísticas confiables, pues nadie sabía realmente cuál era el crecimiento económico, el gasto militar, las subvenciones a los países de Europa del este y a los partidos hermanos en el mundo, etc.; el excesivo gusto de los dirigentes por las condecoraciones y su extrema arrogancia; la malversación y robo de recursos estatales que se convirtieron en «fraude organizado»; los problemas de producción y distribución de bienes de consumo y su consiguiente escasez.
Dado que el sistema se basaba en ventajas materiales mucho más que financieras, la mayoría de los burócratas y funcionarios se oponían a cualquier cambio, por mínimo que fuera. Algunos de los privilegios que la nomenklatura (la élite de políticos y funcionarios del Partido Comunista) corría el riesgo de perder incluían: apartamentos gratuitos; dachas (casas de campo); automóviles; choferes; servicio doméstico; acceso a supermercados exclusivos; alimentos entregados directamente por los productores; viajes de negocios; aguinaldos; acceso a libros extranjeros; y atención médica y tratamientos de salud en el Mar Negro o en el Mar Báltico.
Para lograr sus objetivos, Gorbachov impulsó la perestroika y la glasnost, pese a las advertencias de personas como Andrei Gromyko (ministro de Asuntos Exteriores de 1957 a 1985) de que pondrían en peligro la existencia del sistema y del propio país. En todo caso, Gorbachov se cuidó de presentar la perestroika y la glasnost en términos del marxismo-leninismo y, en su crítica de la situación del país, no criticó al partido sino el culto a la personalidad. La perestroika, en efecto, transformó el país; la glasnost lo abrió y disipó su opacidad y misterio.
Gorbachov intentó apaciguar a los conservadores y a los que deseaban cambios más profundos, adoptó medidas impopulares como prohibir el alcohol, y prometió un futuro brillante mediante interminables discursos que recalcaban la importancia de acelerar las reformas, pero el resultado fue que la población perdió la fe y se convenció de que se trataba de meras promesas vacías que en vez de mejorar su vida diaria la empeoraban. El desastre en la planta nuclear de Chernóbil tampoco ayudó, ya que puso de manifiesto los problemas de su gestión.
Así las cosas, resultó que uno de sus objetivos, la glasnost, se contrapuso al otro, la perestroika, para enterrar el sistema, pues la glasnost permitió la crítica abierta y sin censura de la perestroika, e incluso de Gorbachov y su gobierno, y del gobierno central por parte las repúblicas. En todo caso, la población acabó teniendo una opinión muy negativa de Gorbachov y al leer el libro se tiene la impresión de que era muy bueno para el análisis, pero muy malo para ejecutar sus propias ideas. Y así, poco a poco, todos los elementos se fueron alineando para que perdiera su apuesta y la partida.
Abogado y exdiplomático salvadoreño
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