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“¡El diablito coloradito!”. Lotería de cartón, una alegre tradición que sigue vigente

La lotería de cartón, un juego tradicional con raíces mexicanas, sigue siendo para miles de salvadoreños un espacio de encuentro, alegría y emoción cotidiana.

Lotería de cartón

En tiempos donde los videojuegos y los casinos dominan el ocio, la lotería de cartón resiste con fuerza y encanto. Su éxito radica en la conexión humana, la conversación, las risas, los rituales compartidos y la nostalgia de una época más sencilla.

Es cultura popular y parte de nuestra identidad. Son espacios que permiten socializar, relajarse y sentirse parte de una comunidad. Es un escape y una celebración a la vez.

La lotería mexicana, ese juego colorido de cartas con figuras como “el gallo”, “la dama” “el diablito”, “la chalupa”. “la sirena” o “el catrín”, llegó al país hace varias décadas. En su origen fue un entretenimiento para las élites, pero con el tiempo se transformó en una actividad popular, jugada en fiestas familiares, ferias patronales y, más tarde, en espacios públicos, como la Lotería La Central, en el Centro Histórico de San Salvador.

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Lotería de cartón.
Lotería La Central. Foto EDH / Francisco Rubio

En la 1a avenida sur y pasaje Fajardo, en medio del bullicio de la ciudad, entre el ir y venir de la gente, se ubica esta recinto de entretenimiento donde el tiempo parece detenerse. Este espacio funciona desde hace tres décadas y en ella se conserva viva la tradición de las loterías de cartón mexicanas, ese popular juego que ha acompañado a generaciones enteras de salvadoreños.

Allí, los empleado comienzan su jornada a las 10:00 de la mañana, alistando el lugar, mientras los primeros jugadores esperan pacientemente la apertura oficial a las 12:00 del mediodía. El bullicio se extiende hasta las 7:30 de la noche.

Cada tarde, decenas de personas desfilan por las puertas de esta lotería. Algunos llegan temprano para “agarrar un buen cartón”, otros van directo después del trabajo. Los hay solitarios, parejas, grupos de amigos e incluso familiares que juegan en equipos. Cada jugador tiene su cartón de la suerte, su ritual; algunos hacen la señal de la cruz a cada tablero antes de empezar, otros lo golpean suavemente tres veces pidiendo buena fortuna.

“Yo vengo con frecuencia, y no hay día que me aburra. Esto es parte de mi rutina, de mi alegría”, comenta entre risas María Elena Figueroa, una jubilada de 68 años que llega cada tarde.

La dinámica del juego es sencilla pero un tanto adictiva. Cada jugador “compra” uno varios cartones compuesto de 16 de figuras distintas; a medida que el cantador extrae las bolitas y grita los nombres —a veces con picardía o frases tradicionales—, los jugadores van cubriendo las imágenes con granos de maíz. Quien llena su cartón primero, gana.

La Central, un espacio de recreación para los trabajadores del centro histórico aún sobrevive a las nuevas disposiciones de uso de inmuebles y de impuestos establecidos por La Autoridad de Planificación del Centro Histórico de San Salvador.
Foto: EDH / Francisco Rubio

“¡El Borracho en la cantina!”, grita el cantador desde su cabina. Las voces se cruzan, las risas estallan y algunos murmuran frustrados por no tener la figura en su cartón. De pronto, un golpe seco retumba en una de las mesas, literalmente es un golpe de suerte.

Así se viven las tardes en la Lotería La Central, un local que alberga cerca de 3,000 cartones distribuidos en una amplia galera, con mesas que se llenan desde el mediodía.

Un negocio de tradición y modernidad

Aunque conserva su espíritu clásico, la Lotería La Central ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. «Antes, las bolitas se sacaban de una tómbola; hoy, una máquina de aire se encarga de hacer eso. Las figuras sacadas aparecen proyectadas en televisores ubicados por toda el lugar, facilitando la visibilidad para los jugadores», expresó Rigoberto López, de Lotería La Central.

La verificación de los cartones también ha cambiado. Antes se hacía con señas —cada figura tenía la suya— y el anotador debía ir una por una comprobando que ya se había extraído. Ahora todo está digitalizado; el sistema tiene registrado cada uno de los 3,000 cartones, así que si alguien canta “¡lotería!”, se comprueba al instante desde la cabina.

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Esa modernización ha permitido mayor rapidez y transparencia, pero el alma del juego sigue siendo la misma: la emoción compartida, la comunidad y el sonido característico de los granos de maíz colocándose en los cartones. De hecho, el local consume un quintal de maíz cada dos días, indispensable para que las fichas improvisadas sigan marcando las victorias y derrotas de los jugadores.

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Foto: EDH / Francisco Rubio

Premios, ruletas y suerte

El juego comienza cada jornada con un premio de 400 dólares, repartido en tres jugadas. Cada cartón cuesta $0.10, aunque los jugadores más arriesgados pueden aumentar el monto de su apuesta para duplicar sus posibles ganancias. Las jugadas regulares ofrecen premios de $50, pero a lo largo de la tarde surgen las llamadas “jugadas especiales”, en las que entra en escena “la ruleta”, una de las atracciones más esperadas. Los ganadores hacen girar la rueda y, dependiendo del número en el que caiga, su premio puede aumentar entre 10 y 60 dólares adicionales.

El ambiente en estas jugadas es electrizante. Todos observan la ruleta girar con atención, mientras los más supersticiosos cruzan los dedos o lanzan frases de buena suerte. Los gritos de alegría o los suspiros de decepción se entremezclan con el sonido de los ventiladores que mantienen el aire fresco en el salón.

Un refugio para muchos

La mayoría de los asistentes son adultos mayores, aunque cada vez se ven más jóvenes que llegan después de sus jornadas laborales. Para muchos, asistir a la Lotería La Central es más que un simple pasatiempo, es un espacio de encuentro, una rutina que les da sentido y compañía.

“Yo vengo porque aquí uno se olvida de los problemas”, confesó Luz del Carmen M., de 61 años. “No siempre gano, pero me río, converso, y paso la tarde tranquila. Es mejor que quedarse sola en casa”, agregó.

Lotería de cartón La Central.
Jugadores entreteniéndose en la Lotería La Central Foto: EDH / Francisco Rubio

“A veces la suerte te sonríe, a veces te guiña el ojo y te deja esperando”, bromeó don Ernesto Chávez, un exempleado de gobierno de 73 años que acude casi a diario.

La Lotería La Central tiene sus reglas claras: no se permite el ingreso de menores ni de personas en estado de ebriedad. Dentro, la disciplina y el respeto son parte del código no escrito que los jugadores siguen al pie de la letra.

Los “anotadores”, como se les llama a los encargados de controlar quiénes participan en cada jugada, caminan atentos entre las mesas, listos para verificar los golpes de mesa que rompen la rutina del juego.

Entre la nostalgia y la tecnología

A pesar de los avances tecnológicos, el encanto de la lotería de cartón radica en su toque artesanal. Los cartones impresos con figuras clásicas, como “el sol”, “la calavera” o “el nopal”, siguen siendo los mismos que encantaban a los abuelos de los actuales jugadores. Cada carta tiene su propio canto tradicional: “El valiente cuchillero”, “La corona de la reina”, “El diablito coloradito”…

El cantador o cantor tiene que saber ponerle gracia, porque eso es lo que también le da vida al juego.

La Central, un espacio de recreación para los trabajadores del centro histórico aún sobrevive a las nuevas disposiciones de uso de inmuebles y de impuestos establecidos por La Autoridad de Planificación del Centro Histórico de San Salvador.
Foto: EDH / Francisco Rubio

El ambiente es alegre, pero también competitivo. La tensión se palpa cuando quedan pocas figuras para completar el cartón. Algunos jugadores se inclinan hacia adelante, otros se santiguan. Y cuando finalmente alguien gana, un golpe en la mesa lo anuncia, seguido del murmullo y la expectativa. Los anotadores se acercan, revisan y confirman: “¡Correcto!”.

Afuera de la Lotería La Central, la ciudad sigue su ritmo frenético, pero dentro de la galera el mundo se reduce al sonido de una voz que canta y a las manos que colocan granos de maíz sobre figuras coloridas. En cada partida, en cada “¡Lotería!” gritada con emoción, se renueva una tradición que se niega a desaparecer.

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