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Son cosas que pasan

Con el temple necesario en tiempos en los que la labor de los medios en la Casa Blanca es cada vez más difícil, la reportera de la cadena ABC inquirió sobre el atroz homicidio de Khashoggi, quien vivía exiliado en Estados Unidos y escribía para el Washington Post. El príncipe saudí no tuvo ni que inmutarse, pues fue Trump quien saltó a la yugular de la periodista

El presidente Donald Trump acumula agravios a una velocidad de vértigo. Lleva por segunda vez en el poder algo menos de un año y la lista de insultos, así como amenazas no tan veladas, engorda casi tan rápido como las órdenes ejecutivas que firmó de modo frenético nada más ocupar nuevamente la Casa Blanca en su afán por desmantelar todo lo que no represente su agenda trumpista.

Ya se sabe que Trump tiene dos obsesiones remarcadas: su debilidad por gobernantes que mandan con mano dura y su odio visceral a los medios de comunicación que realizan bien su trabajo, es decir, haciendo las preguntas pertinentes e informando con veracidad, sobre todo si son mujeres quienes lo cuestionan. Son dos constantes que manifestó en su primer periodo y que ahora se acentúan con un descaro preocupante.

De todos es conocida su admiración por Vladimir Putin y su disposición en todo momento a minimizar los atropellos del presidente ruso, por no hablar de la benevolencia con que trata la invasión a Ucrania, en detrimento del país invadido y de su líder, Volodímir Zelenski, a quien el mandatario estadounidense trata no ya con displicencia, sino con una aversión que difícilmente oculta. Pero si creíamos haberlo visto todo en lo que concierne a esa querencia de Trump por líderes autoritarios, ha rebasado los límites de la impudicia con la estancia en Washington del príncipe heredero de Arabía Saudí Mohammed bin Salman. En contraste con visitas a la Casa Blanca del propio Zelenski, a quien a duras penas lo invitan a un café antes de arrinconarlo por no plegarse a los apetitos imperiales de Putin, con bin Salman sacaron las alfombras rojas y el boato para recibirlo como un príncipe de cuento, cuando en verdad se trata de un déspota con las manos manchadas de sangre.

En la rueda de prensa que se celebró en el Despacho Oval, con el príncipe más que orondo por semejante bienvenida VIP, Trump lo defendió con encarnizamiento de las obligadas preguntas de los periodistas. Lógicamente, alguien tenía que ponerle el cascabel al gato con zarpas saudí, y lo hizo Mary Bruce, reportera de la cadena ABC. Bruce peguntó acerca del asesinato en 2028 del periodista saudí Jamal Khashoggi, quien fue estrangulado, y luego descuartizado, en la embajada de su país en Estambul. Las investigaciones, apoyadas en las evidencias que aportaron los servicios de inteligencia de Turquía, apuntaron a que había sido un “trabajo sucio” (para ser más precisos, sanguinario) por encargo del príncipe heredero para deshacerse de un periodista crítico con la monarquía absolutista saudí. El informe que elaboró la CIA concluyó que, de acuerdo a los indicios, un operativo de 15 hombres, entre los cuales había miembros del equipo de seguridad del príncipe, se desplazó hasta la ciudad turca para allí, entre las paredes de su sede diplomática, eliminar a Khashoggi, quien tenía una cita con el propósito de recoger documentos del divorcio de su primer matrimonio. El periodista desafecto tenía intención de casarse con su nueva pareja, una mujer turca que durante horas lo esperó en vano cerca de la embajada de la que nunca salió con vida, sino troceado dentro de bolsas de plástico que los sicarios sacaron del país como en un episodio de la mafia más truculenta.

Con el temple necesario en tiempos en los que la labor de los medios en la Casa Blanca es cada vez más difícil, la reportera de la cadena ABC inquirió sobre el atroz homicidio de Khashoggi, quien vivía exiliado en Estados Unidos y escribía para el Washington Post. El príncipe saudí no tuvo ni que inmutarse, pues fue Trump quien saltó a la yugular de la periodista, denostándola a la vez que respaldaba con vehemencia a su invitado de honor: cómo se atrevía con tan insolente pregunta a su agasajado huésped; sobre Khashoggi, lo describió como un ser “desagradable”, acaso dando a entender que se merecía tan terrible final; y en cuanto a su descuartizamiento a manos de esbirros que presuntamente cumplían órdenes de Palacio, soltó: “Son cosas que pasan”, antes de alabar al príncipe por ser un “defensor de los derechos humanos”. Fue una escena que quedará en los anales de las muchas barbaridades que ha dicho y propagado el presidente estadounidense en aras de los intereses económicos que se trae entre manos con personajes de más que dudosa reputación. Y da que pensar en cuanto a lo que, a juicio del republicano, podrían ser lecciones justas para periodistas que se atreven a hacer su trabajo.

No faltó ese día una cena por todo lo alto en la que, en compañía de empresarios, deportistas de élite como Cristiano Ronaldo –con residencia en Arabia Saudí y fuertes vínculos con esa monarquía– y otras figuras más interesadas en potenciales acuerdos comerciales con la millonaria casa real saudí que en su sistemática violación a los derechos humanos, Trump volvió a alabar al príncipe con su hipérbole habitual. Había muchos beneficios mutuos en juego en aquella lujosa velada en la que el fantasma de Khashoggi estuvo presente como un convidado invisible, pero atento al masticar frívolo de quienes esa noche prefirieron ignorar el ruido de la sierra eléctrica que lo desmembró en cuestión de minutos mientras su prometida lo esperaba. En efecto, son cosas que pasan y algún día pasarán factura por tanta indiferente ignominia. [©FIRMAS PRESS]

*Twitter: ginamontaner

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