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“Manual para no hacer amigos (en la adultez)”

La mayoría seguiremos fingiendo que estamos demasiado ocupados para socializar, cuando en realidad estamos esperando que alguien más se atreva primero. Porque nadie quiere ser la persona que dice “te extraño” sin saber si va a sonar raro. Pero todos queremos que alguien nos diga “pensé en ti”.


Hacer amigos de adulto es un deporte extremo. Uno que nadie pidió practicar, pero que la vida, con su cruel sentido del humor, nos obliga a jugar. En la niñez bastaba con que alguien te prestara un color para declararse tu alma gemela social. En la adultez, en cambio, ese mismo gesto solo despierta sospecha: “¿Por qué este extraño me está hablando? ¿Qué quiere venderme?”.
La amistad adulta empieza con el obstáculo más grande de todos: el calendario. Antes, la agenda era un cuaderno donde anotábamos los cumpleaños. Ahora es una hoja de cálculo con un título trágico: “Intentos fallidos de socialización 2025”. Cada vez que uno propone café, alguien contesta con un: “¡Sí! Pero esta semana imposible, la próxima tal vez”. Y así pasan los meses…
Y si milagrosamente logran coincidir, empieza la entrevista laboral disfrazada de encuentro amistoso:
—¿Y tú qué haces?
—Trabajo.
—Ah, qué interesante… (pausa). ¿En qué?
Ahí empieza la carrera por parecer funcional, exitoso, emocionalmente estable y ligeramente misterioso. Porque los adultos no buscan amigos: buscan versiones portátiles de terapia, validación y compañía que no haga ruido cuando no se le escribe.
Además, hay que recordar que la adultez viene con el kit de desconfianza incluido. Si alguien es muy simpático, huele a peligro. Si es muy reservado, huele a trauma. Y si no tiene redes sociales, huele a esqueletos en el armario. Nadie confía en nadie, pero todos juran que están “abiertos a nuevas conexiones auténticas”.
En la adultez, la palabra “autenticidad” ha sido secuestrada por el marketing personal. Ya no se trata de mostrarse como uno es, sino como uno quiere ser percibido. Así que todos vamos por ahí con un filtro invisible, intentando parecer menos cansados, menos cínicos, menos rotos. Pero la verdad es que todos lo estamos. Y ahí, justo ahí, podría nacer la amistad… si no estuviéramos tan ocupados pretendiendo que no.
Los lugares para conocer gente tampoco ayudan. Los bares ya no son para conversar, son para demostrar que todavía puedes quedarte despierto después de las diez. Los gimnasios son templos del individualismo donde nadie te mira (a menos que estés haciendo mal el ejercicio). Y las aplicaciones para “hacer amigos” parecen diseñadas por alguien que nunca tuvo uno.
Así que terminamos donde todos terminan: en grupos de WhatsApp con gente que comparte algo superficial contigo —el trabajo, el perro, el curso online de yoga—. Allí intentas sostener una conversación, pero el hilo muere entre stickers pasivo-agresivos y memes reciclados. Y cuando alguien finalmente propone verse, hay silencio.
El drama de fondo es que hacer amigos de adulto requiere vulnerabilidad, y eso, en estos tiempos, es casi obsceno. Porque admitir que necesitas conexión es confesar que estás solo, y la soledad se volvió un tabú disfrazado de independencia. Todos decimos que nos encanta “disfrutar de nuestra propia compañía”, pero la verdad es que preferiríamos disfrutar de la compañía de alguien que nos entienda sin que tengamos que explicar demasiado.
Pero ahí está el truco: la amistad adulta no se construye con afinidad inmediata, sino con paciencia, repeticiones y café (mucho café). Es un proceso lento y torpe, como aprender otro idioma, lleno de malentendidos y silencios incómodos. Y a veces, solo a veces, alguien se queda.
Ese alguien aparece de la nada, te escucha sin mirar el celular, recuerda tu cumpleaños sin recordatorio de Facebook y te dice la verdad sin necesidad de suavizarla con emojis. Es raro, casi un milagro, pero pasa. Y cuando pasa, entiendes que sí se puede tener amigos en la adultez… solo que cuesta más, y no hay garantía de devolución.
Mientras tanto, la mayoría seguiremos fingiendo que estamos demasiado ocupados para socializar, cuando en realidad estamos esperando que alguien más se atreva primero.
Porque nadie quiere ser la persona que dice “te extraño” sin saber si va a sonar raro. Pero todos queremos que alguien nos diga “pensé en ti”.
Hacer amigos siendo adulto no es imposible. Es solo que ahora requiere lo único que más nos falta: tiempo, ternura y un poquito de fe.
Y mientras tanto, siempre queda el plan B: fingir que el barista que sabe tu orden de café “ya cuenta como amigo”.

Consultora política y Miss Universo El Salvador 2021

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