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La fidelidad que sostiene naciones

El Salvador es un país que ha sobrevivido guerras, terremotos, corrupción, violencia estructural y profundas heridas sociales. Pero quizá su mayor crisis no sea la pobreza, sino de carácter espiritual.

Hay historias que no envejecen porque no nacen del rumor de la época, sino del corazón eterno de Dios. Una de ellas es la de Esteban, el primer mártir cristiano, cuya muerte no fue un accidente histórico ni un episodio aislado, sino un manifiesto vivo de lo que significa ser fiel al Señor Jesucristo incluso cuando el mundo —o el sistema— parece pedir lo contrario. Hoy, cuando El Salvador navega entre luces y sombras, entre proclamaciones de libertad y señales de persecución espiritual soterrada, la figura de Esteban se levanta como un espejo incómodo y a la vez necesario. 

¿Qué lecciones tiene su muerte para un país que afirma ser religioso, pero cuyos hijos temen defender públicamente su fe? Esteban no murió por falta de argumentos, sino precisamente por tenerlos. Hechos 6 y 7 lo describen como un hombre lleno de gracia, poder y sabiduría, cuyo testimonio confrontaba el corazón endurecido de su generación. Fue acusado falsamente, golpeado institucionalmente y silenciado violentamente. Pero su fidelidad, lejos de extinguirse, ardió más fuerte en el momento en que sus verdugos levantaron piedras contra él. 

Mientras caían los golpes de las piedras, él veía la gloria de Dios; mientras ellos levantaban armas, él levantaba la mirada. Su muerte fue un acto de resistencia espiritual, una proclama de que la fidelidad no se negocia. Esa fidelidad —que no es terquedad, ni fanatismo, ni rebeldía estéril— es precisamente la virtud que más falta hace en El Salvador. Somos un país donde la fe se expresa públicamente con facilidad, pero se sostiene privadamente con dificultad. Donde se llenan templos, pero se vacían convicciones. Donde se dice “Dios es bueno” cuando las cosas van bien.

Pero se cuestiona el carácter del Señor Jesucristo cuando la vida golpea o cuando el ambiente se vuelve hostil. Y aunque hoy no enfrentemos el tipo de persecución que vivió la iglesia primitiva, sí vivimos una persecución distinta: una que no lanza piedras, pero sí avienta burlas, etiquetas, cancelaciones, silencios obligados y una presión social que intenta privatizar la fe e impedir que el evangelio tenga voz en la discusión pública. El cristianismo en El Salvador no está siendo perseguido con cárceles, sino con estereotipos; no con martirios visibles, sino con marginalizaciones sutiles.  

Se ridiculiza lo santo, se minimiza la fe, se considera fanático al que ora y se llama retrógrado al que defiende valores bíblicos. En un país donde la violencia histórica ha marcado generaciones, la fe debería ser columna, pero muchas veces termina siendo motivo de burla o desconfianza. Y en medio de todo esto surge la pregunta inevitable: ¿dónde están los Esteban de nuestra generación? La fidelidad de Esteban no consistió solamente en morir bien, sino en vivir bien antes de morir. No improvisó heroísmo; cultivó convicciones. Su vida demuestra que la fidelidad no es un momento, sino un hábito espiritual. 

Es una forma de pensar, de hablar, de decidir. Es permanecer firme a pesar de las circunstancias, del clima político, de los cambios culturales o de la presión social del movimiento LGTBIQ. Es creer en Dios incluso cuando creer no está de moda. Es mantener la mirada en el Señor Jesucristo cuando otros la desvían hacia ídolos modernos disfrazados de soluciones fáciles. La fidelidad, en su sentido bíblico, no es resistencia silenciosa; es un testimonio activo. Considera que la verdad vale más que la reputación. Que la obediencia vale más que el aplauso. Que el Reino vale más que el favor humano. 

Y es precisamente esta clase de fidelidad la que puede transformar un país como El Salvador, donde la fe muchas veces se vive como adorno y no como fundamento. Pero ¿cómo ser fieles en un país que cambia tan rápido, que exalta el éxito instantáneo, que vive al ritmo de redes sociales, que celebra el poder del momento, pero no la integridad del carácter? ¿Cómo practicar la fidelidad en una cultura que premia la conveniencia y castiga la convicción? La respuesta está en el modelo de Esteban: la fidelidad no depende del entorno, sino del Espíritu. Él no respondió con odio, sino con verdad. 

No reaccionó con violencia, sino con visión. No se defendió a sí mismo, sino que defendió el evangelio. Su fidelidad no fue emocional, sino espiritual. Imaginar un diálogo entre Esteban y El Salvador podría iluminar nuestra crisis espiritual:

—El Salvador: “¿Vale la pena ser fiel cuando el mundo cambia tan rápido?”

—Esteban: “La verdad de Dios no cambia. Tu estabilidad no depende del mundo, sino de Aquel que lo creó.”

—El Salvador: “¿No basta con creer en privado?”

—Esteban: “La fe que se esconde, se apaga. La fidelidad es luz, y la luz no fue creada para colocarse debajo de la mesa.”

—El Salvador: “¿Y si ser fiel trae problemas?”

—Esteban: “La desobediencia trae problemas eternos. La fidelidad trae gloria.”

Esteban no tuvo miedo a las consecuencias porque su mirada estaba en algo mayor. Su visión del cielo lo hizo libre del temor a la tierra. Su comprensión doctrinal lo hizo resistente ante la injusticia. Y su amor por el Señor Jesucristo lo hizo capaz de perdonar incluso mientras era asesinado. Esa es la fidelidad que necesitamos: una que no se defina por el riesgo, sino por la convicción. El Salvador es un país que ha sobrevivido guerras, terremotos, corrupción, violencia estructural y profundas heridas sociales. Pero quizá su mayor crisis no sea la pobreza, sino de carácter espiritual. Necesitamos menos religiosidad visible y más fidelidad profunda. 

Menos discursos piadosos y más vidas que ardan con verdad. Menos cristianos que celebren y más cristianos que permanezcan. 

Esteban murió, pero la fidelidad que encarnó sigue viva. Es una invitación, un reto, un llamado. ¿Seremos espectadores o herederos de esa fidelidad?Porque una nación no se transforma con estadísticas, sino con convicciones. Y un creyente no honra al cielo con emociones, sino con fidelidad. Y mientras El Salvador busca su rumbo, quizá sea tiempo de volver a la pregunta más antigua y más urgente:

¿Seremos fieles hasta el final? Que así sea, por la gracia del Señor Jesucristo.

Abogado y teólogo.

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