Óscar Molina representará a El Salvador en Venecia 2026 con una obra que interpela a la humanidad
Por primera vez en su historia, El Salvador participará con pabellón propio en la Bienal de Arte de Venecia, uno de los escenarios más influyentes del arte contemporáneo. El escultor salvadoreño Óscar Molina, radicado en Estados Unidos, ha sido seleccionado para representar al país con una instalación profundamente humana.
El Salvador ingresará por primera vez con pabellón propio a la Bienal de Arte de Venecia en 2026, y lo hará con una obra que no busca únicamente representar al país, sino hablarle a la humanidad.
El escultor salvadoreño Óscar Molina, radicado en Estados Unidos, fue seleccionado para encabezar este debut histórico, con una instalación que forma parte de su reconocida serie “Children of the World”, un proyecto que ya ha viajado por varios países y que ahora aterriza en uno de los escenarios culturales más prestigiosos del planeta.
Aunque el artista Ronald Morán logró pisar Venecia años atrás gracias a esfuerzos individuales, esta será la primera vez que el país cuente con un pabellón oficial, un acontecimiento que coloca a El Salvador dentro del mapa del arte contemporáneo internacional.
Para Molina, la responsabilidad es grande, pero el impulso es aún mayor: “Estamos perdiendo el contacto humano… y de esto es de lo que estas esculturas hablan”, reflexiona mientras repasa el sentido de las piezas que exhibirá en Italia.
Postales de una de las más recientes exposiciones de Molina, en en la Galería Los Hamptons en Nueva York. Fotos: cortesía del artista
La propuesta que presentará El Salvador se titula “Cartografías del desplazamiento”, curada por Alejandra Cabezas y comisionada por la Dra. Astrid Bahamond. El eje conceptual gira en torno a la migración, la memoria y la identidad, temas que han marcado no solo la historia del país, sino la propia biografía de Molina.
Según explicó la curadora, su obra “no busca una identidad fija, sino que indaga cómo la identidad misma se teje a través del movimiento, la ruptura y la renovación”.
Sin embargo, la reflexión del escultor no se detiene en los desplazamientos geográficos o políticos. Para él, el viaje es también interior: una travesía hacia la conciencia, el amor y el autoconocimiento.
“Los héroes no están afuera, están dentro de nosotros. Se trata de enfocarnos en qué vamos a hacer ahora. Cuál va a ser mi cambio para ver a mi futuro héroe”, afirma con serenidad, durante entrevista con El Diario de Hoy.
Pieza de «Children of The World» en El Salvador, que puede admirarse en el lago de Ilopango. Foto: Instagram del artista / @omolina.arts
Esa frase resume la médula de su serie: esculturas que parecen figuras en tránsito, siluetas sin cuerpo definido, orientadas muchas veces hacia el cielo. Para el artista, esta ausencia de corporalidad es esencial en la lectura del conjunto: “Al no ponerle cuerpo físico a esta pieza es como una formación orgánica que busca hacia arriba, porque en cada uno de nosotros existe esa parte de querer superarnos, ser mejores, tener una mejor conexión con Dios…”, reflexiona.
Estas piezas, afirma, hablan tanto de lo que perdemos como de lo que podemos llegar a ser.
En su entrevista, Molina recalca que la migración siempre ha sido parte de la historia humana. “Ha existido, existe y existirá”, recuerda, para luego subrayar que el problema actual no es el movimiento en sí, sino la manera en que lo percibimos.
Para él, la migración es un derecho humano y una experiencia que atraviesa generaciones: puede que una persona nunca haya migrado, pero su familia, sus abuelos o sus tíos sí lo hicieron. Sus esculturas, entonces, funcionan como vehículos de memoria colectiva. Desde México hasta Estados Unidos, pasando por Centroamérica, su obra se despliega como un corredor silencioso de historias compartidas.
Molina durante un proceso de producción de sus esculturas. Foto: Instagram del artista / @omolina.arts
“Estas esculturas manejan una vibración que se refleja en todas las comunidades internacionales, que es la migración. Pero es más allá de eso… es la guía que tenemos de cómo el amor lo pueda transformar”, explica. Y es justamente esa tensión entre vulnerabilidad y esperanza la que ha permitido que “Children of the World” conecte con públicos de distintas culturas.
La instalación que viajará a la Bienal estará compuesta por 15 piezas, una familia completa: figuras que se miran entre sí, que se orientan en distintas direcciones, y que en su mayoría alzan la vista hacia el cielo. No poseen colores llamativos; su fuerza está en el lenguaje invisible que las sostiene.
Para el compatriota -que visita el país por unos días antes de trasladarse a Venecia para iniciar toda la logística rumbo a la Bienal-, ese gesto de mirar hacia lo alto encarna una aspiración espiritual. La obra no pretende ofrecer respuestas, sino abrir un camino de contemplación.
“Si yo quiero ver algo bonito tengo que visualizarlo, pero no solo visualizarlo: vivirlo y empezar a trabajarlo”, señala. Su trabajo invita al espectador a preguntarse: ¿qué estoy haciendo yo para cambiar mi realidad?
«Children of The World» en la zona arqueológica de La Cañada de la Virgen, en San Miguel de Allende, México. Instagram del artista / @omolina.arts
A lo largo de los últimos años, estas esculturas han viajado por diferentes países y contextos. En México, por ejemplo, uno de los conjuntos más grandes —de 23 piezas— está ubicado en un desierto cerca de una de las pirámides más antiguas del país. Desde lejos, parecen viajeros silenciosos atravesando un territorio sagrado.
Nuevo territorio para la conciencia
La Bienal de Venecia, fundada en 1895, es uno de los foros artísticos más emblemáticos del mundo. La participación de El Salvador, además de histórica, abre la posibilidad de un diálogo internacional más robusto.
La comisionada Astrid Bahamond lo resume con claridad, en comunicado emitido por el Ministerio de Cultura: al seleccionar a Molina, se buscó un artista cuya obra «encarne lo particular y lo universal», y cuya práctica «resuena globalmente”.
Para el escultor, este paso no solo es un logro profesional, sino una oportunidad para que la experiencia salvadoreña —marcada por desplazamientos, búsquedas, rupturas y resistencias— se convierta en un relato global. Su visión es clara: “No importa el estatus que tengas, de qué país vengas o qué religión sigas… lo que buscamos es unificarnos en la misma frecuencia con el amor, que es la base principal de todo”.
Ese mensaje será el corazón de la obra que se desplegará en Venecia.
El artista viajará a Italia para supervisar la producción de las piezas. Solo llevará las cabezas —las portadoras de esencia—, y completará los cuerpos con un equipo europeo. “Al país que llego, me ayudan a crear el cuerpo”, dice, resaltando que cada proyecto ha sido posible gracias a un trabajo conjunto.
La instalación en Venecia no será efímera: la intención es que, al final de la Bienal, sea reubicada en Italia, para continuar su propio recorrido migratorio.