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Un tanto más complicado

John Milton, el gran dramaturgo inglés, dijo: “La mente es un lugar en sí mismo, y en sí mismo es capaz de hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo”.

Como seres racionales, los humanos tendemos a juzgar la realidad con base en nuestras experiencias y por ello nos resulta difícil aceptar algo que no encaja en nuestros esquemas mentales. Desde niños aprendimos que nuestros estados emocionales son el resultado directo de lo que nos pasa, de nuestras vivencias del momento; si nos pasa algo bueno, nos alegramos, y si nos pasa algo malo, nos entristecemos. Y así funciona la mayoría de las veces. Pero esa no es siempre la historia. En ocasiones se producen estados anímicos que no concuerdan con lo que sucede externamente, que no guardan una relación lógica. Alguien puede sentirse deprimido a pesar de que a su alrededor todo marcha aparentemente bien, incluso después de que se ha resuelto un problema grave. Hay varias razones que explican esto.

Los estados anímicos son el resultado de una serie de factores que interactúan de manera compleja. Existen factores hormonales, neurotransmisores y otros elementos químicos que determinan las emociones y los estados de ánimo. Y su correcto funcionamiento está a su vez determinado por factores genéticos y por experiencias vitales. Vemos entonces que lo que nos pasa es sólo un elemento de una ecuación compleja. Experiencias vitales muy negativas, como una pérdida o una relación estresante, pueden, por supuesto, afectar todo el sistema, pero es importante considerar que existen otros factores.

El cerebro tiene ciertas características especiales y en él se producen algunos fenómenos que no siempre actúan en nuestro favor. Uno de ellos es el “efecto kindling” (encendido en español). Consiste en que ante un estrés cerebral severo, como por ejemplo una depresión o un trastorno grave de ansiedad, el sistema queda sensibilizado para que se produzca otra reacción similar. Es decir que se necesitará solo un estímulo menor para provocar un nuevo e igualmente severo cuadro depresivo o ansioso.

Pero no todo son noticias preocupantes. Dado que en los estados emocionales anormales intervienen factores diversos, es posible incidir en algunos de ellos para compensar los otros. Los medicamentos antidepresivos actúan regulando los neurotransmisores y los efectos que sobre ellos tienen las hormonas. De esta forma equilibran la ecuación y compensan lo que no puede modificarse. Obviamente un medicamento no le va a resolver automáticamente a alguien un problema legal que lo tiene deprimido, ni va a arreglar una situación económica deteriorada. Tampoco puede cambiar la genética. Pero puede aumentar los niveles de energía, producir serenidad y aliviar ciertos síntomas que atormentan a la persona y que la paralizan mentalmente. Y al conseguir esto se tendrá mejores recursos para resolver sus problemas o al menos para que éstos no lo derrumben.

La psicoterapia también ayuda mucho, pues permite que la persona vea las situaciones por las que atraviesa desde diferentes perspectivas, algunas que quizá nunca consideró. Solo hablar de lo que se vive y lo que se siente permite descargar una gran cantidad de energía negativa.

John Milton, el gran dramaturgo inglés, dijo: “La mente es un lugar en sí mismo, y en sí mismo es capaz de hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo”. Esta frase, que ya había citado en otros artículos, dice una gran verdad y la guardo en mi colección personal. El cambiar percepciones erróneas sobre nosotros mismos ayuda mucho, y eso también persigue la psicoterapia. Las tristezas y los momentos de ansiedad son normales y parte de la vida. Pero no es normal estar deprimido ni persistentemente angustiado.

Médico Psiquiatra.

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