Su joya es el tesoro de Tutankamón, presentado por primera vez en su totalidad desde que Howard Carter descubriera la tumba en 1922
Su joya es el tesoro de Tutankamón, presentado por primera vez en su totalidad desde que Howard Carter descubriera la tumba en 1922
Un espectáculo con luces láser, orquesta sinfónica, bailarines con túnicas inspiradas en frescos antiguos, cetros y coronas doradas marcó la inauguración del Gran Museo Egipcio la semana anterior en El Cairo, después de pasar por serios problemas, entre ellos la pandemia, dificultades presupuestarias y otros retrasos.
La construcción del edificio, levantado sobre un espacio de medio millón de metros cuadrados con apoyo financiero y técnico de Japón, costó más de 1,000 millones de dólares y requirió 20 años de colosales trabajos; ocupa 500,000 metros cuadrados, aproximadamente el tamaño de 70 campos de fútbol, lo que lo convierte en el mayor museo arqueológico del mundo, con más de 100,000 piezas arqueológicas bajo su cuidado.
En la ceremonia estuvieron presentes los Reyes de España, la reina Mary de Dinamarca, la reina Rania de Jordania y varios líderes africanos y europeos.
El museo, localizado en las cercanías de la Tebas egipcia, donde se levantan las tres grandes pirámides y la Esfinge, un conjunto que en la antigüedad estuvo rodeado de jardines y fuentes en lo que hoy se consideraría una gigantesca y exquisita «instalación» como se denomina esa clase de arte monumental, recoge más de cinco mil años de historia desde que los primeros asentamientos humanos se registraron.
Su joya es el tesoro de Tutankamón, presentado por primera vez en su totalidad desde que Howard Carter descubriera la tumba en 1922: más de 5.000 objetos funerarios, incluidos el trono dorado y la máscara mortuoria del faraón, pedrerías y esmaltes del joven rey, cuya tumba escapó los robos de nichos reales y por lo que no se ha descubierto otra igual…
Las primeras pirámides, particularmente la escalonada de Sakara, sólo pueden mostrarse en maquetas y fotografías, al igual que los monumentales templos de Karnak y Luxor, así como la estatua sedente de Ramsés II, el gran monarca de la dinastía XVI de los faraones.
Igual se puede decir de los templos en Deir-el Bahri de la Reina Hatschesup en las riberas del Nilo, una monarca cuyo hermano o heredero menor se convirtió, al morir ella, en uno de los más grandes jefes militares de la historia; su estatua sedente, en todo su señorío, es el principal tesoro del Museo Egipciano de Turín.
Después del Museo de El Cairo, la más importante colección de estatuaria, sarcófagos, papiros y arte egipcio es la del Louvre en París, entre ellas la de un escriba que parece estar casi vivo después de tres o cuatro mil años.
Hay dos grandes ausentes en El Cairo: la piedra Rosetta que llevó al lingüista Champollion a descifrar los jeroglíficos egipcios después de veinte años de estudio y que se encuentra en Londres, y el busto de Nefertari del Museo de Berlín.
Nefertari fue la esposa o una de las esposas de Akenatón, el faraón que al proclamar el disco solar, el Sol, como el único dios del universo, sentó las bases del monoteísmo, en reemplazar la miríada de dioses que existieron en la antigüedad por un solo Dios, fundamentando el monoteísmo en religiones tan dispares como el budismo, el islam y muy en particular el cristianismo.
Egipto es obra del Nilo, la civilización más esplendorosa de la antigüedad
Los egipcios –y ese hecho seguramente se destaca en las exhibiciones del Gran Museo de El Cairo– fueron extraordinarios matemáticos, ya que el alineamiento de las pirámides con los puntos cardinales es muy preciso.
Los egipcios fueron extraordinarios ilustradores, pues además de sus esculturas, en los frescos encontrados en tumbas y monumentos se detalla la vida diaria del pueblo y la nobleza, de panaderos, cerveceros, ebanistas, embalsamadores… además de los retratos de personas reales colocados sobre sus momias…
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