El Salvador y Guatemala chocaron por última vez en esta eliminatoria, el que también sería la ocasión final en que la Selecta juega estas instancias en el estadio Cuscatlán, antes de la inauguración del estadio Nacional que construye China en el país.
El color comenzó temprano, en las calles capitalinas, con aficionados preguntando a otros por el resultado, otros aún recordando lo perdido ante Panamá y muchos con las camisetas de la Selecta, sin importar si eran originales o no.
Al arranque de la tarde, una intensa lluvia se hizo presente en la capital y duró varias horas, sin embargo, a la hora del encuentro las condiciones mejoraron considerablemente, con lo que el único calor que se percibía era el del nerviosismo y el deseo de la victoria en ambas hinchadas.
Con el paso de las horas, las afueras del estadio Cuscatlán se volvieron a abarrotar de aficionados, pero ya no eran 100 por ciento salvadoreños. Los guatemaltecos se hicieron presentes en una gran cantidad al Coloso de Monserrat y no dudaron en apoyar a su selección. Su sueño los hizo acompañar.
Foto EDH / Emerson Del Cid
Pintacaritas, mohawk, cabelleras pintadas, banderas, túnicas, gorritos con quetzales, todo lo que pudiera representar una fiesta se hizo notar en las calles y las gradas, que incluso hubo oportunidad para un mini show de luces cuando ambas selecciones salieron a su calentamiento.
Exjugadores de la Selecta como Rolando Morales, ahora en su faceta de influencer, la familia de Brayan Gil, la reina de belleza Luciana Martínez, así como los jugadores de la Selecta Preolímpica fueron parte de los que acompañaron en las gradas a la Azul y Blanco.
La afición le cumplió y dio un color único al último juego de local de la Selecta.
Los himnos nacionales volvieron a ser una fervorosa muestra de patriotismo en el salvadoreño y de rechiflas y silbidos ante el guatemalteco, que contrario a otras ocasiones, fue respondido por los aficionados que cantaron a todo pulmón su himno.
La afición estuvo encendida todo el partido y reclamaba todo lo que podía, las faltas pitadas y las no pitadas por el árbitro canadiense Pierre-Luc Lauziere. Una vez más, y la última en el estadio Cuscatlán, demostró su amor a la selección, aquel que nunca es correspondido en la cancha y se volvió a ir con el amargo sabor de la eliminación mundialista.
