Kirk, como otros defensores de la verdad, ha pagado el precio de ser coherente: ser odiado por los que dicen amar.
Kirk, como otros defensores de la verdad, ha pagado el precio de ser coherente: ser odiado por los que dicen amar.
En un mundo donde se habla de tolerancia, inclusión y diversidad, paradójicamente se persigue con saña a quienes piensan distinto. El progresismo global y la llamada agenda woke han tejido un entramado cultural que se presenta como libertador, pero que en realidad asfixia a toda voz que se atreva a cuestionar sus dogmas.
Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, se ha convertido en uno de esos referentes que no temen denunciar la mentira, desenmascarar la manipulación y defender los valores de la familia tradicional conforme a la verdad del Señor Jesucristo. Y por ello fue blanco de un odio visceral que desmiente el discurso supuestamente inclusivo de sus detractores.
Desde el año 2020 se ha intensificado una narrativa global que busca redefinir la moral, desdibujar la identidad de la familia y relativizar la verdad. En nombre de los “derechos” se promueven ideologías que contradicen los principios eternos de la Palabra de Dios. El progresismo radical no solo quiere espacio en la sociedad, sino que exige sumisión absoluta. Quien ose disentir es etiquetado como intolerante, retrógrado o incluso “peligroso para la causa de la agenda global 2030”.
Charlie Kirk denunció precisamente eso: el secuestro del lenguaje y el uso de etiquetas como armas de censura. Su voz fue incómoda porque se negó a aceptar que el matrimonio deje de ser la unión entre un hombre y una mujer nacidos así (Génesis 2:24), que la vida pueda ser interrumpida en el vientre materno (Salmo 139:13-16), o que los niños deban ser adoctrinados en ideologías de género en vez de formados en virtudes y valores. Frente a estas convicciones, el progresismo reacciona, no con argumentos, sino con ataques personales, cancelación mediática y censura.
El mérito de Kirk no estuvo únicamente en hablar, sino en mostrar las contradicciones internas del progresismo. Los que predican “amor” excluyen a quienes aman los principios bíblicos. Los que reclaman “libertad de expresión” buscan silenciar a quien no comparte su cosmovisión. Los que exigen “respeto” para sus estilos de vida, desprecian la fe de millones que confiesan al Señor Jesucristo como único camino de salvación (Juan 14:6). Kirk evidenció, por ejemplo, que la retórica inclusiva no es más que un disfraz para imponer una dictadura cultural.
Y esto recuerda lo que la Escritura ya advertía: “A lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz” (Isaías 5:20). El progresismo llama “derecho” al aborto, “igualdad” a la ideología de género y “avance” a la destrucción de los valores familiares. Pero quienes creen en la verdad de Dios saben que esas son cadenas demoníacas disfrazadas de libertad. Uno de los aportes más significativos de Kirk fue su defensa de la familia natural como fundamento de la sociedad. La Palabra enseña que la familia fue instituida por Dios, no por los hombres, y que en ella se forja la identidad, el amor y la esperanza de las futuras generaciones (Efesios 6:1-4).
El progresismo, en cambio, busca redefinir la familia, fragmentarla y reemplazarla por modelos artificiales que no generan estabilidad ni plenitud. En un mundo donde se normaliza la ausencia de padres, la confusión de roles y la sexualización precoz de los niños, la voz de Kirk retumbó como un eco de lo que siempre ha enseñado el Evangelio: que la familia no es una construcción cultural mutable, sino un diseño divino inmutable. Defender la familia es, en esencia, defender el futuro.
El odio que enfrentan voces como la de Kirk desenmascara la hipocresía progresista. Hablan de “tolerancia”, pero practican el linchamiento público. Predican “respeto”, pero ridiculizan la fe cristiana. Aseguran luchar contra el odio, pero ellos mismos destilan rencor contra quienes proclaman que solo en el Señor Jesucristo hay salvación.
La Escritura ya lo había anticipado: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Este odio es demoníaco. Es la confrontación entre la verdad de Dios y la mentira de satanás. Es la lucha entre la luz del Evangelio y las tinieblas de una cultura que se ha propuesto borrar todo vestigio de fe cristiana del espacio público.
Kirk, como otros defensores de la verdad, ha pagado el precio de ser coherente: ser odiado por los que dicen amar.
La enseñanza que deja este escenario no es solo política, sino profundamente espiritual. El Señor Jesucristo advirtió que el mundo aborrecería a sus discípulos porque antes lo había aborrecido a Él (Juan 15:18). Por tanto, no debería sorprendernos la intolerancia que sufren quienes levantan la bandera de la verdad. Más bien, debería despertarnos a la valentía y al compromiso. La voz de Charlie Kirk es una entre muchas que Dios ha levantado para recordar que la verdad no cambia, aunque cambien las modas. Que la familia sigue siendo la base de la sociedad, aunque quieran redefinirla.
Que la vida es sagrada desde el vientre, aunque quieran mercantilizarla. Y que la fe en Jesucristo es la única esperanza para la humanidad, aunque quieran relativizarla.La batalla cultural que vivimos no es una disputa ideológica pasajera: es una lucha espiritual por el alma de las naciones.
El progresismo y la agenda woke se presentan como el futuro inevitable, pero en realidad son un espejismo que esclaviza. Las voces que como Charlie Kirk denunciaron esta mentira no son perfectas, pero cumplen una función profética: recordar al mundo que la verdad no está en las encuestas ni en los discursos, sino en la Palabra de Dios.
La intolerancia que enfrentan los defensores de la familia y los valores cristianos es una confirmación de que vamos por el camino correcto. Como dijo el apóstol Pablo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Es tiempo de levantar la voz, no con odio, sino con firmeza y amor. Porque la verdad del Señor Jesucristo siempre prevalecerá, aunque el progresismo y la cultura del woke intenten silenciarla.
Abogado y teólogo
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