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Las principales víctimas de la censura son los déspotas que la imponen

La última pensada es una ley de bancos que obliga «al Estado», con fondos de todos los salvadoreños, a auxiliar a las entidades financieras que caigan en bancarrota.

NOTA DEL DÍA

«Estoy en desacuerdo con usted y sus posturas pero defenderé con todas mis fuerzas su derecho a exponer lo que piensa», es una frase clásica de una persona que comprende el valor que para la libertad en el mundo representa la libre expresión: sin poder externar sus problemas, señalar persecuciones, criticar grupos o regímenes dictatoriales, la gente pierde su derecho a ser individuos libres, pensantes, para convertirse en súbditos forzados contra su voluntad interna.

La frase a menudo se atribuye a Voltaire, pero se dice que en realidad fue escrita por su biógrafa, Evelyn Beatrice Hall, para ilustrar su filosofía. En todo caso, lo importante es la fuerza moral y social que encierra para defender la primera de todas las libertades, sin la cual las demás van cayendo.

Todas las dictaduras persiguen la libertad de expresión y se llega al extremo de que en Rusia el criminal de guerra Vladimir Putin castiga con la cárcel o con la muerte a quienes se oponen a sus políticas, como en su momento fue la regla de hierro en la ya despanchurrada Unión Soviética. Su principal crítico y opositor Alexei Navalni fue envenenado en un vuelo y, tras sobrevivir y retornar a Moscú, fue llevado a un juicio amañado y enviado a Siberia, donde falleció en circunstancias no aclaradas. Sus abogados fueron encarcelados porque se atrevieron a defenderlo.

La dictadura china, bajo Xi Jinping, «desaparece» a sus críticos, además de forzar a los que tienen la desgracia de romper reglas a humillantes «autoconfesiones». 

El médico chino Li Wenliang, que se dio cuenta de la amenaza que el covid representaba para el mundo tras producirse en un laboratorio, fue forzado a callarse y terminó muriendo, acusado de «buscar pleitos».

Poco tiempo más tarde China y el mundo fueron terriblemente golpeados por el coronavirus.

No hay que ir muy lejos para encontrar las nefastas consecuencias que la censura y la persecución de disidentes acarrea, pues muchos pueblos lo tienen frente a si; en una nación muy grande y poderosa cuyo nombre no quiero recordar, perseguir a críticos, silenciar programas, despotricar contra cualquiera que señala, se ha convertido en una pesadilla pública, ya que nadie es el dueño absoluto de la razón, de lo que se debe y no se debe hacer.

Entre los perdedores están, paradójicamente, los mismos censores, ya que las censuras totales los aíslan de la realidad «fuera del castillo» y cuando menos lo esperan todo el tinglado se viene abajo.

Esa advertencia la ha hecho un expresidente mexicano a la actual presidenta de México: las dictaduras, aun las «blandas», terminan causando mucho daño, daño que sufren los pobladores y principalmente los más vulnerables, como sucede aquí con la mitad de las familias salvadoreñas, víctimas de las ocurrencias que emanan desde el Olimpo.

El origen de la expresión «bancarrota» cuando un banco colapsa…

La última pensada es una ley de bancos que obliga «al Estado», con fondos de todos los salvadoreños, a auxiliar a las entidades financieras que caigan en bancarrota.

La expresión «bancarrota» se originó en Florencia, Italia, cuna de la banca moderna. Los cambistas, los que manejaban dinero, lo hacían sobre unas bancas largas: el cambista y sus auxiliares estaban sentados en una banca frente a sus clientes, todo lo cual era supervisado por delegados del gobierno de la ciudad. Cuando el «banquero», el cambista fallaba, las autoridades rompían la banca y el operador caía en bancarrota, quedaba fuera del negocio.

Al ser Florencia, en el centro de la Toscana de Italia, la cuna de la banca, estudiar banca allí es una manera de aprender lo esencial de la banca, más recordando el hecho de que en su momento la ciudad manejó más dinero que cualquier monarquía de su tiempo, lo que hizo que, como ejemplo, la casa real de Francia contrajera matrimonio con jóvenes pertenecientes a la familia Medici, tanto Catarina (madre de Enrique IV ) como su propia esposa María de Medicis…

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