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No un profeta, sino Dios eterno: la identidad de Jesús

Resulta paradójico que el islam intente negar la divinidad de Jesús citando la Biblia.

La figura de Jesús de Nazaret se alza en la historia como un faro de luz imposible de ocultar. Ningún otro hombre, profeta o maestro ha generado tanto debate, tanta devoción y tanta resistencia como Él. Su identidad ha sido cuestionada a lo largo de los siglos, y el Islam, surgido seiscientos años después de su Encarnación, ha intentado presentarlo como un simple profeta y negar su divinidad. Entre sus argumentos favoritos se encuentran dos frases bíblicas: aquella de Mateo 24:36, donde Jesús dice que el día y la hora nadie los sabe sino el Padre, y la de Juan 14:28, donde afirma que el Padre es mayor que todos. 

 Sin embargo, un análisis atento, sereno y profundo revela que lejos de negar su deidad, estos textos la confirman. El primer error del islam es asumir que Mateo 24:36 declara ignorancia en Jesús. El texto, leído con honestidad, dice: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre”. El énfasis está en los ángeles, esos seres gloriosos que, a pesar de su poder y su cercanía a Dios, desconocen el día final. Jesús no se incluye en ese “nadie”. El pasaje no contiene la afirmación: “Yo no lo sé”. Es un silencio intencional, que no es confesión de ignorancia, sino enseñanza de autoridad. 

 El Señor Jesucristo no busca alimentar la curiosidad de los discípulos, sino llamar a la vigilancia. El día no está al alcance de los hombres ni de los ángeles, porque pertenece al consejo soberano de Dios. La grandeza del versículo no radica en lo que Jesús dice, sino en lo que nos enseña: que los tiempos de Dios no se ajustan a la agenda humana ni a la especulación religiosa. El islam, al leer este pasaje, se apresura en poner en labios de Jesús una frase que nunca pronunció: “Yo no lo sé”. Pero Jesús no dijo eso. Él guardó silencio, y en ese silencio hay teología. Pues el mismo que dijo “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30) no puede ser excluido del conocimiento divino sin negar su propia palabra.

 El segundo argumento islámico suele acudir a Juan 14:28: “El Padre es mayor que yo”. A Prima facie, pareciera una confesión de inferioridad. Pero de nuevo, el contexto lo ilumina. Jesús está hablando desde la perspectiva de su misión redentora. Se ha despojado voluntariamente de su gloria, se ha humillado hasta la condición de siervo. En esa posición, el Padre es mayor en rango, no en esencia. El Hijo nunca dejó de ser Dios; lo que hizo fue someterse en obediencia, mostrando el rostro del amor perfecto.

 El islam confunde jerarquía funcional con esencia ontológica. Como si decir que el Padre es mayor en autoridad temporal significara que el Hijo es menos Dios, lo cual es un error lógico y teológico. La Trinidad no divide esencias, sino funciones. El Padre envía, el Hijo se encarna y salva a la humanidad, el Espíritu Santo santifica y conduce a toda verdad y justicia. Pero ellos son un solo Dios. El mismo evangelio de Juan que recoge la frase “el Padre es mayor que yo”, proclama al inicio con majestad: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).

 Resulta paradójico que el islam intente negar la divinidad de Jesús citando la Biblia, cuando el Corán, su propio libro sagrado, otorga a Issa títulos que ningún hombre común podría portar. En Sura 4:171, Jesús es llamado “la Palabra de Dios” y “un Espíritu procedente de Él”. ¿Cómo puede un simple profeta ser Palabra eterna y Espíritu divino? El islam, al negar su divinidad, se contradice a sí mismo, pues reconoce lo que intenta ocultar: Jesús es más que un mensajero. La diplomacia del argumento no consiste en atacar, sino en exponer. Y cuando la Escritura, la historia y hasta el Corán hablan, las mentiras caen por su propio peso. 

 Por ejemplo, Plinio el Joven, en el siglo II, describía cómo los cristianos entonaban himnos a Cristo como a Dios. Flavio Josefo, en su obra Antigüedades de los judíos (Libro XVIII, 63-64), escrita hacia el año 93 d.C., aparece un pasaje conocido como el Testimonium Flavianum, donde menciona a Jesús. El texto que nos ha llegado dice: “Por aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre. Porque fue autor de hechos maravillosos, maestro de los que reciben la verdad con gusto”. Tácito confirma su muerte bajo Poncio Pilato. Y los apóstoles murieron confesando no a un profeta, sino a un Dios resucitado. Es imposible explicar la fe de la iglesia primitiva si Jesús no fuera Dios.

 El islam dice que Jesús no sabía. Pero la Biblia muestra a un Jesús que conocía los pensamientos, que anunciaba el futuro, que revelaba misterios escondidos. El islam dice que el Padre es mayor y que Jesús es inferior. Pero la Escritura proclama que en Él habita toda la plenitud de la Deidad. El islam dice que Jesús es solo un profeta. Pero hasta su propio Corán lo llama Palabra y Espíritu de Dios. El verdadero problema no es falta de evidencia, sino la resistencia a aceptar la revelación. Jesús es Dios, y lo es desde la eternidad. Mateo 24:36 no es una grieta en su divinidad, sino un recordatorio de que los hombres y los ángeles no son señores del tiempo. 

De modo que Juan 14:28 no es confesión de inferioridad, sino testimonio de su obediencia en la encarnación. El islam, al intentar negarlo, queda enredado en sus contradicciones, incapaz de apagar la verdad. El Verbo eterno se hizo carne, vivió entre nosotros, murió y resucitó. Y un día volverá, no como hombre limitado, sino como Reyde reyes y Señor de señores y Juez de toda la tierra. Que el islam intente negarlo no cambia la realidad. Jesús es Dios, y su gloria es eterna y no quiere que nadie se pierda, sino que todos los hombres vengan al arrepentimiento.

Jaime Ramírez Ortega

Abogado y teólogo

Patrocinado por Taboola