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Omar Jarquín: “Regresé con vida, pero mi hijo no”

Este padre desistió del “sueño americano” tras entender que el camino del migrante irregular está rodeado de extorsiones, persecución y la amenaza constante de carteles. Años más tarde tuvo que revivir esta pesadilla.

EDC Omar Jarquín, miembro de Cofamides 12
Fragmento de «Poema de Amor» de Roque Dalton

“Los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados», este verso de Roque Dalton resuena como un eco de la memoria de miles de migrantes salvadoreños que, entre la esperanza y el miedo, un día emprendieron el camino hacia el llamado «sueño americano». 

Entre ellos está la voz de Omar Jarquín, un hombre, originario de La Paz, quien en los años ochenta viajó para Estados Unidos, pero que, al vivir en carne propia los peligros que acechan en el camino (secuestro, explotación por parte de grupos criminales, extorsiones y condiciones inhumanas) decidió regresar.

«Me di cuenta que en ese viaje el riesgo era mayor que la idea del ‘sueño americano'», explica.

Él relata que no llegó más allá de Ciudad Hidalgo, México, donde permaneció por un tiempo intentando cruzar la frontera. Durante el tiempo que estuvo allí, entre extorsiones, persecuciones de autoridades corruptas y la amenaza constante de carteles, entendió que su vida estaba en riesgo y no contaba con suficiente dinero ni garantías de seguridad para continuar.

“Pensé en los frijoles calientes y las tortillas de mi casa”, relata, y fue así que decidió regresar a El Salvador con la certeza de que la migración irregular era un camino sembrado de muerte.

“Volví decepcionado porque no logré la meta de llegar al norte, pero al mismo tiempo alegre, porque aquí estaba mi familia; en mi país sigo siendo ciudadano con derechos”, sostuvo. 

Para Omar el retorno fue un golpe duro en lo económico, pues su regreso significaba volver a la misma situación difícil, «pero me quedaba el consuelo de estar vivo y con mi familia”, apunta. 

Resalta que estando en México, entendió que para los carteles y las autoridades corruptas los migrantes no son personas si no  mercancía; «por eso agradecí haber vuelto antes de convertirme en otro desaparecido”, expresa. 

Un hijo que no pudo regresar completo

Años más tarde, sin embargo, su propio hijo David tomó la decisión, a la que su padre, tras el peligro al que estuvo expuesto, renunció.

Con apenas 24 años, y animado por la ilusión de prosperar en Estados Unidos, David se aventuró en la ruta migratoria. 

Su padre trató de detenerlo, le advirtió sobre los peligros que había dejado huella en él, pero el asedio de las pandillas en el país y la seducción de historias conocidas fueron más fuertes.

Omar relata que él y su hijo fueron víctimas de la violencia de las pandillas. Ambos recibieron una brutal paliza en una colonia del distrito de Soyapango, donde vivían. 

Los pandilleros los patearon brutalmente, “peor que un balón”, las patadas caían en cualquier parte del cuerpo, relata que ellos solo trataban de ponerse en posición «de concha» para cubrirse la cara mientras las patadas caían sin compasión.

Esa golpiza fue tan fuerte que marcó a la familia. El padre la recuerda como un ejemplo de cómo las pandillas ejercían control y violencia sobre los vecinos, y la experiencia influyó en la decisión de su hijo de migrar, buscando escapar de esa realidad. 

David Alexander Pineda desapareció en el trayecto. Pasaron días de incertidumbre, llamadas sin respuesta, rumores y esperanzas rotas. El hallazgo llegó con crudeza: las autoridades sólo encontraron su cráneo y una tibia en un rancho del condado de Brooks, Texas. 

El resto de su cuerpo nunca apareció. Su padre recibió los huesos en 2023, nueve años y medio después de su partida, «los tesoros» como él los llama «lo único que queda de un hijo que ya no volverá», expresa notoriamente conmovido por el recuerdo. 

Hoy, desde su experiencia personal y como secretario general del  Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador- COFAMIDE, este salvadoreño resalta una advertencia clara: migrar es un derecho, pero hacerlo de manera irregular significa enfrentarse a un corredor plagado de extorsiones, secuestros y muerte. 

Los migrantes, dice, son vistos como mercancía, un botín para carteles, autoridades corruptas y redes criminales que comercian con cuerpos y vidas.

Su testimonio revela que el viaje hacia Estados Unidos no siempre termina en un trabajo estable o en remesas enviadas. Muchas veces concluye en la tragedia silenciosa de las osamentas repatriadas,  el dolor que marca la desaparición o el retorno de un ser querido que lejos de encontrar el sueño americano trae consigo marcas imborrables. 

“Los que apenitas pudieron regresar…”, escribió Dalton, una frase que para este padre encierra no solo su propia historia de retorno, sino también el destino de su hijo, que no pudo regresar completo.

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