Marlenis salió de Santa Rosa de Lima en la década de 1980 debido a la violencia que experimentaba el país durante el conflicto armado. Ahora lucha por mantener viva sus tradiciones en sus hijas y nietos.
Marlenis salió de Santa Rosa de Lima en la década de 1980 debido a la violencia que experimentaba el país durante el conflicto armado. Ahora lucha por mantener viva sus tradiciones en sus hijas y nietos.
“Mi nombre es Berta Marlenis Torres, soy de Santa Rosa de Lima y vivo en California”, narra con tranquilidad, mientras hacía un repaso del largo camino y las pruebas que ha enfrentado en su vida. Llegó a Estados Unidos en 1983, en medio del conflicto armado en El Salvador, cuando su madre le pidió salir del país por temor: “Vete para allá, para que no te pase nada”, recuerda.
Marlenis se considera afortunada al llegar a un país extraño a los 22 años y haber sido recibida por una familia.
Su vida en Estados Unidos se ha formado a pulso.
“Me casé acá, tuve a mis hijos, soy mamá de tres y abuela de cuatro nietas”, detalla. El orgullo que la invade al hablar de ellos es notorio hasta en una llamada telefónica: “Gracias a Dios hice un buen trabajo, mis hijos me salieron muy buenos, estudiosos, trabajadores y cada quien tiene su profesión”.
Pero el camino para llegar hasta ver a sus hijos profesionales estuvo lleno de sacrificios personales, Marlenis ha dedicado la mitad de su vida al cuidado y crianza de niños en hogares que le permitían estar con sus propios hijos.
“Siempre mi trabajo fue cuidar niños y hasta el día de hoy estoy cuidando una niña de dos añitos. Eso fue lo que me ayudó a cuidar a mis hijos y a los niños de las familias con las que trabajaba”, dice la salvadoreña de 64 años.
El camino migratorio también fue largo. Primero buscó regularizarse a través de la llamada “Amnistía tardía”, pero no tuvo éxito. Luego tramitó el asilo, hasta que logró obtener un estatus legal. Ese esfuerzo, reconoce, le dio estabilidad para criar a su familia en un país donde “definitivamente cuesta muchísimo”.
Según el Censo de 2020, Los Ángeles es la segunda ciudad de Estados Unidos con mayor porcentaje de residentes salvadoreños con un 6.3% de su población.
Aunque su familia no ha experimentado directamente la persecución de las autoridades, reconoce el temor de vivir en un ambiente hostil. Cómo familia han optado por hablar con sus nietas mayores para explicarles que ellas aunque tengan documentación en regla siguen siendo de origen latino por lo que deben tener cuidado y empatía.
“A mi nieta le decimos: mira, lo que están haciendo con la gente no es aceptable. Ya ella entiende lo que está pasando”, recalca.
Mantener vivas sus tradiciones
“Fue bien difícil venir uno para acá y dejar a sus padres. Pero gracias a Dios pude trabajar y ayudar a mis padres hasta el día que los enterré. Nunca les faltó mi ayuda”, recalcó.
Una de las formas en la que los salvadoreños han encontrado para sentirse cerca de casa fue establecerse en aproximadamente dos kilómetros en el corazón de Los Ángeles donde se ofrecen diferentes productos originarios “del pulgarcito”, pero también existen esfuerzos dirigidos desde diferentes asociaciones para mantener vivas las tradiciones.
Desde hace casi dos décadas Marlenis participa en la Asociación de Salvadoreños en Los Ángeles (ASOSAL), una organización cultural en Los Ángeles. “Mi hija entró desde pequeña al ballet folklórico que la llevó a diferentes presentaciones y hasta ahora ella es la que está dando las clases. No queremos que se termine esa tradición”, expresa.
Su orgullo es ver a su hija Catherine mantener vivas las costumbres salvadoreñas en escenarios tan grandes como el estadio de los Dodgers, donde han bailado en el Día del Salvadoreño. “Ella nació acá, pero su país es El Salvador. Ella disfruta cuando va para allá”.
El aporte de Marlenis a la comunidad no se limita solo a la cultura. También ha colaborado en campañas para recaudar fondos destinados a escuelas en El Salvador. “Hemos hecho ventas de comida, he estado preparando pupusas para recaudar fondos cuando alguien pide ayuda allá. Se siente tan bonito poder aportar”, detalla.
Uno de los recuerdos que más atesora es una visita a una escuela en San Emigdio. “Fuimos a llevar unas computadoras y fue tan bonito el recibimiento. Sentí muy bonito”, argumentando que esta acción abre las puertas de la educación y el desarrollo.
Después de más de 40 años en Estados Unidos, Marlenis conserva intacto su compromiso con la familia, la cultura y su comunidad. Con un tono sereno pero firme, envía un mensaje a los migrantes que hoy viven con miedo: “Sigan adelante, sigan trabajando y pedirle a Dios que todo esto termine. No es fácil arreglar los papeles aquí, pero hay que aprovechar las oportunidades”, concluye.
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