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“Yo era artesana en El Salvador; ahora me tocó reinventarme” en EE.UU.

Carmen Valdez salió del país debido al incremento de la violencia en 2019, buscando un mejor futuro para su familia. Hoy desde el centro de Los Ángeles, enfrenta el miedo a las redadas migratorias, la incertidumbre y el reto de reinventarse para seguir adelante.

Carmen Valdés, artesana salvadoreña y miembro del Corredor Salvadoreño. Foto cortesía
Fragmento de «Poema de Amor» de Roque Dalton

Carmen Valdés recuerda con nostalgia sus días como artesana en El Salvador, creando ropa típica y otros accesorios, pero debido a la escalada de violencia que experimentó el país su vida dio un giro inesperado cuando tomó la difícil decisión de emigrar junto a su familia.

“Fue difícil” señaló antes de hacer una larga pausa al teléfono mientras brindaba una entrevista para El Diario de Hoy. Cuando la familia Valdez salió del país solo Carmen tenía documentación para hacer el viaje en avión, mientras que su esposo y dos hijos tuvieron que llegar por tierra.

“Nos tocó emigrar cuando El Salvador estaba en lo más difícil de las pandillas. Yo vine en avión porque tenía visa, pero mi esposo y mis niños tuvieron que atravesar el desierto para llegar a Estados Unidos”, dice Carmen, desde Los Ángeles.

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Adaptarse al nuevo ritmo de vida no fue fácil, debido a que Carmen estaba acostumbrada a trabajar de forma independiente, pero las necesidades de la familia le exigieron tomar empleos en restaurantes, como muchos migrantes cuando buscan estabilidad. 

Con esfuerzo, logró incorporarse al “Corredor Salvadoreño”, un espacio de venta de productos típicos, donde comenzó a ofrecer su ropa con diseños tradicionales y estampados que recuerdan su país. 

Debido a su falta de documentación, los trabajos a los que la familia podía optar eran pagados con sueldos menores a lo establecido. 

Al igual que Carmen miles de salvadoreños luchan por salir adelante en Estados Unidos. Con la llegada del presidente Donald Trump ,a inicios de este año, las ventas en el Corredor Salvadoreño cayeron de forma drástica debido a que la comunidad migrante tenía temor de salir a las calles, posteriormente las deportaciones redujeron el nivel de consumidores lo que la obligó a reinventarse.

“Me tocó reinventarme, vender maquillaje en redes sociales, especialmente en TikTok. Hago transmisiones en vivo para vender y así apoyar a mi esposo con los gastos de la casa”, explica.

La incertidumbre económica se suma al temor de vivir en una de las zonas más vigiladas de Los Ángeles. “Las redadas están bien difíciles, en la parte donde yo vivo es la más afectada. El temor está, pero también somos conscientes de que este no es nuestro país”, recalca.

Vivir rezando

La rutina diaria de Carmen está marcada por la preocupación constante de que su familia pueda ser detenida. Su esposo sale de casa a las cuatro de la mañana para ir a trabajar, mientras que sus hijos han optado por tomar algunas clases en línea para reducir riesgos.

“Desde que mi esposo sale a las 4:00 a.m. me quedo pidiéndole a Dios que regrese. Es una agonía. Siento que estamos peor que cuando estábamos en guerra en nuestro país, porque por lo menos allá sabíamos a qué nos enfrentábamos. Aquí no sabemos. Estados Unidos ya no es el sueño americano; es la pesadilla americana”, expresó con la voz entrecortada.

Su hija de 15 años se encuentra en la secundaria y su hijo, de 18, recibe educación superior; sin embargo, las dificultades económicas también han impactado en la educación de la familia. “Mi niño ha tenido que tomar clases en línea pagadas por nosotros porque quitaron las prestaciones”, comenta.

El acceso a la educación ha sido una de las formas de presión que los migrantes han experimentado, pues temen que sus hijos sean detenidos en los alrededores de las instituciones educativas. 

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Obstáculos invisibles

Previo al endurecimiento de las políticas migratorias y los constantes discursos de odio dirigidos desde las autoridades, Carmen asegura que la comunidad migrante se enfrentó a otro reto, la discriminación de otro migrante. 

“El problema más grande es que siempre un latino quiere ver de menos a otro latino en los trabajos. Ese ha sido el obstáculo más grande que yo y muchos hemos tenido en este país”, dice.

Aunque las autoridades de migración no han hecho revisiones directamente en el Corredor Salvadoreño, Carmen asegura que dejó su puesto debido a que las calles aledañas eran constantes puntos de interés para las autoridades.

La esperanza se mantiene 

Después de seis años sin poder regularizar su estatus migratorio, Carmen y su familia han considerado regresar a El Salvador, pero ahora prefieren esperar un poco más y seguir luchando por construir una vida en Estados Unidos, especialmente por el futuro de sus hijos.

“Quiero que mis hijos se preparen en este país para demostrar que los indocumentados también tenemos valor, que los salvadoreños no solo venimos a delinquir, sino que podemos hacer muchas cosas buenas”, expresa.

Para Carmen, la esperanza es lo que mantiene en pie a miles de familias como la suya. “Después de la tormenta viene la calma y algo bueno viene”, dice con optimismo.

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