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De cabeza

Entre los valores de los gobernantes y los de los gobernados no solo no hay identidad, sino que incluso se puede encontrar franca oposición.

Por Carlos Mayora Re

Cuando algo está “de cabeza” significa que todo está revuelto, al revés, sin orden, que sólo puede entenderse con una lógica diferente de la que uno podría esperar. Tengo para mí que una cosa así le sucede a la política hoy en día, específicamente en lo que se refiere a quien establece los valores y actitudes preponderantes, es decir, las categorías axiológicas que dominan el pensamiento. 

En este sentido, pienso que la democracia liberal representativa se encuentra -en muchos lugares del mundo, y en lo que se refiere a los valores de quienes gobiernan con respecto a los de quienes los han elegido- de cabeza. 

En principio, la democracia vendría a ser una manera de organizar la sociedad en la que los valores, principios y creencias más generalizados llevan a las personas a elegir gobernantes (mandatarios) que en primer lugar les representen, y que en segundo lugar comparten la perspectiva de vida de los electores que los han llevado a poder ejercer el poder de manera temporal; de modo que al cabo de un periodo de tiempo determinado, los electores sopesan si su mandato se ha cumplido, y de qué manera, y pueden optar por seguir dando su voto a quienes habían elegido, o sustituirlos por otros si no hubieran cumplido con el mandato recibido.

Pues bien… En muchos sitios entre los valores de los gobernantes y los de los gobernados, es decir, entre los valores de los elegidos y los electores, no solo no hay identidad, sino que incluso se puede encontrar franca oposición. 

Esto, que podría parecer una contradicción o un sin sentido, al final del día tiene explicación cuando uno entiende que la manera de pensar de las personas no es de ningún modo única, uniforme o monolítica. Lo que sucede es que en cualquier sociedad las maneras antagónicas de valorar los asuntos están siempre presentes y, cuando se trata de temas fundamentales (generalmente en lo que respecta a temas éticos o morales) no raramente las opiniones están divididas “casi” mitad y mitad.

Por ello en muchos sitios, no es raro que quien gobierna; una vez instalado en el poder y ya con la sartén por el mango, utilizando propaganda, una técnica depurada en el uso de las redes sociales, el connubio con los principales medios de comunicación, la influencia de personas poderosas (económicamente hablando), y ya no se diga el control de los legisladores y hasta jueces; termine por imponer sus propios valores y perspectivas de vida. En contra, incluso, de quienes le eligieron. 

Algo de esto se ha visto en la sociedad norteamericana -para citar un ejemplo muy representativo de lo que venimos diciendo- en la que durante el gobierno de personas con mentalidad liberal (específicamente los últimos gobiernos demócratas) todo lo que ahora se conoce como ideología woke tuvo un espaldarazo por parte de quienes gobernaban y un crecimiento acorde con el presupuesto que desde el gobierno federal se destinaba a su crecimiento. Estoy seguro que todos nos acordamos de esos meses de junio en los que la bandera arcoíris ondeaba en la embajada americana al lado de la bandera de los Estados Unidos…

Una situación que en nuestros tiempos se ha revertido pues, desde que gobierna un republicano, y a partir del recorte presupuestario a los tanques de pensamiento y universidades woke, además de la limitación de fondos a agencias internacionales que promueven dicho pensamiento, los últimos sondeos muestran que dicha ideología va en retroceso, incluso entre personas de voto demócrata.

Entonces uno se pregunta ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? Es decir: ¿son los electores los que marcan la agenda de valores de los gobernantes que han elegido, o son los gobernantes los que desde el omnímodo poder que da el dinero, y el manejo de la propaganda los que establecen la agenda de valores en una sociedad?

Ingeniero

Carlos Mayora Re
Carlos Mayora Re