Esa costumbre se introdujo en los nacimientos; se elaboraron escenas y personajes que no tenían relación con el relato bíblico
Esa costumbre se introdujo en los nacimientos; se elaboraron escenas y personajes que no tenían relación con el relato bíblico
En esta época es común que tirios y troyanos saquen su lado bueno y se deseen mutuamente ventura y prosperidad. Natividad y año nuevo conjuntan dos momentos importantes en la vida occidental. Por un lado, se celebra el supuesto nacimiento de Jesús en Belén. El supuesto no sería el nacimiento, sino la noche y el lugar. La existencia histórica de Jesús es algo aceptado. Otra cosa son los avatares de su vida y, sobre todo, las circunstancias de su muerte y su conversión en una figura divina. Al margen de esos detalles, desde hace siglos, la navidad se convirtió en una festividad principal. No importan las discusiones sobre su origen pagano, o la manera como desde finales del XIX, el capitalismo la fue convirtiendo en una feria comercial.
Iconográficamente, la navidad muestra la fuerza cultural del capitalismo occidental. Paisajes cubiertos de nieve, Santa Claus en un trineo tirado por renos y el árbol de navidad son referentes de los pueblos del norte, pero esas imágenes pululan en nuestro trópico sin problemas. Históricamente más cercanos, vía España, los reyes magos han sido desplazados en el imaginario popular navideño. A lo sumo son figuras de trasfondo en los nacimientos pueblerinos. De hecho, los nacimientos que adornan las salas de muchos hogares en estos días reflejan muy bien el mestizaje cultural.
Se dice que los primeros nacimientos datan de inicios del siglo XIII en la región de Lacio, Italia. Se afirma también que Francisco de Asís fue su impulsor. Francisco viajó a Palestina, en el marco de la quinta cruzada; la experiencia lo impactó y creyó que debía compartirla con otros. A su entender, el duro paisaje palestino y la humildad de sus pobladores debían tener un significado. Jesús había nacido en medio de la pobreza. Algo de eso decían los evangelios, pero en aquellos tiempos muy pocos sabían leer. Decidió “representar” el nacimiento, no con figuras, sino con personas. Esta decisión tenía implicaciones teológicas, por lo que debió solicitar una autorización papal.
Desde el inicio el “nacimiento” tuvo un sentido pedagógico. Era una forma sencilla y práctica de enseñar la doctrina cristiana a personas de escasa educación o de culturas extrañas. Las imágenes permitían saltarse los escollos racionales y teológicos. Problemas como la encarnación — en Jesús habría dos naturalezas, una divina y una humana —; o que naciera de una virgen casada, un problema grave para un pueblo jurídicamente tan estricto como el hebreo, se resolvían iconográficamente. María se convierte en la nueva arca que salvará a la humanidad, y Jesús es el nuevo Adán proveniente del linaje de David.
El nacimiento fue de gran valor para la evangelización de las nuevas tierras descubiertas. Los franciscanos los usaron en América y Asia, tuvieron mejor suerte en América, es cierto. Llegaron a la Nueva España en 1524 e inmediatamente iniciaron su primera campaña de evangelización, llegaron doce, el número no es casualidad, alude obviamente a los apóstoles. La destrucción de “ídolos” fue parte de la campaña, lo que Serge Gruzinski describe magistralmente como la “guerra de las imágenes”. Pedro de Gante se hizo famoso por el empeño en destruir ídolos aborígenes, pero también por ser pionero en la elaboración de pinturas religiosas católicas y en la enseñanza de la escritura a sus neófitos discípulos. Se necesitaban cada vez más imágenes para la evangelización y los indígenas más aventajados fueron encargados de reproducirlas. Con el tiempo, las elaboraron e imprimieron rasgos particulares.
Gruzinski muestra cómo el mismo fenómeno se daba a ambos lados del mundo, pero por razones diferentes. “Mientras los españoles se lanzan a la empresa de purgar de sus ídolos a todo un continente, la Inglaterra de los Tudor destruye progresivamente sus imágenes a medida que se radicaliza la Reforma. ¡Se cubren las iglesias con cal, como en México se habían blanqueado las pirámides!” Sin embargo, los nacimientos fueron usados para evangelizar a los mexicas y a otros pueblos. En la Nueva España se hacían de barro y en Perú de madera. En ambos casos, los aborígenes evangelizados incorporaron elementos de su propia cultura, tolerados por los frailes en tanto no chocaran frontalmente con sus dogmas.
El pesebre palestino real se usaba para depositar comida para el ganado. Como en esa región la madera es escasa, a menudo los pesebres se tallaban en piedra; eran duros y fríos. Era común que estuvieran en cuevas que protegían a los animales del frío y los ladrones. Era un espacio condicionado por la economía; ahí se resguardaba el ganado. Colocar a Jesús en el pesebre no fue un acto poético, fue pura necesidad. Los nacimientos europeos representaban ganados: bueyes, ovejas, asnos. Así fue por mucho tiempo. Los pesebres franciscanos tenían ganado, animales con utilidad económica.
Pero hay un detalle: la tradición dice que Francisco de Asís era muy amigo de los animales; los pueblos aborígenes americanos eran dados al nahualismo. Así, los indígenas añadieron a los nacimientos animales salvajes y exóticos — sus nahuales, poseedores de poderes —; fue una forma genial de sincretismo religioso. Un pesebre mesoamericano se puede leer de varias maneras. Un pastor cuida sus ovejas, camina acompañado de ellas. Esta sería la visión católica. Desde la perspectiva indígena, el pastor guía las ovejas, pero va acompañado de un perro (su nahual). Y se puede hacer una síntesis feliz: el hombre camina con su nahual al encuentro de la nueva divinidad que yace en el pesebre. Y todos felices.
La iglesia católica respondió a la Reforma con la contra Reforma. Justo cuando las órdenes religiosas estaban empeñadas en la evangelización americana, se realizó el concilio de Trento (1545-1563). Mientras los protestantes, especialmente los calvinistas, destruían imágenes religiosas en un delirio iconoclasta, Trento defendió su uso, pero condicionado. Definió que no había idolatría, en tanto no se adorara al objeto, sino a lo representado por él. Las imágenes tenían un fin didáctico, eran la biblia de los iletrados. Cumplían además una función emotiva; el arte debía mover a la piedad y al arrepentimiento. Por lo tanto, debía ser claro, alejado de cualquier manierismo y requiebre. Debía ser decoroso, nada lascivo ni profano. Y debía tener fidelidad histórica, eliminando lo supersticioso o apócrifo. En el caso de los nacimientos, se eliminó a la partera que debió atender a María, pues no solo era innecesaria, sino contraria a la doctrina.
Pero el sincretismo cultural es cambiante. En nuestro medio, Ilobasco se ha caracterizado por trabajar con mucha creatividad y habilidad el barro. Al principio era artesanía utilitaria: ollas, comales, etc. Los cambios tecnológicos desplazaron esos utensilios de las cocinas: todavía los hacen, pero con fines decorativos. Las tejas han dejado de ser techo, para convertirse en lienzo donde se pintan paisajes bucólicos inexistentes que alegran la vista y el espíritu a los salvadoreños en el norte o a los que viven encerrados en las residenciales metropolitanas. Pero los nacimientos persisten, y no solo sobreviven, se actualizan al correr de los tiempos.
A mediados del siglo XX, la revista National Geographic publicó una fotografía de Dominga Herrera, que para entonces ya era famosa por elaborar miniaturas de barro en las que reproducía hechos de la vida pueblerina cotidiana. Esa costumbre se introdujo en los nacimientos; se elaboraron escenas y personajes que no tenían relación con el relato bíblico, pero que estaban presentes en la vida del lugar. Así, el nacimiento se volvió un retablo cultural que mezclaba lo sagrado y lo profano. El bolito del pueblo aparecía al lado de la Guardia Nacional, la vendedora de pan ofrecía su producto a un músico de la banda. Ya era difícil saber si el perro que dormitaba a la sombra de un árbol era realmente un perro o era más bien el cadejo. Duda válida, porque estaba lejos del pesebre y detrás de una roca asomaba el diablo. Cuando mi madre compró su nacimiento quitó a una prostituta que coqueteaba a unos borrachos, porque “mostraba de más”. Sin embargo, dejó a la siguanaba que mostraba más.
Al final de cuentas, los sincretismos culturales y religiosos, son en cierto modo ejemplos de tolerancia, un poco forzada, pero tolerancia al fin. Desde mi posición de no creyente, rescataría ese mensaje navideño. Si la navidad se ciñera a la ortodoxia, perdería su capacidad aglutinante. Su sincretismo está preñado de tolerancia hacia los otros, que son diferentes. Me gustaría pensar que cuando el presidente encendió las luces de su lujoso árbol de navidad también encendía en este país, la luz de la tolerancia, que buena falta nos hace.
Historiador, Universidad de El Salvador
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