Light
Dark

Una sociedad intolerante ante el volante

Conducir en El Salvador no es solo un acto mecánico: es también un reflejo de nuestra salud mental colectiva.

Recientemente circuló en redes sociales un video en el que una doctora protagonizó un altercado con otro automovilista. Más allá del morbo que generó, el hecho refleja lo que somos como sociedad: intolerantes. Será cada quien quien juzgue, pero no cabe duda de que la vida diaria está llena de tensiones que fácilmente pueden quebrarnos. Lo que vimos no fue más que un ejemplo de lo que cualquiera de nosotros puede llegar a hacer en un momento de frustración, ira o pérdida de control.

Todos los que conducimos estamos expuestos a un arrebato que, lamentablemente, puede tener graves consecuencias. La sociedad salvadoreña se muestra especialmente intolerante al volante, ante la movilidad y ante la espera. Basta recordar el asesinato de un militar a manos de su vecino por una simple disputa de parqueo: una discusión terminó en un disparo fatal. Estos episodios nos demuestran cómo estamos manejando —o más bien, dejando de manejar— nuestras emociones. El vehículo se convierte en un arma, y lo ocurrido con la doctora, a bordo de un lujoso carro, evidencia cómo la ira puede transformar la conducción en un acto peligroso.

Este caso en particular expuso con crudeza nuestra fragilidad emocional. Lo sucedido con la doctora no es un hecho aislado: ella simplemente protagonizó lo que en otros países llaman un caso de “#LadyIntolerancia”, un fenómeno que se viraliza, pero que en el fondo nos debería llevar a reflexionar.

A la par, también se hizo viral el accidente de un joven médico que perdió el control de su vehículo, se estrelló contra un árbol y murió en el lugar. ¿Fue la prisa, el cansancio, la imprudencia? No lo sabemos. Lo cierto es que, en cuestión de segundos, un joven con años de preparación perdió la vida. Y surge la pregunta inevitable: ¿por qué hemos normalizado tanto los percances viales?

En ambos casos —el de la doctora y el del joven médico— encontramos un denominador común: el vehículo. Y es aquí donde debemos reconocer una verdad ineludible: un carro puede matar o matarnos. De nuestro estado de ánimo y de nuestra capacidad de autocontrol depende no solo nuestra vida, sino también la de los demás.

Miles de vehículos circulan a diario por nuestras calles, y a ello se suman las motocicletas, que se desplazan con la agilidad y el riesgo de abejas en un panal. Las estadísticas frías muestran cifras exactas, pero detrás de cada número hay familias devastadas. Cada día, las noticias nos recuerdan que un accidente más ha enlutado a otro hogar salvadoreño.

Es cierto que las redes sociales no siempre son fuentes confiables, pero muchas veces lo que ahí se comparte termina confirmado horas después por los medios tradicionales. Y es entonces cuando la realidad golpea: meterse en un problema es fácil; salir de él es lo verdaderamente complicado.

El caso de la doctora demuestra cómo unos segundos de descontrol pueden destruir una reputación construida con años de esfuerzo. El arrepentimiento llega tarde y nos confronta con una verdad simple: un buen ciudadano es aquel que respeta las leyes y los valores de convivencia. Por otro lado, la muerte del joven médico nos recuerda que detrás de cada accidente hay una familia que carga con el dolor, y que cada vida perdida, sea la de un profesional de la salud o la de un vendedor ambulante, tiene el mismo valor. Ninguna vida vale más que otra.

Antes de subirnos al automóvil deberíamos encomendarnos a Dios y asumir con seriedad la responsabilidad de regresar sanos y salvos a casa. Conducir en El Salvador no es solo un acto mecánico: es también un reflejo de nuestra salud mental colectiva. Y quizá ahí radique el mayor problema. La pérdida del joven médico y el escándalo de la doctora nos dejan la misma lección: debemos aprender a manejar nuestras emociones tanto como manejamos nuestros vehículos.

Queda en cada uno decidir si seguimos cediendo al impulso y a la intolerancia, o si buscamos la ayuda necesaria para fortalecer nuestra frágil salud emocional. Porque la verdadera diferencia entre un día más y una tragedia puede estar en un instante de autocontrol.

Médico

Patrocinado por Taboola