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Un pueblo llamado «Tres pasos»

El corno del ferrocarril sonaba como la queja de una bestia errante en las vueltas del sendero. En aquella travesía al pueblo de “Tres Pasos” no esperaba compartir asiento con tal extraño viajante que –antes de cruzar el desfiladero de Izpaguaxi—había ofrecido heredarme una tierra de prosperidad, según dijo, como último deseo

Durante mi viaje a un pueblo llamado “Tres Pasos” un desconocido viajero a mi lado no dejaba de morder su habano de dorado perfume. Iba junto a mí entre los somnolientos asientos del ferrocarril, llevando sobre sus piernas una pesada maleta negra. Desde la ventana se contemplaban las vastas llanuras, cubiertas de azul follaje marino entre rocas ardientes bajo el sol. De cuando en cuando el extraño viajante me veía de reojo. Entonces supuse que trataba de decirme algo. Y en efecto -pasados unos cuantos riscos y vueltas del camino- el tren tuvo que silbatear antes de llegar a un peligroso cañón. Entonces se volvió a mí, con una voz que yo no recordaba desde muchos pueblos atrás. “Señor —dijo con apremio, viendo con nostalgia al vacío— estamos a punto de llegar al puente que pasa sobre el cañón de Izpaguaxi. Antes de cruzar ese abismo (palideció al pronunciar esa palabra) he de proponerle un afortunado negocio. Quiero darle en propiedad una próspera tierra, como único y eventual heredero en este mi último viaje.” Me tenía confundido y sin palabra alguna. El corno del ferrocarril sonaba como la queja de una bestia errante en las vueltas del sendero. En aquella travesía al pueblo de “Tres Pasos” no esperaba compartir asiento con tal extraño viajante que –antes de cruzar el desfiladero de Izpaguaxi—había ofrecido heredarme una tierra de prosperidad, según dijo, como último deseo. (I) de “Leyenda del Otro Lado de la Piel” © C.B.

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