Un poeta dirigiendo la guerra…

La designación de un militar al frente del Ministerio de Educación no es simplemente un nombramiento administrativo.

Óscar Picardo. Foto EDH / Mauro Arias

Por: Óscar Picardo Joao

Resultó sorpresivo y un poco chocante ver al presidente juramentar a la nueva ministra de Educación; una militar, capitán y médico juramentada, uniformada, con dos cadetes de fondo con fusiles de asalto… toda una escenografía con alto valor semiótico; un verdadero déjà vu de los años 70 y una prospectiva de lo que puede venir: el disciplinamiento lancasteriano de la educación.

En la historia contemporánea de muchos países, la educación ha sido un campo de disputa entre visiones: unas que la conciben como un espacio de pensamiento libre, plural y crítico; y otras que la imaginan como un mecanismo de control ideológico y disciplina social. La designación de un militar como ministro de Educación encarna ese choque de visiones de manera evidente y preocupante.

La imagen es potente: un uniforme —o su sombra— presidiendo la institución encargada de formar a las generaciones futuras. No se trata de desmerecer las cualidades profesionales o personales de un miembro de las Fuerzas Armadas; se trata de preguntarse si su formación, su lógica de mando y su cultura institucional son compatibles con la misión que tiene un ministerio cuya razón de ser es la libertad intelectual y el desarrollo del pensamiento crítico.

El filósofo francés Paul Valéry dijo alguna vez: «El objetivo de la educación es hacer de nosotros seres capaces de preguntar y no de responder siempre lo mismo». El problema con la mentalidad castrense aplicada a la educación es que el sistema militar se funda en la obediencia vertical, la unidad de mando y la disciplina incuestionable. Valores que, si bien son imprescindibles en un cuartel, resultan peligrosos si colonizan el espacio educativo.

De la lógica de guerra a la lógica del aula…; un militar está entrenado para identificar amenazas, ejecutar órdenes y priorizar la eficacia operativa por encima de la deliberación colectiva. En cambio, la educación necesita del cuestionamiento, de la experimentación, incluso del error como parte del aprendizaje. Un ministro de Educación proveniente del ámbito militar podría —consciente o inconscientemente— trasladar al sistema educativo el lenguaje y las prioridades propias de las Fuerzas Armadas: jerarquías rígidas, uniformidad de pensamiento, castigo por desviación.

En la práctica, esto puede traducirse en currículos menos flexibles, en la supresión de contenidos considerados “conflictivos” o “inconvenientes” y en un ambiente escolar que premie la obediencia antes que la creatividad. No se trata de caricaturizar, pero sí de advertir que el riesgo es real, sobre todo en contextos donde la democracia es frágil y el poder tiende a concentrarse.

Los ministerios de Educación no son simples oficinas administrativas. Son organismos con una función política profunda: definen qué se enseña, cómo se enseña y con qué valores. La entrada de un militar a su dirección no es un hecho neutro. Es un mensaje. Es la señal de que el gobierno prioriza el orden, la disciplina y el control por encima de la diversidad pedagógica y la apertura intelectual.

En muchos países latinoamericanos, la historia reciente ha demostrado cómo la militarización de ámbitos civiles es el preludio de un endurecimiento del aparato estatal. El paso de las botas a las aulas no es, entonces, un gesto inocente, sino parte de una tendencia más amplia: la colonización militar de espacios civiles.

Aparece la paradoja de la autoridad, en efecto, defensores de esta medida argumentan que un militar puede aportar capacidad organizativa, liderazgo y gestión eficiente. No cabe duda de que estas son cualidades valiosas en cualquier administración pública. Sin embargo, la cuestión no es solo la capacidad técnica, sino el marco conceptual desde el que se ejerce la autoridad. En la educación, la autoridad no se impone: se construye desde el respeto mutuo y la credibilidad, no desde el temor o la imposición.

En palabras de Paulo Freire, pedagogo brasileño: «La educación no cambia el mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo». Si la educación es un proceso de liberación y transformación, su liderazgo debe estar alineado con esos fines, no con la lógica de mando y control.

Lo que está en juego: La designación de un militar al frente del Ministerio de Educación no es simplemente un nombramiento administrativo. Es una declaración de intenciones. Si aceptamos sin cuestionar que la formación de ciudadanos libres y críticos pueda ser dirigida con los criterios de una institución cuya esencia es la obediencia y la verticalidad, estamos aceptando que la educación deje de ser un derecho emancipador para convertirse en un mecanismo de adiestramiento.

La escuela y el cuartel pueden coexistir en una sociedad democrática, pero sus lógicas no son intercambiables. En la medida en que las botas se adentren en las aulas, corremos el riesgo de que los pupitres se alineen como en un patio de armas, y que las preguntas se marchiten antes de nacer.

En definitiva, poner a un militar al frente de la educación es como pedirle a un poeta que dirija una estrategia de guerra: podrá hacerlo, pero traicionará la naturaleza misma de su misión. Y cuando se traiciona la esencia de la educación, lo que se pone en juego no es solo el presente, sino el futuro entero de una sociedad.

Es muy probable que la Capitán Karla Edith Trigueros sea una profesional muy competente en sanidad militar y en otras áreas de su formación castrense, pero no cuente con las capacidades y competencias en materia de política educativa y en las ciencias pedagógicas. Quizá con el tiempo aprenda, pero el sistema educativo no está para esperar, la ciencia y la tecnología avanzan demasiado rápido.

La cartera de Educación es compleja y requiere formación, especialización apropiada; en el pasado ya se cometió ese error y por eso estamos en donde estamos: Un sistema educativo fracasado, de baja calidad y limitada cobertura. Probablemente con “disciplina, honor, orden y obediencia” el perfil de los estudiantes no contará con lo esencial para la sociedad del conocimiento: pensamiento crítico, imaginación y creatividad… Como sea, le damos la bienvenida a la nueva ministra y le deseamos lo mejor.

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor. Nos disculpamos por las posibles e involuntarias erratas cometidas, sean estas relacionadas con lo educativo, lo científico o lo editorial. A los nuevos críticos: Paren de sufrir.

Director Editorial / oscar.picardo@altamiranomedia.com

Óscar Picardo Joao
Óscar Picardo Joao