Un Día Después de la Vida y el Festejo

El adverso destino había robado sus facciones y con ellas la mueca de la risa y del dolor, del odio y del amor.

Como de costumbre -el futuro seductor de audiencias- se levantaba temprano al día siguiente del carnaval e iba al bulevar y las plazas desiertas a recoger mascarones y caretas olvidadas. Así reunió una gran cantidad de ellas. Las guardaba en un baúl que heredara de “Saturno”, el abuelo mago. “Guarda las máscaras perdidas -le decía el adivino. Un día de tantos tal vez encuentres la careta de la fortuna, olvidada en la hojarasca del sendero.” Años atrás -después del triste suceso de haber perdido su rostro- Mascarada -como sabemos- quedó condenado a llevar por siempre un antifaz. El adverso destino había robado sus facciones y con ellas la mueca de la risa y del dolor, del odio y del amor. Cuando su abuelo mago murió, el chico se quedó a vivir con los circenses y las fieras amaestradas, entre las cuales él era una más en la pista dorada de la vida. “Aprenderás a actuar y hacer reír a los demás, como también a llorar. En fin, a lograr que sean más humanos” -le ofreció el dueño del circo. Y en efecto, así fue cómo educó al niño sin rostro, enseñándole a actuar la farsa y la comedia humana. Siempre oculto tras la careta como una sombra en busca de la felicidad. (XXXIV) de: “La Máscara que Reía.” ©

Carlos Balaguer
Carlos Balaguer