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Ser zillennial: sobrevivir entre el disquete y el TikTok

Ser zillennial es ver cómo todo cambia y precio de la vida digna aumenta. Crecimos escuchando que las cosas serían más fáciles gracias a la tecnología, pero entre los recibos electrónicos, las apps que fallan y el tráfico para llegar a trabajos presenciales, a veces parece que solo cambió la forma del estrés.

Nacer entre 1995 y 2000 es como llegar tarde a una fiesta y temprano a la siguiente. Somos los zillennials, esos que quedamos justo entre los millennials soñadores y la Generación Z hiperconectada. Crecimos en una época en la que todavía se decía “te llamo al fijo” pero también vivimos la sensación de los Blackberry.


Si creciste con hermanos mayores puede que tengas recuerdos más preciados de los millennials, como soplar cartuchos del Nintendo o canciones de NSYNC. Pero si tú eres el mayor, probablemente sientas un sentimiento resumido en: no soy de allá pero tampoco de aquí.


Fuimos la última generación que usó disquetes y la primera que aprendió a mandar zumbidos por Messenger. Aprendimos a conectarnos a internet con ese sonido de robot muriendo, y hoy nos desesperamos si el Wi-Fi se cae por diez segundos. Tuvimos una infancia sin redes, con caricaturas que hoy serían “políticamente incorrectas”, y una adolescencia donde lo más tecnológico era un Sony Ericsson con linterna. En resumen, crecimos justo cuando el mundo cambió de canal… y nosotros quedamos atrapados justo al medio.


Nos educaron con la idea de que “si estudiás, vas a tener éxito”. Así que estudiamos. Y aquí estamos, con títulos universitarios, estrés, y la habilidad de responder correos de trabajo mientras comemos. Nos prometieron estabilidad, pero nos tocó la economía de los contratos temporales, el freelance obligatorio y la ilusión de que una maestría online nos puede cambiar la vida.


Ser zillennial es ver cómo todo cambia y precio de la vida digna aumenta. Crecimos escuchando que las cosas serían más fáciles gracias a la tecnología, pero entre los recibos electrónicos, las apps que fallan y el tráfico para llegar a trabajos presenciales, a veces parece que solo cambió la forma del estrés.


Queremos autenticidad, pero usamos filtros. Hablamos de salud mental, pero revisamos el celular 80 veces al día. Nos reímos de los gurús motivacionales, pero igual caemos en los reels de “cómo ser productivo antes de las 5 a.m.”. Somos críticos con el capitalismo, pero pedimos el café de $5 con leche de avena porque “es más saludable”.
Somos la generación que vivió los cambios más rápido: del Hi5 a Facebook, de Facebook a Instagram, de Instagram a TikTok… y ahora, quién sabe. Nos adaptamos a todo, pero también estamos cansados de adaptarnos. Somos expertos en sonreír en videollamadas, sobrevivir con inflación y aparentar estabilidad emocional con un buen filtro.
Y aunque no lo parezca, también somos nostálgicos. Recordamos los años 2000 como si fueran una edad dorada: cuando el internet era lento, pero las conversaciones eran reales; cuando la foto se revelaba, no se editaba; cuando el tiempo parecía alcanzarnos. Hoy, en cambio, todo es inmediato, menos la paz mental.


Ser zillennial es vivir con una sensación constante de “ya no soy tan joven, pero tampoco tan adulto”. No entendemos del todo la palabra “fomo”, pero tampoco usamos Facebook con frases motivacionales. Somos la generación de en medio, los traductores culturales entre el pasado y el presente, los que aún decimos “poner atención” en vez de “estar en modo enfoque”.


Nos reímos de todo, pero también cargamos con una especie de agotamiento generacional. Sabemos que el planeta está en crisis, que el trabajo no alcanza y que los algoritmos nos espían, pero aun así seguimos aquí, publicando memes como forma de terapia colectiva.


Ser zillennial, al final, no es tan trágico. Somos la generación que aprendió a sobrevivir al cambio sin perder la ironía. Los que recordamos un mundo más simple, pero sabemos navegar el caos moderno con humor y una buena playlist de los 2000. Puede que no tengamos certezas, pero tenemos Wi-Fi, resiliencia y sarcasmo. Y en estos tiempos, eso ya es casi un superpoder.

Miss Universo El Salvador 2021 y consultora política

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