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Mirando al mar desde las cumbres balsameras

El ausente y perfumado ayer hizo revivir ante mis ojos las imágenes borradas por el tiempo y la distancia de los años.

Mi viaje a la colinas balsameras me hizo encontrar lo que quedaba de la casa ancestral de mi madre. El ausente y perfumado ayer hizo revivir ante mis ojos las imágenes borradas por el tiempo y la distancia de los años. Mirando al patio de la evocación seguí observando las sonrisas niñas de mamá, jugando con su gato blanco sobre sus piernas. Como en una desleída fotografía, contemplé su rostro de inocencias, pintado de ensueños y nostalgias. Ella era un libro de leyendas, como aquella de los manantiales «donde bebían los lobos» que me contaba cuando era niño. Tuve deseos de ir a buscar los lobos de las vertientes en fuga, ir hasta ella y estrecharla en mis brazos, pero el invisible muro de la ausencia me detuvo. Tanto la leyenda como los lobos de la historia se habían borrado para entonces. O, quizá, el que se había borrado era yo, desleído en la añoranza. De todos modos, me sentí felizmente conmovido de poder verlo todo desde este otro lado de la vida. Vi cómo las palomas de Castilla -que anidaran en los aleros- se elevaban en un solo vuelo, agitando sus alas gris-tornasol al universo. Pasaron en desbandada sobre mí. A ellas no las detuvo el invisible muro del ayer. Comprendí entonces que sólo a los humanos nos separa la cortina imaginaria del tiempo y la ausencia. (II) de «Leyenda del Otro Lado de la Piel» © C.B.

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