El 2025 marca uno de los cambios más profundos en la historia migratoria de El Salvador. Lo que durante décadas fue un flujo constante de personas buscando oportunidades fuera del país se transformó este año en un fenómeno distinto, más complejo y lleno de señales que merecen una lectura cuidadosa. Por primera vez en más de medio siglo, la migración irregular cayó de forma drástica, el retorno aumentó por encima de las deportaciones y las remesas se consolidaron como la verdadera columna vertebral de la economía nacional. Es el fin de una era migratoria y, al mismo tiempo, el inicio de un ciclo nuevo que nos obliga a repensar el futuro del país.
El desplome de la migración irregular es tan contundente que no tiene precedentes. Las aprensiones de salvadoreños en la frontera de Estados Unidos cayeron más del 90 %, y en México ocurrió exactamente lo mismo. No estamos ante una disminución por mejora interna del país. Se trata de un cierre regional de rutas: políticas migratorias extremadamente duras en Estados Unidos, la contención militarizada de México y el cierre completo del corredor guatemalteco. La gente no dejó de migrar porque haya menos pobreza u oportunidades; dejó de migrar porque ya casi no se puede.
Sin embargo, mientras disminuye la salida irregular, aumentan los retornos. Este es otro cambio fundamental de 2025. La viceministra de Diáspora y Movilidad Humana informó que el país recibió más de 10,000 deportaciones desde Estados Unidos. Pero esa cifra no cuenta toda la historia. Si se suman los retornos voluntarios —incluidos los que Estados Unidos denomina “deportación voluntaria”—, el número total supera ampliamente las deportaciones formales. Esto significa que, por primera vez en muchos años, la cantidad de salvadoreños que regresan voluntariamente o bajo presión migratoria es mayor que la cantidad deportada. Este fenómeno obliga a una reflexión profunda: el retorno ya no es un hecho aislado ni una consecuencia de la irregularidad. Es un comportamiento creciente dentro de la diáspora misma.
En este nuevo panorama, las remesas ocupan un lugar central. El país podría cerrar 2025 con ingresos provenientes del exterior cercanos a los 10,000 millones de dólares, una cifra que supera con creces la inversión extranjera directa, la recaudación tributaria e incluso el presupuesto nacional. Las remesas no solo son un pilar financiero: son el mecanismo que mantiene a flote a cientos de miles de familias y el amortiguador inmediato de cualquier crisis. Sin ellas, la economía entraría en un shock profundo.
Pero las señales del futuro son preocupantes. Organismos internacionales advierten que habrá una reducción drástica de remesas en los próximos años, impulsada por el envejecimiento de la diáspora, las restricciones migratorias y el estancamiento del número de nuevos migrantes en Estados Unidos. Depender de un ingreso que no controlamos es una vulnerabilidad estructural. Y El Salvador aún no ha diseñado una estrategia nacional para transformar remesas en inversión, empleo y movilidad económica sostenible.
Las causas estructurales siguen vivas. El Salvador ha intervenido en áreas sensibles: educación, salud, economía digital, infraestructura y seguridad. Pero estos avances aún no transforman la vida de la mayoría de la población. El país sigue enfrentando un déficit crónico de empleo formal y de salarios dignos. La mejora en la seguridad ha permitido recuperar espacios, pero aún no logra dinamizar la economía en la dimensión necesaria para absorber a jóvenes, retornados y personas que buscan estabilidad.
En el sector salud, DoctorSV representa un avance visible en modernización. Pero la pregunta fundamental es otra: ¿supera este programa el estándar de seguridad social que debería existir para toda la población? ¿Garantiza acceso equitativo y universal? La salud es una de las causas históricas que han empujado a migrar, y aunque la digitalización es positiva, no sustituye la necesidad de un sistema sólido y accesible para todos.
El grupo más afectado por el cierre de rutas migratorias es la juventud. Las nuevas generaciones crecen con expectativas distintas a las de sus padres, pero con oportunidades similares o incluso más limitadas. No pueden migrar como antes, pero tampoco encuentran condiciones internas para construir un proyecto de vida estable. Esto configura una generación atrapada: sin migración, sin empleo, sin movilidad social.
En conjunto, 2025 nos muestra una transformación radical de la movilidad humana en El Salvador: menos salida, más retorno, dependencia creciente de remesas y causas estructurales aún sin resolver. Este no es un fenómeno pasajero: es el nuevo ciclo migratorio del país.
El reto para 2026 y los años siguientes es gobernar la movilidad humana como un componente esencial del desarrollo y no como una reacción improvisada a las presiones externas. El país necesita políticas claras de migración laboral ordenada, fortalecimiento municipal, reintegración económica, estrategias para jóvenes y un enfoque de resiliencia social.
El fin de una era ya ocurrió. Lo que está por definirse es qué ciclo nuevo queremos construir.
Director Ejecutivo, AAMES – Asociación Agenda Migrante El Salvador