La ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz en Oslo, Noruega, a María Corina Machado, líder de la oposición venezolana a Nicolás Maduro, resultó histórica y cargada de giros inesperados. El acto, marcado por el suspenso y por episodios que le dieron un carácter casi épico, reflejó la complejidad de la crisis venezolana y sus repercusiones internacionales.
Machado se ha consolidado desde hace años como una de las figuras más influyentes de la resistencia democrática en Venezuela. Fue diputada desde 2011 hasta su destitución en 2014, encabezó en 2004 la recolección de tres millones de firmas para solicitar el revocatorio contra Hugo Chávez y ganó las primarias de la oposición en octubre de 2023 para las elecciones presidenciales de julio de 2024, en las que finalmente se le impidió participar. Con más de veinte años de militancia, propuestas y resistencia ante el régimen bolivariano, ha logrado encarnar la esperanza de una Venezuela próspera, acorde con un país que posee las mayores reservas de petróleo del mundo. Su llegada tardía a Oslo sintetizó el clima de crisis que afecta a Venezuela y que hoy amenaza la estabilidad regional.
Ante la incertidumbre sobre si Machado —forzada a la clandestinidad tras las elecciones de 2024— lograría salir del país, fue su hija, Ana Corina Sosa, quien recibió el galardón de manos de Jørgen Frydnes, presidente del Comité Nobel, en presencia del rey Harald V de Noruega y numerosos invitados. Entre ellos se encontraban los presidentes Javier Milei (Argentina), Santiago Peña (Paraguay) y José Raúl Mulino (Panamá), así como figuras como los expresidentes colombianos Iván Duque y Marta Lucía Ramírez. También asistió Edmundo González Urrutia, candidato opositor en las elecciones de 2024, denunciadas como fraudulentas.
La emoción y dignidad de Ana Corina Sosa conmovieron al auditorio, especialmente cuando, en un gesto poco habitual, el presidente del Comité Nobel instó públicamente a Nicolás Maduro a «renunciar». La llegada de Machado, al final de una jornada ya excepcional y tras una compleja operación de exfiltración y traslado, añadió un tono legendario a la ceremonia.
Machado ya había sido reconocida en 2024 en Europa con dos de los más prestigiosos premios en defensa de los derechos humanos: el Premio Václav Havel —que honra al expresidente y disidente checo— y el Premio Sájarov. El Nobel de la Paz amplifica su voz y simboliza la lucha contra el régimen autoritario instaurado por Maduro desde 2013, profundizado tras las elecciones de 2018, boicoteadas por la mayoría de la oposición, y las de 2024, consideradas una farsa.
La entrega del Nobel a Machado adquiere un significado político particular en un contexto de creciente tensión continental. Desde agosto pasado, Estados Unidos declaró estar en «conflicto armado» contra los cárteles de la droga en América Latina, clasificándolos como organizaciones terroristas. Esto amplía el margen de acción sobre sus redes y cómplices, incluidas estructuras estatales. Maduro, acusado por la justicia estadounidense de vínculos con el narcotráfico, tiene hoy sobre su captura una recompensa de 50 millones de dólares, frente a los 15 millones fijados en 2022.
La operación militar Southern Spear/Lanza del Sur, que moviliza el 10% de la Marina estadounidense en el Caribe y el 30% de sus aeronaves en acción, ha alterado las rutas ilícitas hacia Estados Unidos y Europa. Desde agosto, se han destruido veinte embarcaciones tipo go fast y han muerto 87 personas, generando cuestionamientos jurídicos y reavivando el debate sobre el enfoque de seguridad nacional defendido por Donald Trump. Para el expresidente, la prioridad es «neutralizar» a los cárteles que —según afirma— amenazan tanto la estabilidad latinoamericana como a la sociedad estadounidense, un planteamiento que rompe con la lógica que dominó tras el fin de la Guerra Fría.
Durante ese periodo, el «buen vecindario» permitió a Estados Unidos concentrar sus recursos en otros escenarios —Irak, Afganistán, Europa, el Pacífico— mientras América Latina diversificaba socios. China se convirtió en un actor central: en 2024 su comercio con la región alcanzó los 500.000 millones de dólares, equiparándose al estadounidense. Es hoy el principal socio de Brasil, Ecuador y Perú, y uno de los más relevantes para Colombia, Argentina y México. Turquía y Rusia expandieron su presencia económica, mientras la Unión Europea reforzó su posición. Irán estrechó vínculos con Venezuela desde la era de Chávez, facilitando —junto con Hezbolá— operaciones comerciales opacas, como reveló la reciente retención del petrolero Skipper, con más de un millón de barriles procedentes del estrecho de Ormuz.
A esta diversificación económica se sumó, desde los años 2000, un discurso político antioccidental impulsado por Caracas a través de la creación del ALBA, sostenido hoy principalmente por Nicaragua y una Cuba sumida en una crisis profunda.
En este escenario, declaraciones como las del presidente colombiano Gustavo Petro —quien en septiembre, durante la Asamblea General de la ONU, llamó públicamente a los militares estadounidenses a desobedecer órdenes— fueron interpretadas en Washington como una señal de alarma. Para Donald Trump, se trató de un punto de inflexión, especialmente considerando que Colombia es uno de los principales aliados extra-OTAN de Estados Unidos. En un contexto global de tensiones crecientes, la deriva institucional y la penetración del narcotráfico en varios Estados fronterizos refuerzan la apuesta estadounidense por recuperar influencia directa en el hemisferio.
América Latina, Hemisferio Occidental y zona estratégica para Estados Unidos, se encuentra hoy en el centro de turbulencias que cuestionan el orden internacional nacido tras la Segunda Guerra Mundial. En este marco, los valores democráticos —y particularmente la defensa de la libertad— adquieren un nuevo sentido.
Por ello, la lucha de María Corina Machado ha dejado de ser solo un esfuerzo opositor para convertirse en un llamado moral y político que trasciende fronteras.
Politólogo francés y especialista en temas internacionales.