Una tierra prometida a cambio de quedarme con una maleta de contenido desconocido. Ese fue el trato que acepté del lunático compañero de viaje cuando estábamos por cruzar un peligroso cañón camino al poblado de «Tres Pasos.» «¡Gracias por su nobleza! -exclamó lleno de alivio el oferente. Es la primera persona que acepta un sueño grandioso a costa de la más terrible duda.» Luego de entregarme -emocionado y febril- la maleta de cuero, encendió otro habano. Percatándome de que nadie —ni el mismo negociante— lo notara, comencé a abrirla. Fue terrible. Adentro distinguí los abismos más profundos. Un espacio vacío y absoluto, imposible de entender ni explicar, en el cual, no obstante, se reflejaban las escenas y los momentos más tristes que en vida hube de presenciar. La nada del tiempo, del ser, del alma humana. Íbamos a mitad del abismo cuando -lleno de su misma desdicha- arrojé violentamente la maleta por la ventana del ferrocarril. Al hacerlo se oyó un grito -lejano y desgarrador- en la sangre y el viento, perdiéndose más allá de las sedientas cumbres. A mi lado el misterioso viajero del ayer había desaparecido con toda la carga del ayer. ¡Distante región del Izpaguaxi escrita en mis memorias del viaje de la vida o -lo que es igual- la vida en un viaje! (III) de «Leyenda del Otro Lado de la Piel» © C.B.