Profesora retirada, Ana Emilia Guillén fue reconocida hace algunos años como Hija Meritísima de la ciudad de Izalco.
Profesora retirada, Ana Emilia Guillén fue reconocida hace algunos años como Hija Meritísima de la ciudad de Izalco.
Por: Ricardo Lara
Dedicado a una extraordinaria mujer: Ana Emilia Guillén, izalqueña.
En un mundo cada vez más insensible, donde la indiferencia parece galopar sin freno, resulta difícil encontrar seres que irradien verdadera luz a su comunidad y a su prójimo. Sin embargo, Izalco tiene el privilegio de contar con una mujer que encarna esperanza, servicio, entrega, solidaridad y amor: Doña Ana Emilia Guillén.
Profesora retirada, fue reconocida hace algunos años como Hija Meritísima de la ciudad de Izalco, distinción bien merecida por su labor incansable y ejemplar. Su vida es un contagio de empatía: hacia su familia, sus alumnos, sus amigos, sus vecinos, hacia el pobre y el invisible. ¡Qué necesario sería que esa “epidemia” alcanzara a toda una sociedad cada vez más aislada, egoísta e indiferente, donde pareciera valer más la inteligencia artificial que el calor de un abrazo sincero de una mujer única e insustituible!
Los estadounidenses suelen repetir la frase: “There is no free lunch” (“no hay almuerzo gratis”). Sin embargo, Ana Emilia la desarma con su ejemplo. Con ella sí hay almuerzo gratis, desayuno y cena para quien lo necesite. Ella sabe dónde se esconde el dolor que la mayoría pasa por alto; se funde con el sufrimiento ajeno y responde sin pedir nada a cambio.
El país no necesita multitudes como ella; basta con unas pocas personas capaces de transformar silenciosamente la vida de los demás. En ese caminar discreto, propio de los grandes, Izalco ha sabido reconocerle sus méritos. Este año, en el marco de las fiestas patronales en honor a la Virgen del Tránsito y Nuestra Señora de la Asunción, la municipalidad la ha nombrado Orgullo Izalqueño. Y no es exagerado decir que su figura trasciende ese título: es, en verdad, una Ciudadana Meritísima.
De hecho, sería justo que el diputado representante de Izalco gestionara ante la Asamblea Legislativa un reconocimiento nacional como Hija Meritísima de El Salvador. Su legado merece trascender fronteras, porque nos recuerda la grandeza de darlo todo a cambio de nada, de servir en silencio y de entregar la vida al prójimo.
Ana Emilia no pertenece a lo que algunos llaman “la gente común y corriente”, porque de común nada tiene, y de corriente mucho menos. Su labor en el asilo de ancianos y en múltiples obras sociales —reconocida por varias municipalidades— es testimonio de que su entrega no obedece a ideologías políticas, sino a una ideología mucho más profunda: la empatía. Esa que no todos cultivamos, pero que marca la diferencia en una comunidad.
El ejemplo que ella ofrece a los izalqueños y sonsonatecos es inmenso. Con fe, esperanza y caridad llega a donde casi nadie llega: al necesitado que busca un consejo, al hambriento que necesita un plato digno de comida, a la familia que no tiene recursos para despedir a un ser querido. Ana Emilia aparece en esos momentos donde se requiere luz, sin alardes ni discursos.
Tenemos la mala costumbre de esperar a que alguien falte para hablar bien de esa persona. Hoy rompo con esa costumbre, y en estas líneas me honra rendirle un reconocimiento en vida a una gran mujer izalqueña. Su ejemplo merece conocerse no solo en Izalco, sino en todo El Salvador y más allá de nuestras fronteras.
El estilo de vida de Ana Emilia Guillén es más que un título o una distinción; es un ejemplo a imitar. Servir como ella lo hace no es tarea fácil, pero nos demuestra que sí es posible. Allí donde otros ven imposibles, ella derrumba barreras y nos recuerda que, en efecto, sí hay almuerzo gratis.
Que Dios bendiga a esta mujer, a su familia y a su vida. Que muchos podamos contagiarnos de su ejemplo. Como sonsonateco, con raíces izalqueñas, me siento profundamente orgulloso de dedicarle estas palabras. Y aunque a menudo repito en tertulias: “no me gusta la época que me ha tocado vivir”, ejemplos como el de Ana Emilia me hacen comprender que no es cuestión de época, sino de la mente y el corazón de cada uno de nosotros.
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