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La extraña tradición de brindar con quienes no soportamos

Así que sí, diciembre es una época hermosa… siempre y cuando uno ignore el pequeño detalle de tener que coexistir con su elenco de personajes problemáticos. Y aun así, brindamos. A veces por cariño, a veces por obligación, a veces por puro instinto de supervivencia.

Cada diciembre ocurre un pequeño milagro social: gente que no se soporta, que se ignora, que se tiene bloqueada o silenciada en todas las plataformas, decide reunirse en una misma sala para fingir armonía. Es quizá la tradición más absurda y universal que tenemos. Decoramos árboles, colgamos luces y, de paso, nos exponemos voluntariamente a quienes nos han hecho daño, nos caen mal o nos ponen los nervios de punta. Así, por deporte extremo.


La temporada empieza con los clásicos grupos familiares en WhatsApp, esos santuarios del caos donde conviven stickers de Piolín, cadenas alarmistas y discusiones sobre quién prepara qué. Apenas aparece el mensaje: “¿Todos pueden el 24?”, una sensación fría te recorre la espalda. Sabés a quién incluye “todos”: la tía que habla mal de vos con la delicadeza de un noticiero sensacionalista, el primo que cree que la masculinidad frágil es un estilo de vida, y la cuñada que te debe una disculpa desde 2018. Sin embargo, ahí estás, respondiendo con un corazoncito, porque diciembre exige hipocresía protocolaria.


La foto familiar es el siguiente ritual sagrado. Personas que durante el año entero se han deslizado mutuamente hacia el silencio digital ahora posan abrazadas con una sonrisa que grita: “sáquenme de aquí”. Esa imagen es un recordatorio permanente de que, al menos por cinco segundos, todos pudieron fingir que no se detestan.
La cena en sí es un campo minado. Apenas te sentás, empieza el desfile de comentarios pasivo-agresivos: “¿Y el novio?”; “¿Y ese proyecto que nunca terminaste?”; “Te veo más rellenita”. Todo dicho con el tono dulce de quien sabe exactamente dónde clavarte el tenedor. Y lo mejor: se espera que respondas con una sonrisa, porque la Navidad “no es para pelear”. Qué conveniente.


Luego aparece el intelectual de la mesa, ese personaje que siente la necesidad de arruinar la noche con la discusión política del momento. Porque no hay nada que diga “fiestas en familia” como ver a dos generaciones enfrentarse por temas que ni los analistas logran descifrar. El ambiente pasa de “Noche de Paz” a “Batalla campal” en tres intervenciones y un sorbo de vino barato.


Y hablemos de los reencuentros obligatorios: esa persona que te decepcionó, mintió o te trató mal, y que ahora está ahí como si no hubiera destruido tu paz mental en marzo. Diciembre exige que le des un abrazo, le desees felicidad y actúes como si los daños emocionales tuvieran fecha de caducidad. Es impresionante cómo el calendario se convierte en un borrador moral para algunas personas.


Aun así, todos seguimos asistiendo. ¿Por qué? Puede ser costumbre, presión social, culpa o simple resignación. Diciembre convierte la convivencia tóxica en un deporte nacional. A veces incluso creemos que es señal de madurez emocional “saber llevarse con todos”, cuando en realidad es una mezcla de autoprotección y estrategia diplomática. Porque si algo tiene esta época, es que nos empuja a actuar como embajadores en territorio hostil.


Pero aquí va la parte más irónica de todas: pese a lo incómodo, lo injusto y lo absurdo, diciembre también nos permite ver con claridad. La Navidad funciona como un detector de relaciones fallidas y dinámicas desgastadas. Nos recuerda quién realmente vale la pena y quién solo ocupa espacio en la foto. A veces ayuda a cerrar ciclos; otras veces confirma que ese primo seguirá siendo insoportable hasta nuevo aviso.


Convivir con gente que nos cae mal es un recordatorio de que la familia y los vínculos sociales no siempre se eligen. También nos da la oportunidad —si uno quiere verla— de poner límites: “sí, estoy aquí, pero no significa que todo está perdonado”.


Así que sí, diciembre es una época hermosa… siempre y cuando uno ignore el pequeño detalle de tener que coexistir con su elenco de personajes problemáticos. Y aun así, brindamos. A veces por cariño, a veces por obligación, a veces por puro instinto de supervivencia. Después de todo, no hay ironía más grande que terminar el año rodeados de gente que no elegiríamos… pero con la firme esperanza de que el próximo diciembre nos encuentre más lejos emocionalmente de quienes no nos hacen bien. Y si no, pues al menos seguiremos practicando la paciencia.


Consultora política y Miss Universo El Salvador 2021

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