Por la ventana que da a la calle mira desde allá a la joven aparición que aborda un tranvía que pasa.
Por la ventana que da a la calle mira desde allá a la joven aparición que aborda un tranvía que pasa.
¿Es el tiempo perdido o somos nosotros perdidos en el tiempo? Culpable del pasado, el abogado Endson intenta redimir su error, pidiendo perdón a dios e –inútilmente—a la triste y adorable visión que aparece en su apartamento en sus momentos solos. Cuando la vuelve a encontrar –leyendo eternamente libros sobre derecho penal— le habla con voz desesperada, pidiéndole que le vea a los ojos, rogando su perdón por haber condenado a su padre inocente. Entonces le confiesa el amor y la piedad que ella –desde años atrás—cree que no existen en el mundo. Pero al parecer es tarde ya para redimir su antigua culpa. Así sus intentos son vanos pues la joven –desde su otro tiempo—no puede escuchar la sinceridad de sus palabras e irrumpe en llanto, convirtiéndose en un promontorio de rosas deshojadas. Endson queda sin aliento ante aquello, sin saber qué hacer y -sintiendo aún más su patética soledad- la pierde una vez más, en medio de su tardía obsesión de perdonarse a sí mismo. Luego regresa a su despacho. Por la ventana que da a la calle mira desde allá a la joven aparición que aborda un tranvía que pasa. Desde la ventanilla del vagón ella vuelve los ojos hacia el desmoralizado jurista, diciéndole desde lejos con la mirada nuevamente adiós, como todos los días de su eterno e imposible viaje al perdido amor. (IV) de “Leyenda del Otro Lado de la Piel” © C.B.
            La realidad en tus manos
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