Desde los primeros meses de su ascenso al poder, Hitler implementó una estrategia para someter a las iglesias a los postulados nazis. Creyentes fanáticos del dictador no solo comenzaron a exacerbar el odio contra los judíos y a promover la supremacía aria, sino también a desplazar a pastores piadosos para ceder el control eclesiástico a operadores políticos del nazismo.
¿Cómo puede explicarse que personas que se decían cristianas pudieran justificar y promover el antisemitismo y la supremacía aria? Ahí puede verse hasta dónde es capaz de llegar la teología cuando se pliega al poder. Pero vayamos por pasos.
En primer lugar, debe mencionarse que los cristianos alemanes venían acumulando siglos de prejuicios contra los judíos. Mucho antes del nazismo ya existían en Europa predicadores que enseñaban contra los «judíos que mataron a Jesús». Se enfatizaban pasajes de las Escrituras donde Israel es presentado como un pueblo infiel y endurecido. Además, los judíos practicaban leyes y costumbres que los marginaban socialmente. En consecuencia, muchos cristianos pensaban cosas como: «Los judíos siempre han sido un problema; ahora Hitler solo está “poniendo orden”». La ideología nazi no nació en la iglesia, pero encontró en ella suficientes prejuicios para ser explotados.
En segundo lugar, durante años habían circulado ideas nacionalistas. Se hablaba del pueblo alemán como una unidad superior de sangre, tierra y cultura, que veía a los judíos como «gente extraña». Desde tiempo atrás, algunos teólogos venían haciendo esfuerzos por armonizar ese nacionalismo con la fe. Su razonamiento era que Alemania era el «pueblo escogido» para una misión histórica. La raza y la sangre formaban parte del orden de la creación deseado por Dios y, en consecuencia, defender la «pureza» del pueblo alemán se convertía en un deber cristiano. Predicaban que proteger la raza aria era servir a Dios.
En tercer lugar, normalizaron la «desjudaización» de Jesús. El gran problema teológico para un nazi que se decía cristiano era obvio: Jesús era judío. Además, la Biblia estaba llena de referencias a Israel. Para resolverlo, algunos teólogos afines a Hitler redefinieron a Jesús como ario. Lo presentaban como un enemigo radical de los judíos y afirmaban que su esencia no era judía, sino nórdica o aria. También atacaron o minimizaron el Antiguo Testamento, tildándolo de inferior al Nuevo Testamento. Algunos llegaron al extremo de proponer eliminarlo por completo o reescribir la Biblia para «limpiarla» de toda influencia judía.
En cuarto lugar, alcanzado este punto, ya podían hacer cualquier cosa con la Biblia. Por ejemplo, usaban fuera de contexto el pasaje de Juan 8:44 («Vosotros sois de vuestro padre el diablo») para aplicarlo a todo el pueblo judío y asegurar que eran, por naturaleza, «hijos de Satanás». Citaban Mateo 27:25 («Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos») para afirmar la culpa eterna de los judíos por la muerte de Cristo. Y leían en clave antisemita los pasajes duros de los profetas para «probar» que Israel ya no tenía lugar en el plan de Dios; por el contrario, lo presentaban como enemigo permanente de Dios y del pueblo cristiano.
Cuando los cristianos dejan de preguntarse a quién beneficia una determinada lectura de la Biblia, se vuelven vulnerables al canto engañoso de los caudillos. Si la pregunta ya no es «¿qué dice el Señor?», sino «¿cómo hacemos para que este texto respalde al líder de turno?», la teología se convierte en propaganda y el evangelio, en eslogan.
Es un gran peligro permitir que la interpretación de la Biblia se use como moneda de intercambio con los autoritarios. Cuando ciertos versículos se sacan de contexto para justificar la crueldad, los silencios cómplices o los atropellos contra la dignidad humana, la Escritura deja de ser buena noticia para los débiles y se vuelve un arma en manos de los fuertes. El texto sagrado se prostituye cuando sirve para blindar al poder frente a toda crítica y para calificar como enemigos de Dios a quienes simplemente piden justicia, verdad o debido proceso.
Allí donde la Biblia se transforma en justificante de abusos, deja de ser Palabra de vida y se convierte en un ídolo hecho con letras sagradas. Y frente a los ídolos, el evangelio solo conoce una respuesta: no te postrarás ante ellos.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.