Como ya dije, camino al pueblo de “Tres Pasos” un misterioso viajero que iba a mi lado había ofrecido heredarme una tierra suya en lo que llamó su último viaje. “Es algo que sólo a usted podría ofrecer este venturoso día –dijo. ¿Ha oído hablar antes de esta región maravillosa de los confines del mundo? Se encuentra más adelante. Es una región de vastas llanuras y colonizadores gentiles. Yo se la ofrezco como único y eventual heredero. ¿Pensó alguna vez en poseer algo así?” No le respondí. “Usted dirá que no —prosiguió— pero miente. Nadie despreciaría una increíble y fabulosa oportunidad como la que le ofrezco. Yo le heredo esa tierra llena de vida por ser mi único acompañante y porque mis razones no son iguales a las del resto del mundo. Talvez porque las perdí desde hace mucho tiempo.” “Creo que usted está loco –le refuté— pero en fin, dígame cómo puede darme esa heredad y a cambio de qué”. “Sólo deme el sí y la aldea será suya –respondió. Todo lo que debe hacer es quedarse con esta maleta; liberarme de ella, como mi última voluntad”. El desconocido y desesperado viajero me dejó indeciso de aceptar su oferta a cambio de quedarme con la misteriosa maleta que llevaba consigo. El tren comenzó a cruzar el profundo cañón de Izpaguaxi. El hombre, advirtiendo mis dudas, estaba a punto de implorarme. Acepté el contrato. (II) de “Leyenda del Otro Lado de la Piel” © C.B.