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Hasta que la deuda nos separe

Actualmente, un nuevo factor ha ido ganando terreno en la lista de causas de rupturas matrimoniales: la deuda de las tarjetas de crédito.

Las causas más comunes de los divorcios suelen ser la infidelidad, la incompatibilidad o la falta de comunicación. Actualmente, un nuevo factor ha ido ganando terreno en la lista de causas de rupturas matrimoniales: la deuda de las tarjetas de crédito. Según un informe reciente de la empresa de servicios financieros y alivio de deudas Debt.com, el 42% de los estadounidenses divorciados en 2025 señalaron que la deuda y el gasto con tarjetas de crédito influyeron considerablemente en su separación, un aumento alarmante frente al 34% en 2024 y al 29% en 2023.

Este cambio no es una simple estadística, sino una señal clara de una transformación cultural y económica. Las tarjetas de crédito, que fueron un símbolo de acceso y libertad financiera, se han convertido en un factor de tensión emocional en las relaciones. ¿A qué se debe este cambio?

En primer lugar, el dinero siempre ha sido un tema delicado en las relaciones. Pero la deuda, especialmente la que se acumula sin transparencia o sin control, puede convertirse rápidamente en una fuente de desconfianza. No se trata solo del saldo en rojo, sino de lo que representa: decisiones unilaterales, sin consultar para nada con la pareja; prioridades mal alineadas y, muchas veces, una falta de comunicación profunda sobre los objetivos financieros compartidos.
Lo más preocupante es que esta tendencia afecta con mayor fuerza a las generaciones más jóvenes. Casi dos tercios de los encuestados de la Generación Z dijeron que la deuda de tarjetas fue un factor en su divorcio. Los miembros de la Generación del Milenio también reportaron niveles elevados. Estas generaciones, que crecieron en un entorno de crisis económica, inflación y costos crecientes en vivienda y educación, enfrentan desafíos financieros más complejos y, a menudo, menos estabilidad laboral. Muchos llegan al matrimonio con el peso de las deudas estudiantiles, con empleos menos seguros y sin una base sólida de educación financiera.

Esto crea un terreno fértil para conflictos. Cuando las parejas no hablan abiertamente sobre sus hábitos de gasto, sus deudas o sus metas financieras, es fácil que el dinero —o la falta del mismo— se convierta en un enemigo silencioso. La deuda no solo erosiona el patrimonio compartido, sino también la confianza y la sensación de estar “en el mismo equipo”.

¿La solución? No es sencilla, pero se debe poner en práctica cuanto antes. La educación financiera debe comenzar desde la adolescencia, no después de firmar un contrato matrimonial. Las parejas necesitan tener conversaciones reales, incómodas si es necesario, sobre sus finanzas antes de comprometerse. ¿Cuánto ganan? ¿Cuánto deben? ¿Qué significa el dinero para cada uno?

Y a nivel más amplio, es hora de replantear la narrativa del crédito como sinónimo de éxito. Vivir por encima de las posibilidades, financiando los gastos con las tarjetas de crédito, no es sostenible ni saludable. Para que el matrimonio sobreviva en esta era de consumo constante, debe construirse sobre la base de la transparencia, la planificación y la responsabilidad compartida.

Hasta que la deuda nos separe no debe ser la nueva versión de la promesa matrimonial. En un mundo donde el “amor eterno” se enfrenta a tasas de interés de dos dígitos, quizás sea el momento de preguntarnos si vale más un crédito aprobado o una relación duradera. [FIRMAS PRESS]


Andrés Hernández Alende es un escritor y periodista radicado en Miami. Sus novelas más recientes son El ocaso y La espada macedonia, publicadas por Mundiediciones. También ha publicado el ensayo Biden y el legado de Trump con Mundiediciones y el ensayo Una plaga del siglo XXI, sobre la pandemia del COVID-19.

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