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Espiritualidad ecológica

Frente al cambio climático, el llamado no es solo a la conciencia ecológica, sino a la conversión espiritual.

Vivimos un tiempo en el que los efectos del cambio climático ya no pertenecen al terreno de las advertencias futuras, sino a la realidad presente. Las lluvias cada vez más intensas y la progresiva desaparición de los arrecifes de coral nos recuerdan que la Tierra sufre las consecuencias del consumo excesivo y el uso irresponsable de los recursos. El asunto central que dispara el cambio climático es la manera en que hacemos uso de la energía. En el fondo, se trata de usar la energía —en todas sus formas— de manera más eficiente y responsable. En medio de esta crisis, la fe cristiana tiene una palabra que decir. No se trata solo de una cuestión ambiental, sino de una cuestión moral y espiritual: el cuidado de la creación es una expresión concreta de obediencia a Dios y de amor al prójimo.

Cada árbol talado, cada litro de agua desperdiciado o cada kilovatio malgastado contradice el mandato divino de custodiar la obra de sus manos. Por eso, cuidar el planeta no es una moda ni una ideología; es una forma de obediencia y gratitud hacia el Creador. La modernidad, sin embargo, nos ha acostumbrado a medir el bienestar en función del consumo. Se nos ha hecho creer que la abundancia material es sinónimo de éxito, y que el progreso se expresa en la capacidad de adquirir cada vez más. Pero Jesús fue claro al advertir: «La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15). Frente a la cultura del derroche, el Evangelio propone una vida frugal y sobria para enriquecer el espíritu y sanar la relación con el entorno.

De hecho, los cambios que pueden realizar las familias para mitigar el cambio climático coinciden notablemente con esta ética de la sencillez: reducir el consumo innecesario, evitar el desperdicio, usar los recursos con sabiduría. Al comprar preferir los productos locales, apagar luces y aparatos cuando no se usan, reparar antes que desechar, caminar en lugar de usar automotores, y enseñar a los hijos el valor de lo simple son gestos pequeños, pero profundamente espirituales.

Cada acción orientada a la eficiencia energética es una forma de moderación, y cada acto de moderación es una forma de adoración. Reducir el consumo es un reconocimiento de que no somos dueños absolutos del mundo, sino sus administradores. Vivir con menos también significa dejar espacio a otros: a las generaciones futuras y a los más pobres, que suelen ser los primeros en sufrir las consecuencias del deterioro ambiental. El amor al prójimo se vuelve tangible cuando se aprende a no acaparar lo que el otro necesita para vivir.

No se debe ignorar la dimensión social del problema. El cambio climático no afecta a todos por igual: las comunidades más vulnerables son las que enfrentan los mayores riesgos y pérdidas. Por eso, la frugalidad cristiana no es solo un acto de piedad personal, sino también un gesto de solidaridad y justicia. Cada familia que reduce su huella ecológica contribuye, aunque sea modestamente, a aliviar el peso que recae sobre los más débiles. Es una manera concreta de amar al prójimo «no de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad».

Desde la perspectiva de la fe, cuidar el planeta también es una forma de esperanza escatológica. Los cristianos esperan la promesa de cielo y tierra nuevos, pero esa esperanza no les libera de su responsabilidad presente. Al contrario, debe impulsarles a vivir anticipando el Reino de Dios en sus decisiones cotidianas. Ser mesurados, cuidar los recursos y respetar la creación es anticipar, en pequeño, el orden y la armonía del mundo que Dios restaurará plenamente.

Frente al cambio climático, el llamado no es solo a la conciencia ecológica, sino a la conversión espiritual. La verdadera conversión se traduce en un cambio de hábitos, en una nueva forma de relacionarse con lo creado y con los demás. Si cada familia cristiana adoptara la frugalidad como estilo de vida, el impacto sería inmenso: menos contaminación, menos desperdicio, menos desigualdad, y más gratitud. Esto es parte del discipulado, del seguimiento de Cristo quien enseñó a vivir con sencillez, a compartir con generosidad y a confiar en la providencia. En tiempos de crisis ambiental, la frugalidad se convierte en un acto de fe, de amor y de esperanza activa.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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